Capítulo 2.

El viaje se hizo eterno. Veintiocho largos días en una vieja nave de carga con motor de impulsión. Durante casi un mes la “Flecha Azul” sería mi hogar. Mío, de otros ocho desgraciados destinados a la colonia y de los cuatro extraños tripulantes de la nave. Y antes de la condena en la nave, un curso intensivo de un mes en la estación espacial DS7, para que tomara experiencia en entornos herméticos, trajes de presión y tareas en baja gravedad.

Fue un gran golpe de suerte el tener que esperar un mes a que hubiese una plaza en alguna nave con destino a Danu6E, y aún más suerte al ser la DS7, donde estaba destinada mi hermana pequeña, Irine. Tardé mucho en acostumbrarme a la baja gravedad de los ejercicios y aunque me gustaba pasar todo el tiempo que podía en la zona de gravedad completa, Irine siempre estaba detrás de mí para intentar que pasara todo el tiempo en la zona de media gravedad.

No había tropezado y caído tanto desde que era un crío y jugaba en las estructuras del parque. Era una sensación muy rara, parecía flotar por el poco peso, pero la inercia de mi cuerpo me jugaba muy malas pasadas. La peor de todas fue cuando intentando ir al cuarto de baño no pude frenar a tiempo y me rompí la nariz contra la puerta, pero como esa hubo muchas otras, y pronto los sanitarios de la estación me conocían por el nombre y se mofaban de mi torpeza.

- ¡Jan! -, decían siempre -. ¡Tulius ha vuelto a esnafrarse!

Jan era una enfermera destinada a la estación, y al parecer sus compañeros estaban empeñados en emparejarnos. Y aunque acabamos haciendo buenas migas, ninguno de los dos estábamos por la labor.

El mes en la DS7 se me hizo muy corto, pero aún así al final del mismo casi le había pillado el truco a la media gravedad, y casi no tropezaba. “Casualmente”, mis padres hicieron una visita a mi hermana en la estación y de paso, como no, se acercaron a despedirse de mí.

- Mira por donde, el que nunca iban a destinar a una colonia -. Dijo con recochineo mi padre.

- ¡No digas eso! -, le gritó mi madre -. ¿No ves que lo estará pasando mal?

- Si, primero lo mandan a la colonia y acto seguido Miria lo manda a paseo -, comentó mi hermana con una media sonrisa, a pesar de la mirada asesina que le lancé. Se había pasado todo el mes burlándose de mí -. Ya te había dicho que no te convenía.

- Ya… Lo que tu digas -, farfullé con desgana -. Vamos a cenar, que tengo hambre.

Después de cenar y tras despedirme de mis padres y coger mi equipaje, me dirigí a la zona de embarque, para tomar una lanzadera que nos llevaría a nosotros, los “pobres desgraciados”, a la nave. Justo antes de llegar a la zona de acceso la vi. La “Flecha Azul”. Era muy alargada y de color oxido en algunas partes y como no estaba unida a la estación resultaba difícil (por no decir imposible para mí) calcular sus dimensiones. Flotaba a una buena distancia, pero aún se podía ver que era una chatarra vieja y desgastada, nada que ver con las naves de los anuncios de viajes y mucho menos con las magníficas naves de combate que se veían en los documentales y las noticias.

<< ¿Y tengo que hacer el viaje en “eso? >> pensé. Por simple curiosidad y mientras avanzaba, busqué la información de la nave en la base de datos públicos de la estación -, hasta ese momento no se me había pasado por la cabeza hacerlo -.La nave tenía 15.420 metros de longitud y estaba diseñada para transportar minerales. Sus bodegas no estaban presurizadas y tenían capacidad para 400 millones de metros cúbicos. Tenía gravedad centrífuga en los camarotes y dependencias comunes pero no en el puente ni en la sala de máquinas. La información de la nave seguía y seguía, pero ya había visto lo básico. Era obsoleta y vieja. Casi un milagro que siguiera funcionando.

- Veo que te ha entrado curiosidad -, dijo una voz a mi espalda. Me giré y vi que era Jan-. Esa sí que es una nave espacial.

- ¿Y no lo son todas? -, pregunté.

- No. Esa nació en el espacio y no entrará nunca en un planeta o luna. No puede -, dijo con un toque soñador en la voz.

- Se nota que eres una Pivum. Solo vosotros habláis así de las naves.

- Sí, eso dicen. En fin, tengo que ir a trabajar, pero quería pasar a desearte un buen viaje.

- Gracias, yo también espero tenerlo. Aunque lo dudo.

- No digas eso. Y no te olvides de escribir -, y dicho eso desapareció por el pasillo y me dejó mirando la nave.

Varios días después quedó claro que la última comida decente que tomé fue la de la cena en la DS7. En la “Flecha Azul” la comida era pésima, y en cada una me recordaba que, posiblemente, la de la colonia sería igual. Y el agua… sabía que eran imaginaciones mías pero su sabor me recordaba de donde la habían sacado. “En el espacio todo se recicla, nada se puede perder”, me decía mi instructor de trajes de presión, y era algo que no me agradaba en absoluto. Y las primeras veces que entré en el aseo tuve escalofríos.

De todas formas tenía un privilegio sobre el resto de los pasajeros, era el único con su propio camarote. Sin embargo eso no era un alivio. El camarote apenas si medía cuatro metros cuadrados, sin aseo. Pero por lo menos tenía un asiento, mesa y una pequeña ventana que me permitía ver la negrura del espacio y, de vez en cuando, alguna estrella o planeta que giraba y desaparecía rápidamente.

Gracias a ese “lujo” podía permitirme distraerme con el trabajo. En cuanto llegara a la colonia tendría que ponerme a trabajar casi de inmediato, y el entrenamiento general no me había dejado tiempo para ponerme al día, así que durante días estuve encerrado casi todo el tiempo estudiando los planos energéticos y diagramas de la colonia. Metiendo en mi mente la información que necesitaba y que me habían dado en el Urbs hacía ya, más de un mes.

Sin embargo, a la semana me di cuenta de que no podía pasarme el día trabajando, así que comencé a visitar con más frecuencia el comedor y poco después comencé a relacionarme con los otros pasajeros. Pero cuanto más conocía al resto, peor me sentía yo. Ellos parecían estar casi contentos por ir a la colonia. Parecían verlo como una oportunidad de progresar y de hacer algo distinto y se pasaban el viaje mirando las noticias o jugando a las cartas y apostando. Yo, sin embargo lo veía como una condena. Una condena a trabajar en una lata. A vivir en una lata. Y en mis pesadillas también veía como moría en una lata.

A pesar de todo, no conseguía relacionarme con facilidad, puede que por mi timidez o tal vez porque parecía vivir a deshoras o, por lo menos, visitaba el comedor a deshoras. En uno de los ciclos nocturnos vi al capitán Ancor en el comedor, tranquilamente recostado viendo una serie en un canal histórico cuando me miró y saludó como si fuésemos viejos amigos y me indicó que me sentara con él. Lo hice y acabamos de ver el episodio en silencio. Cuando acabó, apagó la pantalla, me miró y me dijo:

- Yo estuve allí. En Urila -.dijo sonriendo.

Yo lo miré de arriba abajo con cara de asombro. Tenía poco más que la edad de mi padre, y muchas más canas.

- ¿Cuándo…? -, le pregunté extrañado.

- Entre los dieciséis y los veinte fui destinado al “Tungus”, un crucero de la 182º Flota. Estuve en muchos planetas y pasé mucho tiempo en el espacio -, dijo sonriendo -. En una de las paradas estuvimos casi cuatro meses estacionados allí. Es un bonito planeta, sobre todo ahora.

- ¿Y cómo acabó aquí? -, pregunté asombrado.

- Ascendí, naturalmente. En una de mis evaluaciones descubrieron que no estaba hecho para la flota de combate y me trasladaron a la comercial. Primero de navegante, luego de piloto y finalmente de comandante.

- Pero el cambio de un crucero de combate a un cacharro como este…

- ¡¡Oye!! ¡Sin faltar! Esta nave puede tener sus años. Pero es fiable a más no poder y además, cada dos meses y medio puedo volver a casa y pasar una temporada con mi mujer e hijos.

- Aún así. Creo que saló perdiendo en comparación. Antes era auxiliar en una gran nave de combate, y ahora es capitán en un carguero que ni siquiera puede salir del sistema.

El capitán me sonrió y no dijo nada en un buen rato. Pero al final añadió.

- ¿Acaso crees que este fue el primer carguero que me asignaron? ¿O acaso piensas que me lo concedieron por mis fracasos?

No dije nada. Me quedé anonadado. El capitán se levantó y se marchó con tranquilidad. Y yo me quedé pensativo y solo en el comedor. Mirando por la ventana lo negro del espacio y su contraste con el horizonte negruzco y marrón del casco de la nave que se deslizaba lentamente. Pensé toda la noche en las palabras del capitán y en lo que había querido decir.

Los siguientes días los pasé solo. Curiosamente, y con lo pequeña que parecía la zona del pasaje, no me crucé con nadie. De puro aburrimiento acabé paseando por los pasillos de la nave. Nunca acabé de acostumbrarme al horizonte invertido del cilindro centrífugo. Era muy extraño mirar a lo lejos y ver como el suelo subía, tanto por delante como por detrás y se me vino a la cabeza una escena de una vieja película colonial, donde unos de los pilotos pasaba las horas muertas de su guardia corriendo en el pasillo del cilindro. Sin darme cuenta comencé a acelerar. Con media gravedad, correr era muy agradable y podía ir muy rápido. Me parecía que podría trotar durante horas por aquel pasillo, y antes de darme cuenta, ya habían pasado, de hecho, varias horas.

A partir de entonces comencé a hacerlo con regularidad, todos los días, después de pasarme horas en mi camarote, salía y corría durante horas por el cilindro. Un día el capitán Ancor apareció durante una de mis sesiones y se quedó sonriendo. Al rato volví a pasarlo y a dejarlo atrás. Cuando acabé, el capitán aplaudió y comentó:

- Vaya, para ser un ingeniero mantiene un buen ritmo a la carrera.

- Arf, arf… gracias, arf, arf -, dije resoplando.

- Veo que ha descubierto el viejo entrenamiento de las naves espaciales… Correr hasta que te quedes sin aire -, dijo con una sonrisa.

- Arf, si… Eso parece…

- Después de ducharse, venga al puente. Seguro que le gusta.

Una hora después, ya duchado y aseado me quedé parado delante de las compuertas del puente de mando, de acceso restringido y de gravedad cero. Llamé, pasé la compuerta, y noté como la gravedad del cilindro se desvanecía y la comida pugnaba por subir y salir de mi estómago. Avancé por el túnel de control y llegué al puente, donde estaba solo el capitán, sentado en su puesto, suspendido entre las enormes ventanas y múltiples pantallas holográficas, que mostraban datos indescifrables para mí.

Me acerqué lentamente y contemplé el panorama y las estrellas, quietas desde ese punto de vista, y la prolongada sombra que arrojaba el casco de la nave.

- ¿Sabe que es lo mejor de las naves de línea comercial? La vista desde el puente-, dijo sin esperar la respuesta -. En las naves de combate el puente está blindado y no hay vista directa. Desde luego no es lo mismo.

- La verdad es que es espectacular -, admití.

- Bueno, ¿por qué piensa que me concedieron el mando de la “Flecha Azul”? ¿Ya lo has meditado bien?

- Honestamente no lo sé. ¿Capricho del destino? ¿Error?

- El destino puede ser. Un error, lo dudo mucho. ¿Conoces el proceso de evaluación?

- Solo las pruebas, no los análisis que le hacen ni como los corrigen.

- No son exámenes chico -, dijo riendo -. No se pueden corregir. Solo indican patrones y características mentales y físicas, y el grado con el que se dan.

- ¿Y con eso como se asignan los destinos?

- Cada destino tiene unos patrones necesarios, y requieren una formación específica, por supuesto. Si hay o va a haber una plaza vacante en poco tiempo se escoge entre el personal adecuado.

- ¿Eso es todo? Parece un trabajo sencillo.

- Pues te garantizo que no lo es. Mi mujer es analista de evaluaciones en Danu4 -, comentó el capitán -. No se lo deseo a nadie. Imagínate el trabajo que tienen para analizar a casi 500 millones de personas cada año. Hay días que solo tienen a un millón, pero otros tienen casi dos.

Eso me dejó boquiabierto, nunca había pensado en todo el trabajo que había detrás de las evaluaciones. Siempre lo había visto como una rutina anual que debía cumplirse. Acudir al urbs de tu residencia la fecha asignada, rellenar la documentación, entregarla, someterse a los exámenes médicos y, al final de todo, someterse al análisis psítico. En Sukia solo ocupaba una o dos horas, si lo hacías todo correctamente. Por supuesto las evaluaciones de los niños eran otra historia. Hasta los cinco años se hacían de un modo mucho más exhaustivo y, por supuesto, requerían mucho más tiempo.

- Desde luego, no es la única analista del departamento, pero aún así si no fuese por los ordenadores no podrían hacer frente a tanto papeleo.

- ¿Los ordenadores dijeron que me fuese a una colonia minera? -, pregunté boquiabierto. No podía creer que fuese tan aleatorio o impersonal.

- No, no. No me has entendido -. Dijo tranquilamente -. Los ordenadores analizan los resultados mucho más rápido que los humanos. Pero corresponde a los analistas el decidir qué hacer con cada persona, y esa es mucha responsabilidad. Piénsalo con calma. Decidir año tras año el destino de la vida de tanta gente…

- Pero… -intenté continuar.

- Es todo. Ahora tengo trabajo -, dijo repentinamente serio.

Lo miré, pero no noté que hiciera nada. Es más, permanecía quieto como una estatua, pero mientras flotaba a su lado, pensé que era mejor no molestar al capitán y me retiré como pude del puente.

No volví a ver al capitán en las siguientes semanas, pero sus palabras siguieron resonando en mi cabeza hasta el último día del viaje. Tras la conversación había solicitado información del proceso de evaluación a la red global, y varias horas después la recibí y comencé a leer. Era curioso como ignoraba tantas cosas de sucesos tan básicos y comunes como las evaluaciones, los ascensos o la propia historia y sucesos en el resto de planetas.

La rutina acabó por instaurarse en mi vida, correr en el cilindro en el ciclo nocturno, justo después de una dura sesión de estudio y después de eso y antes de irme a dormir ver algunas series en el comedor, con el resto del pasaje.

El viaje llegaba a su fin, y aunque las pocas palabras que me había dirigido el capitán seguían dando vueltas en mi mente, había una cosa en la que no podía dejar de pensar. Aquella tarde en el café y el malicioso desprecio que apareció en los preciosos ojos verdes de Miria cuando le comuniqué mi ascenso.

1 comentario:

  1. un inicio prometedor pero... ya sabes es necesario profundizar no solo en la historia sino en los personajes y eso se hace también a través de los diálogos

    lo dixo, acabalo pero sin prisa sin precipitarse
    k luego keda exo una cagarruta equis de

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