Capítulo 12.

En aquel local de comida rápida, de pie en una de las mesas altas del interior y con las chaquetas de los trajes abiertos y los cuellos de las camisas abiertas, miré con el ceño fruncido a Sele. Cogí el bocadillo e intenté recordar cómo había llegado hasta ese punto. Todo me había parecido bastante rápido y no había sabido ver lo que iba a ocurrir, se notaba que no estaba acostumbrado a ese tipo de reuniones.

La blanca cara de Sele, estaba serena y tranquila, mientras masticaba con cuidado cada una de sus delgadas barritas sintéticas de su menú. Sin apartar la mirada de sus tranquilos ojos, di un gran bocado a la gruesa barra de carne de levadura rebozada y mastiqué con apetito y el ceño fruncido.

Cinco horas y media antes, la reunión comenzaba. Al principio solo era una exposición de las cantidades que se producían, pero solo cifras muy generales. Me fijé en que algunos secretarios apuntaban cosas en sus tabletas de datos, y supuse que serían de las cifras, para confirmarlas después. Pero después de la corta exposición sobre la producción llegó el turno de las quejas. Durante quince minutos estuve escuchando informes sobre picos de tensión, fallos en los conductos, escasa potencia en las minas alejadas… ya conocía todos esos problemas. Pero conforme hablaban me daba cuenta de que no tenían ni idea de lo mal que estaban las cosas de verdad. Al final resumió su exposición diciendo:

- Este último trimestre, la producción se ha visto reducida en un 2,5% con respecto al anterior. Por lo que ya llevamos un déficit de producción bruta acumulado de casi cincuenta mil millones de metros cúbicos. Casi todo por fallos energéticos en las minas, o problemas con los suministros de células energéticas. Aunque también hubo ciertos problemas con las piezas de repuesto, ese contratiempo en concreto ya se encuentra en vías de solucionarse-, añadió y se sentó tranquilamente en su sillón.

- Bien, más o menos como se esperaba, ¿no?-, dijo Sele con una media sonrisa. Todos sonrieron, excepto yo, que estaba enrojeciendo de vergüenza, al lado de Herena, que dormitaba en su asiento sin importarle nada de lo que la rodeaba. Me parecía indignante e increíble que se quedara dormida mientras arremetían contra ella de esa manera-. Bueno, pasemos de la minería a la fundición. ¿Departamento de Enlace Metalúrgico?

- Si, Consejero-, dijo una señora trajeada y con el rostro curtido y surcado de arrugas, que aparentaba unos cuarenta años-. Seré más breve que mi compañero. Básicamente, hemos trabajado por debajo de lo previsto por falta de materia prima. En dos ocasiones han fallado los trenes de transporte y nos hemos visto obligados a vaciar los almacenes, que siguen estando, casi siempre, bajo mínimos de almacenaje. En otras tres, los fallos energéticos detuvieron el proceso de fundición y como sabrán casi todos, tardamos cinco días completos en volver a ponerlos en marcha-, dijo mirando a Herena sin piedad. Bajé la mirada y anoté el dato, tendría que revisar eso también-. Por lo tanto, la producción para exportación sigue sin alcanzar la cuota y llevamos un déficit acumulado de cuatro mil millones de metros cúbicos.

Ese dato, aunque malo, me alegró. No era tanto el retraso de producción, pero aún así era enorme. Tras sentarse la responsable de metalurgia le toco el turno a transportes y resultó en más de lo mismo. Tras media hora hablando, resumí en mi fuero interno que había colapsos eléctricos en ferrocarriles y estaciones remotas por toda la luna. Curiosamente, en la ciudad no había ningún tipo de fallo, pero no creía que siguieran sin producirse así mucho tiempo.

Después le llegó el turno al departamento de alimentación, al de hidrología, al de telecomunicaciones… uno tras otro hablaron de sus departamentos y de los múltiples problemas que tenían todos. El único que había en común eran los fallos de energía, por suministro, por picos de tensión o similar. Llevábamos horas allí y habían expuesto todos los allí presentes, excepto yo.

- Y, por fin-, dijo Sele repentinamente serio-. Es el turno del Departamento de Energía.

En las dos horas que llevábamos allí, había pasado de estar avergonzado a estar furioso. A nadie parecía importarle que Herena durmiera la mona a pierna suelta. Todos se dirigían a mí y no me daban cuartel, cuando no se daban cuenta de que no podía hacer nada. Intenté que Herena despertara, pero solo conseguí que roncara audiblemente y se girara en el asiento. La vergüenza que sentía pasó a ser una intensa furia. Me levanté lentamente y, aunque temblaba ligeramente por la tensión nerviosa, intenté mostrarme tranquilo y con cuidado dejé mi tabla de datos sobre la mesa.

“Ante todo, y para empezar, quiero dejar claro que me he incorporado al cargo recientemente y, debido al… “estado”, de mi superior me hago cargo de presentar el informe al consejo-, casi todos se rieron por lo bajo de estas palabras-. Debido a un desgraciado accidente que me tuvo hasta hoy de baja, no he podido realizar una serie de inspecciones sobre el terreno, aún en contra de las “sugerencias” de mi compañero Jöel. Las he aplazado hasta mediados de esta semana, y sin duda aportarían datos de importancia para solucionar los problemas que han referido los demás departamentos-, vi como todos los asistentes me miraban con cierto asombro al pronunciar el nombre de Jöel. Pero no me retracté y tras un par de suspiros roncos de Herena, sentada a mi lado, que rompieron el silencio reinante, continué.

Han reportado numerosos fallos de suministro energético, desviaciones extremas en la potencia de salida, y picos de pérdidas de tensión muy a menudo. Las minas, la fundición y el resto de departamentos se quejan de un suministro energético insuficiente-, dije cogiendo la tabla de datos y mirándola con cuidado-, pues bien, he de anunciarles que la central trabaja a un ochenta por ciento de potencia de manera permanente, cuando según los datos sería necesaria una potencia muy inferior.”

Airado, saque el proyector del bolsillo de mi chaqueta y lo empujé con fuerza hasta el centro de la mesa. Un fulgor azulado flotó sobre la mesa y comenzó a tomar forma, flotando delante de mí Las gráficas y líneas de demanda comenzaron a perfilarse con claridad, mostrando las necesidades históricas y demás datos que había recopilado desde que había llegado.

Estaba cansado de tanto menosprecio de mi propio departamento, de tantas horas en silencio o haciendo caso omiso a mis exigencias. Estaba furioso, por los ronquidos de Herena, que cada vez sonaban más alto y, en un momento, decidí poner al departamento entero en evidencia. Era un paso arriesgado y lo sabía, ya que ya les caía mal y me arriesgaba a caerles aún peor. Además tendría que ponerme a solucionarlo en siete meses, pero pensaba que si conseguía pintar un panorama muy pesimista, podrían destinar a alguien mejor capacitado para arreglar el desaguisado.

Continué hablando y poniendo énfasis en la producción, que era lo único que había visto en persona hasta el momento. Indiqué mi impotencia en la oficina, en mi calidad de observador debido a que Herena (que dormía y roncaba, completamente ajena a mis palabras) seguía siendo la responsable. Aporté sugerencias de actuación a corto plazo y largo plazo, aunque aseguré que estaba trabajando para mejorar estas últimas. Y tras una hora hablando sin parar, me senté con cierta satisfacción, en el sillón.

Notaba mi camisa húmeda por la tensión que había pasado, y aún me temblaban de un modo apreciable, las manos. Di un sorbo de agua que había sobre la mesa y me recosté. Aún duraba el silencio que se había extendido sobre la mesa, parecían estar perplejos por lo que había dicho, y en algunos casos, casi parecían asustados. Finalmente reaccionaron y lentamente comenzaron a charlar acaloradamente entre ellos y con sus ayudantes, que también parecieron despertar y empezar a moverse. Tras un rato, Sele carraspeó y se hizo oír, aunque no sin cierta dificultad:

- Un poco de silencio, por favor… Bien, ha sido esclarecedor. Se ha arrojado luz sobre el desastroso estado de nuestro departamento energético. Estoy seguro que, aunque pensaban que la cosa se llevaba mal, no creían que fuese para tanto. ¿O me equivoco? -, preguntó a la ya silenciosa mesa.

Tras muchos comentarios, Sele llamó al orden y continuó:

- Según parece, la primera sesión solo ha servido para poner las cosas en claro. Veré lo que puedo hacer para encaminarlas. Me reuniré con ustedes por separado mañana. Se levanta la sesión.

Mientras guardaba todos los papeles que había utilizado, todos iban dándome golpes en la espalda al pasar y murmuraban cosas como, “a ver si cambias las cosas de una vez” o “por lo menos tú ves el problema”. No sabía si era a broma, pero en principio pensé que me apoyaban todos los departamentos. Herena roncó y me di cuenta de que me apoyaban todos menos el mío, y la vergüenza y la ira que había tenido durante la reunión se transformaron en una profunda desesperación. ¿Podía solucionar el marrón sin nadie de mi parte o que quisiera ayudarme? No. Sin duda no podría hacerlo solo.

- Buena exposición-, dijo Sele desde detrás de mí-. Tengo que hablar contigo, pero ya es tarde para ir al despacho. ¿Te apetece ir a comer algo mientras charlamos?

- Claro. Por supuesto, señor Uriakilis-, dije intimidado por el cargo que ostentaba-. ¿Y Herena?

- Déjala que duerma tranquila. Y te he dicho que me llamaras Sele, ¿recuerdas? Venga vamos a comer.

Me llevó a aquel local de comida rápida, en uno de los pasillos transversales que estaban cerca del acceso de servicios del Urbs. Sele seguía esperando una respuesta a la pregunta que me acababa de hacer. Y yo seguí masticando con parsimonia mi barra de “carne”.

- ¿Es legal?-, dije en cuanto tragué-. Porque muy ético no me parece.

- Puede, pero es completamente legal y entra dentro de los poderes de mi cargo, te lo garantizo-, dijo Sele seguro de sí mismo e intentando apaciguarme con ambas manos-. Además, dadas las circunstancias, está más que justificado y mi superior me respalda por completo en esta decisión.

- ¿Podría consultarlo con un jurista?-, pregunté, algo escéptico.

- Claro, llama a quien quieras, pero que quede entre tú y él. No conviene que se aireen este tipo de cosas antes de tiempo, sobre todo en un sitio tan pequeño como este-, dijo mientras se metía la ultima barrita en la boca y cogía su maletín-. Espero que tú hagas las cosas como es debido. Si aceptas llámame a mi casa antes de mañana por la mañana. Estaré esperando tu respuesta.

Y dicho esto, salió por la puerta y caminó hacia el Urbs. Tras un rato en silencio y masticando ensimismado, cogí mi chaqueta y mirando el reloj, vi que eran las 16.40, así que salí con lo que me quedaba de la barra rebozada me dirigí al despacho para recoger un par de cosas que había dejado en la oficina y necesitaba para redactar el informe.

En cuanto entré en la oficina, vi a Herena en su mesa, recostada en su silla y dando un largo trago a la botella de licor que ya estaba medio vacía. Estaba bastante cabreada y se le notaba y Jöel se aprovechaba de ello, hablándole con tranquilidad y dirigiendo sus pasos, supuse.

- ¿Os habéis reído a gusto de mí? – gritó airada y señalándome con el dedo-. Dejarme allí sola. Si no fuese por Jöel, aún seguiría allí.

- Si no te hubieses dormido a los cinco minutos de empezar la reunión, te hubieras enterado de muchas cosas-, le respondí tranquilo mientras me sentaba en mi mesa y ponía el dedo sobre el cajón, que se abrió con un susurro al entrar el aire dentro de él.

- ¿Y qué tal fue la sesión?- preguntó Jöel-. Espero que te orientaras bien con el informe. Seguro que te acosaron con lo de que no llegan a la cuota de producción. Siempre es lo mismo.

- No te preocupes, fue muy bien. Todos los departamentos estarán muy tranquilos a partir de hoy-, dije con un tono de satisfacción en la voz mientras cogía un par de carpetas con informes. ¿Había notado temor en la voz de Jöel? Decidí no decir nada sobre su informe, lleno de mentiras y datos inventados, que sin duda eran para tranquilizar al consejo-. De todas formas, creo que tenías razón. Aún me molesta la pierna-, mentí mientras me la frotaba-. Me iré a casa y redactaré el informe para el consejo, si no lo entrego para mañana me despiden… o igual no-, añadí al ver sus ojos.

- Me alegro de que haya ido bien la reunión -, dijo farfullando Herena-. ¿Pero y yo qué? ¿Cómo te has atrevido a dejarme allí sola?

- El Consejero Selenio Uriakilis me dijo que la dejara allí, señora. Y no me atreví a desafiar a un miembro del Consejo Regente-, dije con una clarísima voz de fingido lamento.

Oí como Lio se reía por lo bajo y seguía tecleando en su ordenador. Cogí todo y tras despedirme de los presentes, me marché con calma. En la recepción, ya no estaba la amable joven de pelo rosa, sino un joven con un pelo azul y largo y engominado en un complicado peinado. Mientras salía del Urbs, y me colocaba la chaqueta, me di cuenta con fastidio, que ese tono de azul era el del pelo de Miria. ¿Por qué me habría recordado ahora de ella?

Decidí caminar hasta mi apartamento, me sentaría bien hacer algo de ejercicio, pensé y además me ayudará a pensar. El aire de la ciudad era ya más frio que antes, y el tráfico aumentaba por los carriles centrales. En la tercera avenida radial, giré a la derecha y me adentré en las entrañas de la tierra. Bajando por aquel túnel cilíndrico, me fijé por primera vez, en que no había tiendas de ningún tipo y lo único que se podía ver era la larga curva que descendía en una suave pendiente. No había conductos de ningún tipo por las paredes y la lisa superficie solo se veía interrumpida, cada cincuenta metros, por una cámara hermética excavada en la pared y por las compuertas de emergencia que destacaban cada cuatrocientos metros desde el techo y los laterales de los túneles, ambas con su color amarillo fosforito y sus bandas negras.

Tras media hora andando vi, en la pared derecha el paso a mi zona de apartamentos, así que la tomé y avancé con calma por ella. Los autos pasaban de vez en cuando, muy cerca de mí, y me acercaba al lateral intentando no recordar el accidente de la cafetería. En la pequeña plaza de los apartamentos, las plantas seguían colgando de los bordes de la decoración, ahora goteando por la humedad del riego.

Saqué la tarjeta de acceso y pasé a la entada de mi bloque. Los pasillos estaban desiertos, y caminé lentamente por ellos hasta llegar a la puerta de a mi apartamento. En cuanto entré y encendí la luz, comencé a quitarme la ropa y a dejarla colocada en una de las sillas.

- Música ambiente suave, volumen bajo-, dije al control domestico-, ¿Tengo correo?

- “Tienes un mensaje nuevo y dos antiguos”-, dijo la odiosa voz de siempre.

El nuevo mensaje era mera publicidad, así que puse los mensajes antiguos y en el primero de ellos, vi como mis padres, desde el luminoso y agradable salón de su casa, me contaban las novedades de Sukia, mientras el viejo bosque de los parques del pueblo se veía al fondo, por las gigantescas ventanas. No se daban cuenta, pero me entraba nostalgia de aquel fresco aire con olor a pino y cerezas. No podía creer lo que acababa de oír, así que paré el video y la repetí desde un poco antes.

- Tenemos que contarte algo, y pensamos que te dolería menos si lo sabías por nosotros que por otros. Miria va a casarse en un par de meses-, dijo mi madre con la voz serena. Sabía que le costaba asumirlo. Le había caído bien cuando se la había presentado.

El mensaje continuaba intentando tranquilizarme, cuando quedaba claro que la que mas necesitaba tranquilidad era mi madre. Pero en el fondo no decía nada importante, ni con quien se casaba, ni cuándo ni dónde. Curiosamente en ese momento no me importaba, tenía cosas más importantes en las que pensar, como por ejemplo la sugerencia de Sele. Era cierto, se me olvidaba que tenía que consular algo, así que dejé los mensajes para luego y me puse en contacto con el primer abogado jurista que encontré en el directorio de la ciudad.

Tras más de veinte minutos de delicadas conversaciones, en las que traté desesperadamente de no entrar en detalles, pese a la confidencialidad absoluta que me garantizaba, acabé completamente convencido de que Sele decía la verdad. Estaba en su derecho de actuar así. Ahora todo dependía de mí y de mi respuesta, pero aún no estaba listo para decidir. Así que seguí mirando el mensaje de mis padres, que acabó sin mayor noticia que el de la boda de mi ex novia.

El video de Irine era más de lo mismo, solo que variaba el fondo. Una pared color crema con un enorme ventanal con vistas a uno de los enormes paneles solares de la DS7. Irine me dio algún detalle extra sobre la boda, oculto entre sus muestras de preocupación por mi reacción. Y no le faltaba razón. Se iba a casar con Brien Masil, uno de los compañeros de la planta que mejor me caían. Miria siempre había querido progresar a cualquier precio, pensé. Le chuparía la sangre a Brien como una sanguijuela, y lo desecharía en cuanto no le diera lo que le pidiera, y con un curioso alivio, me di cuenta de que me había librado de una buena.

En el reloj de la pantalla aparecía un pequeño 18.32, y me di cuenta que los mensajes habían sido el impulso que necesitaba para decidirme, así que llamé a la casa de Selenio y con un simple mensaje de audio, dejé gravado en su ordenador un corto mensaje:

- Señ… Sele, soy Tulius. He comprobado lo que me dijiste y visto que todo está en orden y es legal… acepto.

Dicho esto, grabé un pequeño mensaje para mis padres y para Irine.

“Hola papá, hola mamá, hola Irine. Acabo de ver los videos que me mandasteis por separado. Sé que he tardado bastante en contestar, pero he estado muy ocupado-, les aseguré-. En cuanto a Miria, ya la había olvidado, así que no os preocupéis por mí, aquí estoy bien y me voy adaptando, aunque poco a poco.

¿Os acordáis de todo lo que os había comentado hace unos días sobre la reunión que tenía hoy? No puedo contaros como ha ido, de momento es todo confidencial. Pero os sugiero que le echéis un vistazo de cerca durante unos cuantos días a las noticas que os lleguen desde aquí-, dije guiñando un ojo-. Y si me hacéis el favor de pasarle la noticia a Miria, os estaré agradecido. No os preocupéis, sabréis cual es e Irine estará encantada de hacerlo-, aseguré sonriendo-. En serio que espero que estéis bien, pero el trabajo se me ha acumulado con lo del accidente, así que me pondré a trabajar. Besos para todos y cuidaros mucho. Espero noticias vuestras pronto.”

No era mucho, pero era todo lo que tenía que decirles y, además no se me conocía precisamente por mis largos mensajes de video. Pero era verdad que el trabajo apretaba, aún tenía que redactar y mandar el informe trimestral, y además preparar la entrevista con Sele del día siguiente y poner al día el plan de visitas e inspección de esa semana. Por suerte había grabado la reunión de la mañana y después de transcribirlo solo sería cuestión de una hora o dos acabar un informe completo más que decente.

El trabajo se alargó y terminé poco antes de las dos. Tomé una cena bastante frugal a base de leche de levadura y unos pastelitos de hacía tres días, y me preparé para dormir. Con la luz azul tenue iluminando las paredes y el techo, desplegué la cama de la pared y con la suavidad de la gravead reducida, me dejé caer sobre la cama y con cuidado, coloqué las sabanas sobre mí y me relajé sintiendo el aire tibio de la habitación. Y aún con dudas, me quedé dormido.

Capítulo 11.

Me desperté aterrada y tomando aire, me incorporé en la cama. El reloj marcaba las 5.54 y todos dormían en los barracones. Volvía a estar cubierta de un sudor frío. Esta vez las pesadillas habían sido mucho más reales que la última vez, como si volviese a estar allí de nuevo. Pero hoy había aparecido algo que casi había olvidado. Había vuelto a soñar con la cara de Boil.

Hoy hacía una semana desde que me habían ascendió a jefa de unidad. Era uno de aquellos ascensos provisionales, fáciles de ganar y aún más fáciles de perder. Pero sin esos pequeños ascensos me sería imposible conseguir uno de los definitivos, con los que además, aumentaría de categoría. Al menos había conseguido que toda la unidad me siguiera sin problemas, hasta Salz, que había sido el jefe de unidad durante casi seis meses, se había resignado con rapidez a recibir órdenes y no a darlas. Una semana al frente de la unidad y, por fin, tendría tiempo para celebrarlo con el resto de la escuadra.

Hoy comenzaban tres días de permiso para varios batallones, incluido el mío. Y eso siempre significaba fiesta constante en las zonas de bares de la ciudad. Después de los entrenamientos matinales y de comer nos iríamos todos al “Sabot”, seguramente. Aunque había otros bares y locales, siempre acabamos yendo a aquel, siempre lleno hasta los topes de Ignis con ganas de divertirse.

Como todos los días a las seis en punto, las luces se encendieron y empezó a sonar “En Marcha Soldados”. Como todos los días nos pusimos en pie hicimos las camas, limpiamos lo barracones y nos colocamos el traje de combate, ya preparado para el entrenamiento.

Pero ese día hubo algo distinto. Mientras estábamos formados en el amplio vestíbulo que había libre delante de los barracones, el comandante pasó revista y una vez lo hizo volvió al centro y en vez de ordenar entrenamiento, dijo con una voz tan grave, potente y clara que no necesitó altavoz para que todos lo oyéramos:

- Soldados, descansen-, y al unísono todos los cruzamos los brazos detrás de la espalda, expectantes ante el cambio en la rutina-. Hoy se ha declarado el estado de Alerta Cuatro en toda la colonia. Todos los permisos quedan revocados y se cambiará el programa de entrenamiento para adaptarlo a la situación actual.

No dijimos nada, como es obvio, pero estábamos bastante menos que conformes. Mientras comenzábamos a calentar para los ejercicios matinales un murmullo de descontento se extendía por las filas mientras los sargentos recibían órdenes más concretas para los mismos. Parecían preocupados.

Después de las dos horas de rigor de carrera y de desayunar las crujientes tabletas con sabor a frutas, huevos y leche, hicimos las dos horas de ejercicios en la pista de obstáculos. Pero después, en vez de volver a correr como todos los días, pasamos directamente a las pistas de tiro. Ese día, en vez de practicar con las escopetas, rifles de asalto, rifles largos o hasta con armas pesadas de todo tipo, Avro, el armero, nos dijo con su voz rasposa:

- Hoy entrenareis con armamento no letal. ¿Todos conocéis el armamento, no?

- Sí, señor-, dijimos todos con fuerza, excepto Rash, que lo musitó de un modo apenas audible.

- Bien. Empezaremos con los cartuchos no letales para las armas estándar-, dijo pasando por delante y entregando tres cargadores estándar con un NL azul gravado en el lateral.

Los colocamos en el rifle que habíamos cogido al pasar por delante de la armería y comenzamos las prácticas, disparando primero contra las figuras estáticas que se proyectaban en la galería y después contra las mismas figuras en movimiento. A cada impacto la puntuación se registraba en las pantallas. Y como siempre Rash era el único que no daba ni una.

Durante cuatro horas estuvimos disparando y afinando la puntería, probando armas que apenas si se utilizaban en combate. Escopetas sónicas, granadas Bucha, Cañones de Microondas… eran fáciles de usar, y estaban diseñadas para que fuesen portátiles y efectivas. Ya nos habíamos entrenado con ellas algunas veces, pero no eran nuestra especialidad y, la falta de práctica se notaba.

Al final de la mañana, como siempre, nuestra escuadra se dirigió a las duchas, pero el calilo líquido que nos resbalaba por el cuerpo no conseguía animarnos. Durante las duchas ni hablamos. No había nada que decir. Acumulábamos mala leche y furia para usarla contra quien fuese que se atreviera a enfrentarse a nosotros. Sin embargo, poco después, en la comida en vez de reinar la calma, todos estaban que echaban chispas y no se molestaban en ocultarlo o callárselo. Y yo no era menos.

- ¿Pero por qué coño nos dejan sin permiso?-, dije airada mientras dejaba caer la bandeja aun sellada en mi sitio de costumbre-. Llevo seis semanas sin uno y a este ritmo me voy a olvidar como es un bar.

- ¿Pero tú cuántos permisos te has perdido?-, dijo Ober comiendo con calma de la bandeja-. ¿Por qué no te dieron licencia la última vez?

- Dos. La primera fue por la “discusión” que tuve contigo, en el pabellón de esgrima y de la que tú te librantes sin problemas-, le recordé un poco bruscamente-. Y la segunda por un pequeño problema con el armero.

- ¿Con Avro?-, preguntó extrañada-. ¿Pero qué le hiciste a ese viejo cabronazo? No discutirías con él sobre las miras o las rotaciones de armamento, ¿o sí?

- Más o menos-, dije molesta por recordar el incidente de la esgrima, aunque en realidad no había sino nada importante-. Más o menos.

En ese preciso instante, el propio comandante del regimiento entró en el comedor de la tropa y uno de los sargentos que le acompañaban ordenó cuadrarse con un solo grito que resonó en todo el local. Por supuesto, en un instante todos nos quedamos en silencio y cuadrados enfrente a las mesas y mirando hacia el comandante. Los pocos que estaban con las bandejas en las manos las dejaron rápidamente en el suelo o en alguna silla mientras se giraban y chocaban las botas en posición de firmes. El comandante se subió a una mesa de un salto y comenzó a hablar:

- Soldados, se que todos recordáis la rotación de servicio que hizo el regimiento en la 15º Flota Móvil-, como olvidarla, pensé mientras me palpitaba la herida de mi hombro izquierdo, pero aún así seguí cuadrada y mirando al frente-. Ahora os explicaré porqué el regimiento está en Alerta Cuatro. Ayer estallaron disturbios en Seydlitz, aunque no son ni de lejos tan violentos como los de hace dos años.

Con un gesto de su mano, comenzaron a proyectarse contra las paredes del comedor las imágenes de los enfrentamientos de aquel maldito planeta calcinado por el sol. Los mineros lanzaban piedras y botellas contra la policía en un corredor abovedado, detrás de unos parapetos muy rudimentarios. La última vez habían usado cosas más peligrosas que las piedras.

- El problema es que la última vez que hubo revueltas en ese planeta, las hubo en absolutamente TODAS las demás colonias mineras de la Federación-, continuó el comandante con vehemencia-. La mayor parte de las lunas no son importantes o no podemos permitirnos tenerlas paradas durante algún tiempo. Pero estamos en rotación en esta luna por una sola razón. Para evitar este tipo de situaciones aquí. Esta luna es VITAL para la Federación y no podemos permitir que una revuelta minera la paralice.

Todos miramos extrañados al comandante Lieno Portgas. ¿Aquella luna vital? Debía de estar de broma o equivocado… o tal vez no. Por qué si no se iba a montar una colonia minera tan grande en un lugar tan puñetero como esa luna.

- No todas las minas de esta luna son esenciales, por supuesto, y son esas las que debemos mantener bajo control a toda costa. La policía se encargará de la ciudad y las industrias perimetrales. Nuestra prioridad son las minas y los sistemas y redes de transporte. Si algo pasa en ellas, nos desplegamos. Si parece que algo va a pasar en ellas, nos desplegamos. La Flota de Defensa del Sistema está en alerta para dar apoyo si fuese necesario, pero la nave más cercana está a…-, miró el reloj con un movimiento más que visible-, treinta y seis horas de aquí más o menos, pero solo vendrán si les llamamos y solo lo haremos si tenemos verdaderos problemas.

Y tras una breve explicación de las disposiciones de despliegue, y los turnos que tendríamos que hacer, añadió un “continúen” y salió por donde había llegado. Nos quedamos un rato mirando las pantallas y seguimos comiendo la comida, algo más fría, de las bandejas. Ahora ya no se oían conversaciones y el comedor estaba en un silencio sepulcral, solo roto por el ruido de los cubiertos contra los platos y las noticias públicas sonando, ahora con claridad, por toda la sala.

“Ayer, en el sistema binario Ceti, las viejas rencillas de los mineros hicieron mella. En la ciudad minera de Seydlitz, en Ceti2, han vuelto a estallar violentos disturbios. La policía local de la ciudad y las Fuerzas de Seguridad Planetaria han conseguido contener y reducir, de momento, a los mineros rebeldes, que según declaraciones hechas a la prensa local, no piensan cejar en sus reclamaciones…”



El choque de los manifestantes contra nuestra línea de defensa fue brutal. El impacto casi nos derriba. Los escudos que teníamos sujetos con el brazo izquierdo, nos ayudaron a pararlos, pero nos seguían empujando y consiguiendo que retrocediéramos a base del peso inmenso de la multitud. No podríamos contenerlos, y si seguían así conseguirian llegar a la compuerta que quedaba a nuestras espaldas.

- Segunda unidad. ¡Disparad con las escopetas!-, gritó Magnis por los cascos.

Toda la unidad de Tásin dejó de empujarnos para ayudarnos a contenerlos y, cogiendo las escopetas que llevaban colgando a sus espaldas, las colocaron entre los escudos y dispararon a bocajarro. Las ondas acústicas concentradas, derribaron a la primera línea de atacantes, que cayó inconsciente sobre el resto, quedando atrapados entre nosotros y la multitud, que se aprovechó y nos empujó aún más. Fuimos arrollados.

Vi como Rash encendía la porra y comenzaba a dejar inconscientes a tantos manifestantes como podía. Pero ya nos desbordaban y pasaban por encima de nosotros y, finalmente llegaron a la compuerta.

- Fin de la práctica. Todos firmes-. Sonó con fuerza en todos los casco y en el sistema de megafonía de la sala de combate.

Los atacantes se detuvieron. Eran el resto de nuestro batallón y varias escuadras de policía, que hacían las veces de manifestantes. Todos sin la protección de sus armaduras, para que el ejercicio fuese más realista. El capitán del batallón y el instructor de la policía se acercaron de mal humor.

- Sargento Magnis. A obrado mal-, gritó el capitán-. ¿Cuántas veces ha fallado ya el ejercicio y donde ha fallado esta vez?

- Tres, señor-, dijo-. Juzgué que necesitaba a las dos escuadras para contener a la multitud. Era preferible mantener la posición a disparar primero.

- Generalmente tendría razón, sargento-, le defendió el instructor-. Pero en este escenario sería preferible replegarse detrás de la compuerta.

El instructor continuó hablando y explicando los fallos y aciertos de Magnis, corrigió posturas de disparo y adaptó nuestras tácticas. Durante toda la tarde estuvimos allí, unas veces con el uniforme, disparando y resistiendo los envites. La mayoría del tiempo sin él, enfrentándonos a nuestros compañeros transformados en una tuba furiosa.

De vez en cuando veía a Rash, estaba encantado, y muchas veces conseguía llegar a primera línea y enzarzarse a golpes contra los antidisturbios. Por mi parte descubrí una cosa. Aunque las armas no fuesen letales, la mayoría hacían muchísimo daño. Las peores de todas fueron los cañones microondas, la piel parecía arder, los ojos se cerraban sin quererlo… Lo único que podías hacer era ponerte a cubierto, pero así no podías avanzar. Pero acabamos descubriendo el truco, arrancando unos paneles metal de las paredes, un grupo comenzó a avanzar cubriéndose con ellas.

Al final del día, tanto los atacantes como los antidisturbios habíamos vencido en una u otra ocasión y el instructor se esforzaba para enseñarnos los fallos y como corregirlos. Esta vez la ducha fue más animada, comentando los movimientos, los golpes que se habían dado o recibido, a quien se había golpeado…

Después, una animada cena en el comedor bajo las imágenes de los enfrentamientos de Ceti2, donde brindamos una y otra vez con lo único que había para beber, agua e intentábamos olvidar el permiso que nos habíamos tenido que perder. Más tarde, en los barracones, casi todos pasaban el rato echando pulsos o jugando a las cartas mientras veían una película (hoy echaban “Los Heroes de Safad” en el canal de cine bélico), o como Jiliel y yo, leyendo tranquilamente en nuestros catres.

A las 23.00 se apagaron las luces, justo diez minutos después de que la película terminara con los protagonistas surgiendo entre los escombros, exhaustos, diezmados y llenos de polvo y barro, con el sonido de una marcha victoriosa de fondo. Todos estábamos ya en las camas y listos para dormir. Pero justo antes de quedarme dormida pensé con satisfacción que hacía tiempo que no me divertía tanto en los entrenamientos.

Capítulo 10.

Me desperté mirando al techo de mi apartamento. La habitación estaba a oscuras, salvo por el tenue fulgor azulado que se proyectaba contra el techo. No acababa de acostumbrarme a dormir en una completa oscuridad, así que había tenido que dejar la luz de la habitación así para poder dormir a gusto. De reojo miré el reloj del cabecero de la cama y un 6.56 parpadeó unos momentos y se apagó. Casi era la hora de levantarme y volver al trabajo, y para colmo me habían convocado a una reunión del Consejo de Producción.

Apuré los últimos minutos en la cama y disfruté del tacto de las nuevas sábanas que me había comprado. La semana de baja laboral se había transformado en una semana de compras. Había pasado varias tardes deambulando por el Anillo de Cristal y comprando cosas para que se hiciera más soportable el apartamento.

En cuanto el despertador comenzó a pitar me levanté tan rápido que salté en el aire y aterricé varios metros al centro de la sala. Se veía que aun no me había acostumbrado del todo a la gravedad - por lo menos cuando aún estaba medio dormido -. Aún algo atontado, dije de carrerilla:

- Luces moderadas blancas, televisión en el Canal de Noticias con volumen bajo y noticias principales-, parecía mentira, pero aún no me había parado para programar mis gustos en el ordenador del piso-. ¿Tengo correo?

- “Tienes diecisiete mensajes nuevos”-, dijo la voz femenina de siempre.

Me había acabado dando cuenta de que parecía que Tumbe solo había una voz. La voz de los autos era la misma que la de las pantallas de televisión, y la misma que la de algunas tiendas automáticas y la de mi casa. Era algo que me molestaba muchísimo y no sabía muy bien por qué.

- Abre la cocina y ponlos en su pantalla auxiliar-, dije mientras me acercaba a la sección de la pared que ya se había empezado a mover y dejaba ver la pequeña cocina del apartamento.

Empecé a preparar mi desayuno habitual: té caliente y bien cargado, unas tostadas bien gruesas con aceite, mantequilla y mermelada. Mientras lo colocaba todo para que se hiciera tranquilamente, miré la pequeña pantalla de la pared y eché un vistazo a los mensajes. No había nada urgente, la mayoría eran simples anuncios de restaurantes a domicilio, tiendas varias u ofertas. Había un mensaje recordándome la reunión de hoy a las once y otros dos personales, de mis padres y de Irine, pero tras verlos por encima vi que no me contaban nada nuevo, así que los dejé para verlos en el trabajo o después, si no encontraba un hueco.

Mientras iba al pequeño cuarto de baño a darme la ducha de rigor, miré la pantalla que ocupaba casi toda la pared y, con poniendo el sonido en el baño lo bastante alto en la pequeña pantalla de la ducha, escuché las noticias matinales mientras me duchaba.

“… cuando intentaron abordarlos. La 56º flota fronteriza, encargada de la protección del Sistema Zuiribi, entre otros, emprendió su persecución inmediatamente pero únicamente consiguió la destrucción de dos de las naves atacantes -, decía el reportero, mientras aparecían imágenes de una nave espacial destrozada y de aspecto lamentable siendo rodeada por numerosas naves más pequeñas -. Este es el trigésimo segundo ataque de importancia, en lo que va de año, a los sistemas fronterizos, y el Almirantazgo Estelar está recibiendo muchas presiones para que se aumente la protección de los Sistemas Exteriores. Desde el Sistema Anath, el Almirante Devian Saul, Pivum Tercio y Responsable de la Zona Fronteriza Theta declaró ayer:

- Los comúnmente conocidos como “Piratas Espaciales”, solo son unos renegados aislacionistas que, por tradición y necesidad, arremeten contra las colonias menos protegidas en la frontera. Según nuestros informes no cuentan con otra fuente de recursos tecnológicos, que los que nos roban, por lo que la amenaza es, para la totalidad de la Federación, muy baja.

En ese aspecto, el Almirante Saul cuenta con los datos históricos a su favor, puesto que los ataques que dichos piratas emprenden contra los Sistemas Periféricos y Centrales han resultado, en todos los casos, en una derrota aplastante de los asaltantes, gracias a los sistemas de defensa de los mismos.

El Consejo de Zuribi ha elogiado, en un comunicado público tanto, la actuación de la 1ª y 2ª guarniciones de Zuribi, que defendieron los núcleos de población y los centros de producción, como la rápida aparición de la 56º flota, que hizo huir a la fuerza atacante…”

En ese momento salí de la ducha, ya limpio y aseado, y comencé a vestirme enfrente a la pantalla principal mientras miraba las imágenes de la batalla de aquel alejado planeta y pensaba, que al fin y al cabo, podía haber acabado en un sitio peor, o por lo menos más peligroso, que Tumbe. Ya con el traje gris y la camisa negra puestos, cogí la tostada que se había acabado de hacer mientras estaba en la ducha y dándole un buen mordisco, seguí mirando las noticias con un vago interés.

“… las viejas rencillas de los mineros hacen mella. En la ciudad minera de Seydlitz, en Ceti2, han vuelto a estallar violentos disturbios. La policía local de la ciudad y las Fuerzas de Seguridad Planetaria han conseguido contener y reducir, de momento, a los mineros rebeldes, que según declaraciones hechas a la prensa local, no piensan cejar en sus reclamaciones -, decía una reportera al tiempo que mostraban las imágenes de un corredor lleno de escombros con varios mineros lanzando piedras contra los policías.

El Sistema Ceti, pese a ser considerado un Sistema Periférico, se encuentra muy aislado del resto de sistemas, debido a su ubicación en el interior de una nebulosa muy densa, que impide una fácil navegación. Este hecho ha propiciado que los instigadores aislacionistas del sistema consigan tornar a su favor, el fondo de violencia que existe en el planeta, para enfatizar sus descabelladas reclamaciones.

Hace más de dos años, las mismas reclamaciones hicieron surgir una violenta rebelión de todas las minas del planeta, que se extendieron a las ciudades y que finalmente hizo necesaria la intervención del ejército, que se desplegó y sofocó la rebelión con contundencia y…”

- Apaga la televisión -, dije mientras colocaba los platos del desayuno en el pequeño lavavajillas -. Conecta el lavavajillas, cierra la cocina y empieza el programa de limpieza en cinco minutos.

Cogí mi tabla de datos personal, la tarjeta de acceso al piso y la de crédito de la mesa del lado de la entrada y me las guardé en los bolsillos del traje. Salí y cerré la puerta. Y mirando mi viejo reloj de pulsera, vi que los números digitales marcaban las 7.43. Aún me quedaba tiempo de sobra para llegar al despacho.

Cuando bajé, vi que no había ningún auto en la entrada de los apartamentos y me paré un rato pensando que hacer. Nunca me había pasado, desde que llegara a la ciudad, así que me dispuse a caminar hasta el Urbs, aunque quedaba bastante lejos para llegar a tiempo a pie. Pero una de mis vecinas apareció en por la puerta y un auto llegó para recogerla, así que me aproveché.

- Perdona. ¿Te importaría que te acompañara? -, pregunté con cierto embarazo -. Voy con un poco de prisa.

- No hay problema si me queda de camino -, dijo con calma -. ¿A dónde vas?

- Al Urbs.

Me dijo que subiera y, tras indicar nuestros destinos, el auto se puso en marcha en medio del intenso tráfico.

- ¿Hay que pedir los autos o algo? Es que como siempre que salía había uno aparcado en la entrada no me molesté en averiguar cómo llamarlos -, dije, molesto por revelar que no sabía cómo funcionaba de todo el sistema.

- Pues sí, hay que pedirlos -, dijo un poco sorprendida -. Si estás en casa se lo puedes pedir al sistema de control y si no, con llamar a la central e indicar donde lo quieres te mandan el más cercano.

El viaje no dio para muchas más conversaciones, al poco rato paraba en la entrada principal del Urbs, justo en uno de los bordes de la Cúpula, y yo me despedía de la amable vecina de la que, como me pasaba demasiado a menudo, no conseguía acordarme de cómo se llamaba.

Como siempre, al darme en la cara el aire caliente del interior del Urbs, me hizo retroceder y dudar al entrar en aquel horno. Pero cuanto traspasé las puertas, la recepcionista de pelo rosa, se levanto y me saludó amablemente con un “Buenos días, señor Muria. Hoy está muy elegante. Espero que se encuentre mejor tras su accidente”, desde detrás de la recepción de madera. Respondí amablemente pero me escabullí en cuanto pude, hacia el Departamento de Energía. Llevaba llamándome señor Muria desde tres días antes del accidente, y supuse inmediatamente que se había enterado de que iba a substituir a la vieja Herena. Odiaba que me llamaran así, me hacía sentir demasiado viejo, aunque el traje que llevaba para la reunión, me hacía sentir como uno.

La puerta del Departamento de Energía estaba, como siempre, entreabierta, y aunque había conseguido que limpiaran, ventilaran y renovaran más a menudo el aire de la oficina, el desorden seguía reinando entre todas las mesas, excepto la mía. En ella se apilaban, en varios montones uniformes, unas pilas de carpetas y discos de informes, ocultando la bandeja de entrantes y haciendo destacar la vacía de salida.

Mientras entraba en la oficina y me sentaba en la silla acolchada de mi mesa, vi a la pequeña Lio, trabajando afanosamente en su mea de la esquina, levantó la mirada y frunció el ceño un momento antes de volver inmediatamente, y sin tan siquiera parar a saludarme. No me sorprendía, desde que había llegado había sido siempre igual. No me inmuté y la saludé, intentando parecer amable, mientras me quitaba la chaqueta del traje, la colocaba en el respaldo y me sentaba a la mesa.

Encendí las pantallas de mi escritorio y, con un suspiro resignado, cogí la carpeta que había encima de la pila y comencé a leerla con poco ánimo. ¿Era poco pedir que alguien de la oficina me saludase cuando entraba? ¿Tanto ansiaban el puesto que iba a ocupar en poco más de siete meses? No sabía el porqué, pero echaba de menos la cordialidad en el trabajo. En la Planta de Sukia no me llevaba muy bien con mis compañeros de trabajo, pero aún así siempre nos saludábamos, charlábamos sin problemas en los pasillos, y hasta de vez en cuando, salíamos a beber después del trabajo.

- Buenos días, Duran -, escuché de pronto -. ¿Ya has hecho las paces con tu mujer?

- Buenas -, respondió de mal humor. Su tono y las profundas ojeras que destacaban en su moreno y arrugado rostro, eran toda una respuesta. Y el corto y grasiento pelo rubio platino era otra pista en ese sentido.

Cuando alcé la vista para mirar a Duran al entrar, vi las cifras y estadísticas de la Planta Nuclear, de la que él era responsable directo. Seguía casi al ochenta por ciento de potencia, y tragando hidrógeno y helio-3 sin parar. Tendría que comentárselo a los economistas del Consejo.

- Buenos días -, dije con un tono serio -. ¿No te había dicho que planta no tenía que funcionar a tanta potencia? A este ritmo las reservas de helio se van a acabar en nada.

- Helena ordenó la potencia actual, y yo la respaldé, “jefe”-, dijo claramente enfadado y haciendo ver que se contenía para no gritar. El tono con el que dijo “jefe”, como les había dado en llamarme, era un perfecto ejemplo del desprecio que me profesaban -. Esta semana hubo picos importantes de demanda.

- De todas formas ahora, no hay ningún pico y no lo ha habido desde hace dos días -, dije revisando las graficas archivadas -. Además la potencia se puede ajustar en menos de cinco minutos para plena potencia, si fuese necesario -, dije aparentando tranquilidad y sentado detrás del escritorio. Duran me miró con desprecio, pero antes que dijese nada añadí -. Pero si Herena dice que tiene que tener esa potencia, pues hazlo así. Ella es la responsable, de momento.

Eso pareció bastar por el momento, así que seguí leyendo los informes y comparándolos con las cifras del ordenador. Eran las ocho y media, y solo éramos tres en la oficina. Si las cosas seguían como hacía dos semanas, Herena llegaría a las once, justo a tiempo para la reunión, o lo mismo hacía como los otros dos y despacharían todo desde sus casas o cualquier otro lado. Si lo hacían.

Mientras seguía revisando los números y datos de la producción energética y me topaba con montones de incongruencias y fallos monumentales, que iba anotando y señalando en un archivo aparte. Se me ocurrió pensar que esa si era manera de trabajar. Sabía, que mucha gente tenía buenos resultados desde sus casas, pero yo no era capaz de hacer algo semejante. Necesitaba estar en una oficina, rodeado de gente, y de ambiente de trabajo. Pero en esta oficina, todos pasaban por encima de mí, como si no existiera. Herena no me desautorizaba, pero tampoco hacía nada para refrendarme en el cargo como su futuro sucesor. De hecho, todos parecían hacer lo que Jöel decía o sugería y, era de hecho, quien verdaderamente dirigía el departamento a base de inocentes sugerencias e indicaciones en los pasillos.

Las dos horas siguientes pasaron con tranquilidad, en mi mesa del despacho sonaban las noticias, que como siempre también tenía en un pequeño recuadro de la pantalla secundaria al que apenas si miraba. También podía ver como Duran movía lentamente la cabeza mientras trabajaba, debía tener música suave o algo parecido. Lio, sin embargo la agitaba a mucha más velocidad y con una mueca de satisfacción, seguramente escucharía algo más fuerte, y me alegraba que los altavoces concentraran el sonido solo en su mesa.

Cuando dieron las 10.30, cogí mi tabla de datos con la placa de memoria para la reunión del Consejo, y mientras me ponía la chaqueta, salí diciendo:

- Me marcho a la reunión. Si Herena llega, recordadle que es a las once en la sala de conferencias del consejo.

Tanto Lio como Duran me miraron y asintieron, ausentes. Meneando la cabeza, cerré la puerta y caminé por los, bastante transitados, pasillos interiores del Urbs. Las oficinas abiertas estaban muy animadas y llenas de administrativos que solo se dedicaban al papeleo. Las oficinas de los departamentos técnicos estaban cerrados y en la periferia. Los burócratas se movían con agilidad entre las mesas abiertas y charlaban animadamente a la vez que escribían o leían en sus pantallas.

Cuando llegué al ascensor, entré y la casi omnipresente voz dijo:

- “Indique planta o departamento de destino”

- Sala de Conferencias del Consejo -, dije de mal humor. Aunque me había resultado agradable al principio, escuchar esa voz en todas partes hacía que, cada vez más, me pareciera irritante. El ascensor se puso en marcha y tras un corto viaje se oyó.

- “Sexta planta.”

Al abrirse las puertas, vi una pared de madera labrada que se alargaba por todo el silencioso pasillo. Salí del ascensor y seguí uno de los indicadores transparentes que flotaba enfrente de los ascensores. Tras un rato encontré la sala que buscaba con la puerta abierta, así que no me lo pensé y entré.

Solo estaba un secretario de pelo negro, preparando los papeles para la reunión. Sin duda era mayor que yo, pero no aparentaba más de treinta, me fijé mientras entraba. Tosí levente y pregunté:

- ¿Es aquí la reunión del Consejo de Producción?

- Sí, pero es a las once -, dijo mirando su reloj -. Eres el nuevo de Energía, ¿no?

- Sí, soy yo -, dije con cierto embarazo -. Además es la primera reunión a la que asisto. En fin soy…

- Tulius Muria -, me interrumpió rápidamente -. Me llamo Selenio Uriakilis, pero puedes llamarme Sele -, añadió con una sonrisa mientras me estrechaba la mano.

- Perdona si después no recuerdo tu nombre, soy muy malo con ellos y me cuesta bastante recordarlos -, dije a modo de disculpa anticipada -. ¿Cuál es mi sitio?

- Allí -, dijo señalando una silla en un lateral de la mesa mientras siguió colocando las carpetas -. ¿Traes mucho material preparado? ¿Qué me puedo esperar?

- La verdad es que traigo bastantes cosas. Hay un montón de cosas que los jefes tienen que saber. Entre nosotros, los sistemas de esta luna, aunque están bien diseñados, se controlan de pena -, dije en voz baja. No sabía por qué, pero me caía muy bien y rápidamente hubo un ambiente de mutua confianza. Tal vez porque llevaba demasiado enfrentándome a la hostilidad en el trabajo o porque me sentía solo, pero me dije que sería mejor cerrar la boca por el momento, así que añadí -. Aunque no sé si solo será mi punto de vista.

- No te preocupes, seguro que si dices eso y tienes pruebas le vas a encantar a los “jefes”-, dijo riendo, y por lo bajo añadió -. No tragan a tu departamento, y menos a Herena. Siempre han dicho que es un desastre, aunque si te preguntan, yo no he dicho eso. Tengo que marcharme a preparar el resto de la reunión-, dijo colocando las últimas carpetas enfrente a la última silla -. Nos veremos luego.

- Hasta luego -, me despedí.

Me senté en la silla que me correspondía y volví a mirar lo que había preparado. Estaba tan tenso como en las exposiciones ante el tribunal de la Facultad. Había visto en las noticias algunas reuniones del Consejo de Producción de Danu3, y eran duros combates verbales entre los responsables de los distintos departamentos. Y aunque al final siempre tenía la última palabra el Regente del Consejo, por lo que había visto, intentaba insistentemente en que se decidiera por mayoría (lo cual no era posible en algunas ocasiones).

Antes de darme cuenta, ya eran las 10.55 y el primer grupo de asistentes entró charlando animadamente. En cuanto me vieron sentado y leyendo la tabla de datos que tenía sobre la mesa, se callaron. Me di cuenta de su llegada y a la vez que me levantaba y colocaba la chaqueta los saludé, intentando parecer sereno y tranquilo, pese a no estarlo en absoluto. Ellos hicieron lo propio, aunque un poco más callados que cuando entraron, y avanzaron hasta sus respectivas sillas.

Volví a sentarme y continué repasando las dos presentaciones que había montado apresuradamente esa mañana, una bastante larga con todos los pormenores y números y otra condensada y no tan pesimista, a la que podía pasar en el punto correcto en un par de segundos apretando un botón. El resto de los asistentes continuó entrando en parejas o en grupos, hasta que el reloj de la pared marcó las 11.00 y, para mi sorpresa, Herena entró en la sala con Jöel justo detrás, caminando con arrogancia y seguridad.

Herena se sentó en su sitio, a mi izquierda, y con un suspiro de resignación y cerrando sus ojos enrojecidos, sacó una petaca de la cartera y le dio un largo trago. Jöel se acercó por detrás de mi asiento y apoyando la mano en el asiento me dijo con calma.

- No es necesario que soportes la reunión en tu estado, seguro que aún te duele la pierna. No te preocupes, ya nos encargamos Herena y yo-, dijo con un tono de preocupación en la voz.

Me giré lentamente y le miré directamente a sus ojos azul marino, que parecían la viva imagine de la inocencia. Pero no podía creer que dijese algo así, prácticamente me estaba echando de la reunión antes de que empezara. Sostuve su mirada un rato y lentamente volví a sentarme mirando al resto de la mesa, que estaban mirándome con curiosidad.

- No os preocupéis tanto por mí. Tengo la pierna perfectamente, y antes de que digas nada, el brazo también-, le dije por encima del hombro mientras miraba con seriedad al resto de asistentes-. Soy más resistente y tenaz de lo que pensabas, ¿no?

- Me alegro de oír que ya estás mejor. Pero Herena y yo hemos preparado las presentaciones y los informes para el consejo-, comentó con la voz un poco más preocupada. Y señalando las carpetas de encima de la mesa, añadió-. Además ya lo han repartido y no queremos que te preocupes.

- ¿Toda la semana preparándolo? Vaya, eso ha sido mucho trabajo-, dije aparentando asombro, mientras seguía escrutando las miradas de los responsables del resto de los departamentos-. Pero no hacía falta que os preocupaseis tanto. En cuanto llegue por la mañana a la oficina comencé a repasarlo todo y a preparar el consejo, fue un poco justo, pero sin duda hubo suficiente tiempo.

- Pero seguro que no has tenido tiempo para redactar un informe…

- Si, no lo he redactado-, le interrumpí con severidad, pero sin mirarlo-. Haré un informe oral al consejo y les remitiré una copia esta misma noche, para que puedan utilizar mañana en sus departamentos.

Miré a Herena de reojo y vi como se hundía cada vez más en el asiento quedándose dormida, y haciendo caso omiso de todo lo que la rodeaba. Sin duda en ese estado, Jöel podría hacer lo que quisiera. Tenía la sensación de que llevaba haciendo eso durante años y así podía dirigir de hecho el departamento. Me di cuenta de que se había acercado al asiento de Herena y sin darme tiempo a reaccionar le sugirió.

- ¿Estás cansada? Por qué no vas a dormir un rato, ya nos encargamos Tulius y yo de la reunión.

- Es muy resistente, y esto no es nada, la he visto trabajar así, o incluso peor-, le dije mirándolo a Jöel a la cara. Pude oír unas cuantas risas por la mesa-. Estate tranquilo, que estará perfectamente. Y si pasa algo, ya me encargo yo de ayudarle con la reunión. Ah, y déjame tus notas que les echaré un vistazo.

No supo que responder ni cómo reaccionar, y dejándome las notas encima de la mesa se giró y dirigió un poco apesadumbrado a la puerta. En cuanto la cruzó, dos personas vestidas con trajes negros, entraron en la sala. Ambos lucían unas pequeñas insignias plateadas en el pecho del traje, eran parecidas a las que el resto de nosotros llevábamos, aunque de forma diferente. Las suyas eran un círculo perfecto, las nuestras tenían forma de dos líneas horizontales, onduladas y paralelas o bien la de un cuadrado perfecto, como era mi caso. Cuando se sentaron, cada uno en su sitio no pude evitar sentirme sorprendido:

- Lamento el retraso. Veo que por una vez estamos todos-, y hubo un coro de risas entre el resto de la mesa-, así que podemos comenzar. Pero antes, les presento a Tulius Muria, Tellus Sextus y Encargado de Producción Energética, que se hará cargo del Departamento de Energía.

Y sin darme tiempo ni a recuperarme ni a presentarme, Selenio Uriakilis, Regis Quinto y miembro del Consejo Regente de Tumbe se puso en pie, indicando que tenía la palabra, y dijo con voz clara y firme:

- Doy por comenzada la primera sesión del trimestre del Consejo de Producción de la Colonia Minera de Danu6E. Tiene la palabra el Departamento de Enlace Minero.

Capítulo 9.

El frío de la lluvia se metía por las juntas del traje presurizado mientras trabajaba a orillas de aquel gigantesco lago transparente, cuyas olas salpicaban la roca gris de aquella mina, la M51-T. Me fijé en como las olas del lago se elevaban y caían lentamente con el fuerte viento que soplaba casi siempre. Empezaban a dolerme todas las articulaciones y ya casi no notaba los dedos entumecidos, tanto en las manos, como de los pies.

- ¡Oye, novato! -, sonó por la radio del casco -. Deja de perder el tiempo mirando al lago y sigue a lo que estás, que nos estamos desviando.

- Tranquilo, lo he visto -, dije mientras empujaba la cabeza de aquella maquina hacia un lateral y me movía en torno a ella para comprobar que siguiera la senda fluorescente que habían dejado los topógrafos varios días antes.

- Pareces cansado ¿Es que no tienes aguante? ¿O hubo mucha fiesta en Tumbe? -, dijo Uri desde la cabina de la excavadora.

- Llegué aquí de madrugada y aún me duraba la resaca, si llego a saber que tendría que ponerme a trabajar nada más llegar, no hubiera salido-, le dije mirándolo desde el suelo con fastidio-. Pero claro, a ti te daría igual trabajar con resaca. Sentado tan cómodamente en la cabina y encima con calefacción.

Uri no respondió y se limitó a dar un sorbo a la taza humeante que llevaba en la cabina y a mirar a los paneles de control que llenaban toda la pared de su derecha y ajustó unos cuantos controles y se alejó de la ventana hacia el interior de la máquina. Llevábamos casi cinco horas de trabajo ininterrumpido y pronto deberíamos parar un rato, aunque fuese para comer algo y calentarme como era debido.

- Oye, Uri -, dije por la radio - ¿Falta mucho para el descanso?

- ¿Qué te pasa? ¿Tienes frio? -, me contestó con un claro tono de recochineo.

- Pues sí. Estoy helado y tiritando-, con la lluvia que caía desde hacía varias horas, apenas si podía aguantar caminando. El frio se metía en el cuerpo sin importar cuán fuerte estuviera la calefacción del traje.

- En un par de minutos -, dijo mirando su reloj -. Así que vete preparando para parar y cuando lo esté todo listo, entra dentro, que ya te estoy calentando café.

Abrí los ojos, y con bastante prisa, levanté la cabeza excavadora y pulsando unos cuantos botones del control inalámbrico, la puse al ralentí, para que no se congelaran los líquidos de transmisión ni los rotores y corrí hacia la puerta de la cámara estanca, a donde me subí de un salto. Mientras entraba el aire caliente del interior de la máquina comencé a tiritar aún más fuerte que en el exterior y, cuando entré y me quité el casco, casi no podía controlarlo.

- Joder, estas peor de lo que pensaba -, dijo mientras dejaba a un lado las dos tazas humeantes de café -. Ahora quítate todo el traje y la ropa interior y ponte el traje de hipotermia del armario.

No me hice derogar. El traje estaba tan frio que no podía ni tocarlo con la mano desnuda. Uri, me ayudó a quitarlo con los guantes que se había puesto y en cuanto me enfundé el traje de una pieza plateado y comenzó a calentarse rápidamente, y me pareció que estaba en el paraíso.

- Tomate el café y quédate tranquilo. Que tienes una hora para volver a entrar en calor y comer algo -, dijo pasándome la taza-. Si es que va a resultar que eres un friolero. ¿De dónde vienes? ¿De algún trópico?

- De Danu1, nací allí-, dije degustando el café, casi hirviendo que estaba en la taza-. Pero claro, allí el problema era que hacía demasiado calor.

- ¿Y por qué te viniste aquí? ¿O acaso te destinaron? -, dijo mientras metía un par de raciones precocinadas en el micro de la cabina.

- Me apunté para salir de aquel horno calcinado y, a ver a donde me mandaban, y mira donde acabé.

- Si, y mira a donde te han mandado. A una roca congelada y aislada.

- Ya, pero por lo menos, aquí pagan bastante mejor-, dije mientras me servía otro café.

Poco después me quité el traje plateado y lo volví a colocar colgado del armario. Aquel traje era la leche, ya no me dolía el cuerpo por el frio ni lo tenía dormido, pero aún me hormigueaba un poco la piel, sobre todo la de los dedos. Me puse un mono azul oscuro de la empresa minera y cogí la bandeja que me ofrecía, rompí el sellado y ataqué con ganas el guiso humeante. La verdad es que sabía fatal y tenía una textura grasienta y pastosa, y cuando le pregunté a Uri me explicó que era un guiso muy común en las minas, a base de algas y levaduras altas en grasas, para trabajos prolongados en el “exterior”.

Estuvimos charlando durante toda la hora del descanso y me enteré de la vida y obra de la familia Lovkin, que fue de las primeras en llegar a aquella luna y con miembros en todas las castas de la luna. Siempre me hacían gracia las mezclas de asignaciones que se daban en algunas familias, no era el caso de la mía, en la que todos éramos Tellus, pero la de Uri era otra historia. Desde su tío, director de Tumbe Televisión, a su hermana mayor, que era jueza, Uri tenía familiares en los puntos y trabajos más diversos de la ciudad.

- Va siendo hora de seguir con el tajo, ¿no?-, dijo Uri-. Aún nos queda bastante que hacer antes de que lleguen para instalar el drenaje.

- Pero tenemos una semana hasta que lleguen los equipos, ¿no?

- En realidad dos-, dijo mirando las pantallas-. Pero hay que hacer más de doscientos kilómetros de canal, y como sigamos a este ritmo no llegamos.

No dije más, me enfundé el traje, que ya estaba a “calentito”, y tras darle un último sorbo a otra taza de café hirviendo (o casi), cerré el casco y entré en la cámara estanca. No noté como el calor abandonaba la cabina, pero si el cambio de la presión en el aire. La puerta se abrió y el frio horizonte anaranjado que se extendía sobre el lago. Salté y, suavemente, aterricé sobre la fría roca gris dos metros debajo de la cabina, conecté los controles al mando que llevaba colgado y comenzamos de nuevo a desgarrar el suelo para hacer los canales.

Tres horas después, una serie de pitidos empezaron a sonar en mi casco y las luces del control inalámbrico parpadeaban. Se había congelado parte del líquido de transmisión de una de las brocas y la cosa se extendía.

- ¡¡Reduce potencia!! -, grité por la radio -. ¡Como siga así se va a romper!

- Va, va. Ya, va -, dijo tranquilo Uri -. Esto pasa constantemente. Lo raro es el turno que no pasa.

- ¿A si? -, dije incrédulo mientras subía por el costado de la excavadora hasta la compuerta de control -. ¿y por qué no hacen nada para mejorarlo?

- Porque si no, ¿para qué coño nos querrían aquí? -, dijo Uri, y luego se rió con ganas.

- Para jodernos la vida -, gruñí, colgando de las barras de seguridad -. Esto es de todo menos cómodo. ¿No pueden hacer nada con el líquido para que no se congele?

- Saldría muy caro y no compensaría -, dijo por la radio, mientras se oía de fondo el rugido del motor.

Varios minutos después, bajé al suelo y Uri volvió a darle potencia, y bajé el cabezal que comenzó a triturar la roca y a moverla a un lateral de la zanja que dejábamos atrás. Sin darme cuenta las horas pasaron, y finalmente un todoterreno de seis ruedas se detuvo al lado de la excavadora. Eran los del siguiente turno, que salieron con sus trajes presurizados del todoterreno y se acercaron a nosotros, cada uno con una célula de energía a sus espaldas, mientras nos pedían, por la radio, que les echáramos una mano para recargar la excavadora.

- Claro, claro -, dijo Uri -. Jander, ya puedes empezar a cargar. Y ten cuidado, que pesan un poco.

- Ya, y tu tan tranquilo en la cabina -, sonó en la radio. No sabía quién lo había dicho, aunque la verdad es que estaba completamente de acuerdo con él -. Si ya nos conocemos.

Cogí una de las células cilíndricas, y casi me caigo de espaldas, pesaba una burrada. Los otros mineros parecían no notarlas, pero yo no podía caminar normalmente. No podía saltar y el peso hacía que solo pudiera avanzar trabajosamente si mantenía un pié en el suelo.

- Siempre que cargo las células me entra algo de nostalgia. Me recuerda cuando caminaba en mi planeta -, dijo uno de ellos con alegría.

Yo no podía creerlo. ¿Caminar todo el tiempo con ese peso a las espaldas? Acabarían el día reventados, seguro. Y yo que pensaba que aquí la gravedad era muy alta. Intenté que no se notara que me costaba caminar y apuré el paso todo lo que pude, lo que me hizo acabar sudando aún más dentro del traje. Después de subir las células a la plataforma y cambiarlas por las que ya estaban descargadas, cogí un par de las descargadas y las llevé al todoterreno.

Una vez hecho, y tras colocar las demás células en la parta trasera y despedirnos, nos montamos en el todoterreno en el que habían venido y nos marchamos de allí siguiendo el ordenador de navegación. En aquel sector de la mina aún no había caminos trazados, por lo que íbamos por donde podíamos. Durante el camino a la base minera y mientras miraba al lago, que quedaba cada vez más atrás, me dormí con el traje aún puesto contra el respaldo del asiento mientras Uri parloteaba sin cesar.


Me desperté a tiempo para ver como entrabamos en el garaje del todoterreno y mientras me desperezaba sin moverme demasiado, se empezó a oír un rugido alrededor. Uri cogió mi casco y me lo pasó.

- Será mejor que te lo pongas.

- ¿Por qué? -, pregunté extrañado?

- El hangar está presurizado, pero apenas si lo calientan. Estará a unos sesenta o setenta bajo cero.

- Y tú ¿por qué no te lo pones? -, dije mientras cerraba el casco.

- Ya estoy acostumbrado -, dijo Uri, desenrollando el cuello de su camiseta y colocándoselo sobre la boca y nariz.

Abrió la puerta y salió, y sin parecer notar el frío, se bajó y cogió dos de las células agotadas que estaban en la parte trasera. Yo cogí otras tantas en cuanto bajé, y las colocamos con cuidado en un hueco que conectaba a un tubo que se hundía en la pared. Conforme las pusimos allí, comenzaron a moverse, seguro que para enviarlas a algún almacén.

Tras dejarlas todas en el conducto, cruzamos la puerta doble que daba acceso al garaje y entramos en el pasillo de acceso. Aún me costaba orientarme en la estación minera, lógico por otra parte, solo había estado el tiempo suficiente para dejar mi petate en la litera, comer algo, cambiarme y que el encargado me dijera el turno que me tocaba, lo que tenía que hacer y con quien. Tres horas bastante escasas.

Seguía a Uri por aquellos pasillos metálicos y lisos, intentando fijarme en los carteles y flechas que casi llenaban las esquinas de los cruces de pasillos, hasta que finalmente llegamos al cuarto del equipo y el vestuario. En la sala hacía mucho frío y era difícilmente tolerable para mi, por lo menos, y tenía muchísimas taquillas, repartidas por el centro y las paredes de la misma. Una vez nos hubimos quitado los trajes y puesto el mono de la empresa – yo por encima de un jersey de punto que me había comprado en Tumbe -, salimos hacia el interior de la base. De camino a la cantina, nos juntamos con cuatro mineros que conocía de Tumbe, que también acababan de terminar sus turnos.

La cantina. Una fila de mineros hambrientos que querían comer caliente y al otro lado, una barra de bar. En ella, había bastante gente bebiendo y charlando animadamente o mirando la pantalla que ocupaba toda la pared del fondo y en la que se podía ver a Shimu Omil, con su sección de las Mejores Jugadas del Threeball, en la que se repetían los trozos de partidos de la semana pasada. Con las bandejas humeando entre las manos nos sentamos en una mesa en esquina de la cantina y comimos con muchas ganas el caldo espeso y humeante con sabor a carne que sirvieron. La verdad es que apenas resultaba comestible, demasiada grasa y ácida al paladar, pero el hambre apretaba y uno comía lo primero que aparecía delante.

Cuando dejamos las bandejas en las pilas del comedor, pasamos al bar y tomamos unas cuantas rondas, sentados en la barra, pero yo solo estuve un rato y en cuanto acabó la sección deportiva de las noticias, me levanté y dejé al resto sentados a la mesa, recostados en las sillas y con los pies sobre la misma mientras bebían y reían. Con tranquilidad, deambulé por la base. Era gigantesca. Los pasillos resonaban huecos y vacíos cuando uno iba solo y hasta cuando nos cruzábamos varios en ellos seguían pareciéndolos. En esta mina podrían trabajar muchísima más gente de la que lo hacía y no tenía ni idea de por qué no se hacía.

Llegué a la Sala de Comunicaciones y el encargado me indicó una de las pequeñas salas para grabar mensajes. Después de entrar en aquella sala sin esquinas y conectar la pantalla, acabé fijándome en las ojeras de mi cara, pero no le di más vueltas y comencé a grabar el mensaje:

“Hola mamá. ¿Qué tal estáis todos por casa? Sé que ha pasado bastante desde el último mensaje, pero mis compañeros de la mina no me daban tregua en la ciudad, y apenas si me quedaba tiempo para nada -, le dije a la cámara a modo de disculpa, mientras me pasaba la mano por el pelo, que noté muy grasiento y sudado -. Sé que tengo mala cara y estoy algo sucio, pero es que acabo de salir de mi primer turno y aún no he pasado por las duchas.

La verdad es que es duro. Ya te había dicho que aquí la gravedad es más fuerte, pero lo que me ha llamado la atención es que a muchos otros les parece muy poca… y yo casi no puedo con una célula de combustible llena. Como papá oiga esto no me dejara tranquilo en cuanto me vea. Pero aunque la gravedad es mala, lo peor es el frio. Hace un rato, en el garaje cerrado, lo tenían a unos setenta bajo cero, para no gastar calefacción. Imaginate.

Y hablando de frio, hoy he visto llover en vivo por primera vez. Es verdad que es metano, y no agua como decía el abuelo, pero no me ha gustado nada. Los trajes tienen calefacción, pero no es suficiente y el frio se mete hasta los huesos. Uri, mi compañero, me ha dicho que cuando no llueve se aguanta el frío mucho mejor, porque el traje no se enfría tanto cuando está seco.

De todas formas hasta aquí dentro, en las base, hace mucho frio y necesito muchas más capas de ropa que el resto de mis compañeros. Pero por lo pronto, me han dicho que va a llover, por lo menos, durante dos días más. La levo clara como llueva muchos días aquí, y si es así no creo que aguante demasiado y tendré que pedir un traslado.

Tengo el consuelo de que el trabajo es interesante y en el exterior, como ya te había dícho, y la verdad es que he visto cosas increíbles. A ver si me acuerdo de grabar unos videos del exterior, para que veáis donde me he metido -, dije riendo, aunque se me notaba bastante cansado -. Por otro lado tendría que irme a dormir de una vez. Llevo bastantes días sin hacerlo como es debido, y aquí los turnos son de doce horas, pero antes quería preguntarte, ¿sabes algo de Dauma? No he sabido nada de ella desde que se fue de casa. ¿Dónde está? ¿A dónde la han mandado?

Saluda también a papá, sé que no verá esto, y que seguramente siga en la cantina jugando a las cartas cuando te llegue este mensaje -. Miré al reloj de la pantalla y calculé mentalmente -. Cuando te llegue esto, estaré a punto de empezar de nuevo mi turno de trabajo, así que me iré a dormir… Os quiero, y espero tener noticias vuestras pronto. Nos vemos”

Paré la grabación y la envié. Saliendo de la sala, me topé de bruces con dos de los militares que estaban en la base minera. Cuando nos recibieron en la estación fue toda una sorpresa, que yo supiera no era normal que los militares estuvieran en las minas. Ahora volví a pensarlo, pero cuando entré en las duchas y me quité el mono el jersey y toda la ropa interior, solo pude pensar en el agua caliente que comenzó a golpearme con fuerza en el cuerpo.

La ducha caliente me sentó de maravilla y, con solo la toalla enrollada a la cintura, recogí la ropa sucia del cesto en el que la había dejado y pasé a los dormitorios. Unas cajas de metro y medio por metro y medio por dos metros (más o menos), apiladas unas encima de otras hasta el techo. No eran incómodas, aunque si algo claustrofóbicas. Aparté el petate al hueco que quedaba a los pies, entré en mi “ataúd”, como los había oído llamar en el tren de camino aquí, y cerré la puerta que daba al exterior.

La suave luz azulada que llenaba toda la caja se atenuó y, tanto el techo como las suaves y lisas paredes parecieron alejarse. Al lado de la cabeza, unos controles transparentes parecían flotar en el aire, un poco desorientado conseguí poner el despertador para ocho horas y media más tarde y, con las sábanas térmicas por encima de mi cuerpo, apagué las luces y me quedé dormido casi al momento.