Capítulo 3.

Tres meses. Tres meses en aquél tranquilo lugar. Sin riesgos de emboscadas, sin peligros acechando en las sombras. Con lo único que había que lidiar en aquella colonia minera eran los nuevos destinados allí (pese a que yo era de la última tanda de recién llegados), las peleas que ocasionalmente sucedían en los barracones y las aburridas guardias en este o aquel puesto. Y el escoltar a las funcionaras de transportes, a recibir a los pocos rezagados que llegaban en uno de los cargueros, era otra de esas aburridas tareas a realizar.

- Rilke ¿Me puedes recordar por qué estas necesitan escolta? Ni que los mineros fuesen peligrosos.

- Sabes de sobra que los protocolos exigen que en las recepciones estén presentes, como mínimo, dos miembros del cuerpo de seguridad -, le respondí.

- ¿Y por qué somos los únicos pringados que tienen que perderse las maniobras en la zona diurna?

- Yo, porque le debía un favor a Magnis. Y tu… porque le caes mal -, le dije riendo.

Solo éramos cuatro en aquel tren automático: la burócrata, el doctor y nosotros dos, los soldados de escolta. Ya llevábamos más de cuatro horas en aquel vagón que se deslizaba por el borde de aquel mar de metano que salpicaba y chocaba contra las negras rocas de la costa. Y aún quedaba casi una hora de viaje hasta llegar al único espaciopuerto de aquella luna.

Al parecer la burócrata estaba muy ocupada, y tecleaba con ferocidad en su portátil. Sin duda algún informe o el múltiple papeleo que solo los burócratas entienden. El joven doctor, se pasó todo el viaje leyendo algo, seguramente informes médicos, o algún libro de medicina… aunque también era posible que leyera alguna novela para pasar el viaje. Sin embargo, tanto Rash como yo ya habíamos agotado el trabajo previo por hacer, como estudiar los planos del espaciopuerto… pero además de eso, y de revisar nuestras armas y el equipo por vigésima vez, no teníamos nada más que hacer. Así que nos entreteníamos un poco mirando por las ventanas e intentando no recordar porque nos habían destinado a aquel desierto helado.

Finalmente acabamos llegando al espaciopuerto, y estábamos preparados y alerta cuando la puerta presurizada se abrió. Salimos atentos y alerta, con los rifles de asalto preparados pero sin apuntar a ningún sitio en concreto, colgando delante de nosotros y listos para disparar a cualquier objetivo. No es que hubiera peligro real, pero la costumbre y la fuerza del entrenamiento era muy fuerte y ese comportamiento resultaba tan natural como respirar.

Avanzamos atentos, mirando a todos y cada uno de los puntos de las paredes lisas del pasillo principal, las esquinas y, finalmente, la gran sala de llegadas. La sala seguía igual que la última vez que estuvimos allí. Pero esta vez estaba vacía, las disciplinadas columnas de soldados, formadas en columnas y avanzando con paso firme y resonante, ya no estaban y el frio eco de nuestros pasos resonaba en aquella abovedada sala.

No vimos a ninguno de los técnicos, ya que sin duda estaban muy ocupados con las tareas de control y aproximación orbital del carguero. No tenía ni idea que mas tenían que hacer, pero sin duda estarían ocupados. Tenían que controlar la salida del carguero lleno, la entrada del carguero entrante y, esta vez, también controlar el descenso del transporte de personal. Sin embargo, en la oficina de los controles de seguridad nos esperaba el encargado del espaciopuerto.

Un hombre de pelo largo atado en una coleta y una incipiente barriga que se ocultaba en el holgado mono naranja que utilizaba salió a nuestro encuentro con los brazos abiertos y una radiante sonrisa en su cara, parloteando sin parar. Resultaba algo cargante y falso. Tras varios minutos de parloteo entre la burócrata y él, y después de que pusiera su firma en un montón de documentos mientras lo hacía, nos condujo a uno de los controles y nos indicó que esperáramos.

Yo me aposté en la puerta exterior, la que daba a la zona de espera. Aún no habían llegado los mineros, pero en las pantallas que había en la sala se podía ver como un brillante cometa surcaba los oscuros cielos, envuelta en una lengua de fuego azul y verde que se extendía por casi todo el horizonte.

Finalmente la lanzadera tomó tierra en una de las plataformas adyacentes, y uno de los brazos herméticos se extendió hasta la puerta de la nave, pero no se unió. Permaneció inmóvil en esa posición durante más de diez minutos, y finalmente se acopló a la nave. Y la pantalla pasó a enseñar el interior del tubo de acceso. Una técnico abrió la puerta presurizada y los ocho pasajeros, todos blancos como el papel, y alguno con las piernas aún temblorosas, pusieron por primera vez sus pies en Danu6E.

Los descensos en aquellas pequeñas lanzaderas no eran agradables. Al no tener escudos, todo el impacto con la atmosfera lo recibía la nave y saltaba y botaba en todas las direcciones. Ya había realizado muchos ingresos, casi todos de práctica, y no eran muy agradables. Pero los mineros parecían que no habían sido preparados y claro, los pilotos los pillaron por sorpresa, así que seguro que habían echado hasta la última papilla.

Mientras veía como avanzaban, con su equipaje a sus espaldas, por el largo pasillo que los separaba de la sala de espera, recordé como había resultado nuestra llegada, mucho más tranquila que la que acababa de observar, por lo menos desde mi punto de vista. Sentados en las filas de aquel transporte de desembarco, tranquilamente y con amortiguadores de inercia, no sentimos el tirón de la gravedad y por supuesto ningún bote o bandazo de la nave. El descenso de la nave lo hicimos en uno de los hangares de mantenimiento, lo suficientemente amplio como para descender por las rampas laterales en formación y formar para la inspección.

El trabajo llamaba y casi habían llegado a la esclusa doble de la sala de espera. Me puse a cubierto de manera instintiva, de modo que apenas si se me veía desde la esclusa. ¿Por qué me tocaba hacer ese trabajo tan aburrido a mí?

La compuerta se abrió y los ocho mineros pasaron a la sala de espera. Tras un vistazo vi que ninguno era una gran amenaza. Todos estaban fuertes y eran robustos, pero estaban más interesados en sus conversaciones que en el entorno. Solo uno lo observaba todo, con unos penetrantes ojos oscuros, que ocultaba parcialmente con unas gafas sin montura, y no podía ocultar el desagrado que le producía estar allí. Rápidamente me vio detrás del borde de la compuerta y, tras echar un vistazo a la armadura que llevaba, siguió observando la inmaculada sala de espera. Era el más alto y el menos corpulento de los ocho y llevaba el pelo ligeramente más largo que los demás.

Di un paso al frente y me cuadré. Los siete que no me habían visto, se sorprendieron y quedaron mirando preguntándose qué hacer. Con un gesto les indiqué que tomaran asiento, y así lo hicieron.

- Rash, ya están aquí ¿Los hago pasar? -, pregunté por la radio de mi casco.

- Recibido. Que pase el primero -. Sonó con claridad en mi casco.

Consulté los datos en el visor de mi casco e indique al primero de la lista que pasara. Se levantó y acercó a mí. Abrió la puerta y la cerró tras de sí. Estaría un buen rato. Papeleo y examen médico a fondo – y mientras Rash revisando el equipaje -. Por lo menos, los militares teníamos alguna que otra ventaja, el examen médico lo hacíamos en la nave, y el papeleo lo arreglaban los burócratas asignados a la flota…

Casi tres horas vigilando a unos inofensivos mineros. Menudo desperdicio de tiempo. Y mientras tanto, el resto de la compañía haciendo maniobras de combate al otro lado de la luna. Esa si era una buena manera de estar pasar el tiempo. Disparando en el fragor del combate, preparándose para defender al Imperio, aunque solo fuese un entrenamiento. Mientras esperaban, los mineros jugaban a las cartas. Todos menos uno, el único que usaba gafas, que estuvo todo el rato leyendo una tabla de datos. A su manera, también intentaba ser productivo en medio de esta pérdida de tiempo. Ojeé la lista, a ver quién era, no solo su nombre y foto… Tellus Sextus, Ingeniero de Producción Energética de Categoría 1.

Pues sí que al pobre le habían desecho la vida, seguro que venía de una agradable ciudad de los planetas interiores. Con un montón de entretenimientos a su alcance. Y ahora estaba en la periferia, en una colonia minera semi-aislada del sistema, en la que no se podían realizar llamadas supralumínicas públicas (el destacamento de seguridad tenía un par de transmisores, pero eran de uso restringido). Ya no me extrañaba la mirada de desagrado que parecía tener de manera permanente.

Cuando por fin acabaron los reconocimientos, tuvimos que escoltar a los nuevos inquilinos de la colonia hasta el tren. La verdad es que su llegada había sido un poco deprimente, caminando solo los doce por aquella enorme sala de llegadas, en la que el más mínimo sonido sonaba como un alud. Llegamos al andén y embarcamos en el tren, dejando solos a los operarios del espaciopuerto, en su turno, al que según tenía entendido, aún le quedaban más de doce días por cumplir antes de que volvieran a la “ciudad”.

Todos tomaron asiento para el viaje de cuatro mil kilómetros hasta Tumbe, el único lugar de Danu6E con nombre, la única población como tal. Los mineros se sentaron agrupados, riendo y jugando infatigablemente a las cartas, tanto la burócrata como el médico se sentaron en los lugares en los que habían ido la última vez igual que Rash y yo. Me fijé que el único que se sentó solo, fue el ingeniero que se quedó como petrificado mirando por la ventanilla.

Por curiosidad yo también miré y lo que vi fue una helada llanura de fría piedra negra como la noche, en la que apenas si se podían distinguir los detalles y el negro horizonte se confundía con el cielo naranja oscuro en el que no se sabía donde empezaba uno y acababa el otro. Parecía como si esperara ver algo de su nuevo hogar. Tendría que aguantar durante casi cuatro horas hasta que saliera el sol y pudiera ver algo. Tal vez le podría convencer para que se sentara con nosotros.

1 comentario:

  1. que nos deparará la llegada de estos mineros? si es que nos depara algo... el ingeniero quedaría petrificado por lo ke vio x la ventana o por otra cosa?

    se nota ke as leido ciencia ficción por el lenguaje técnico y descrpitivo tan exacto k usas
    k está bien. a ver k pasa en la historia..

    ResponderEliminar