Capítulo 15.

La lluvia resbalaba por el parabrisas frontal y el frio se acababa colando en aquel pequeño vagón de lujo. Parecía que me iba pasar la vida en un tren, o por lo menos sobre las vías. Aquel vagón era muy parecido al que me había llevado desde el espaciopuerto, pero más lujoso y para Lio y para mí era más que suficiente. Ya era la tercera vez en cuarenta y ocho horas, que montábamos en él. Por fin podía seguir el plan de visitas que tenía en mente sin problemas.
Sin problemas no, me recordé. Joël seguía dando la lata e intentando impedir que tomara el control del departamento. No había tenido otra opción que dejarlo al mando, pero por suerte vigilado de cerca por la Policía de Tumbe, gracias a la intervención de Selenio. Tras las primeras cinco horas encerrados en aquella cabina y solo hablando de vez en cuando de trabajo, Lio comenzó a hablarme con cierta libertad y a estas alturas del viaje, ya empezábamos a conocernos mutuamente.
Estaba resultando ser una chica muy interesante. Había nacido en Tumbe y tenía tres años menos que yo. Según ella, tocaba bastante bien el piano y le gustaba la “buena” música. A saber lo que entendía ella por buena. Como no quería pasarse la vida en Tumbe, había solicitado educación presencial en una facultad, y cosa rara, se la habían concedido, así que se pasó cuatro años en la facultad de Trieben en Danu4. Pero había tenido mala suerte y acabaron destinándola otra vez a Tumbe, donde llevaba desde entonces.
- ¿Te importa si pongo las noticias? -, le pregunté tras un buen rato en silencio.
- Solo si pones las locales. Ya no me intereso mucho por lo que pasa fuera de aquí -, dijo mientras miraba por la ventanilla, medio somnolienta.
La imagen tridimensional se formó delante del parabrisas frontal, y el locutor comenzó a enumerar las pocas noticias de la pequeña luna. Aún se comentaba el repentino arresto y encarcelación de Herena, y como tuve que hacerme cargo del departamento con varios meses de adelanto. Lio acabó riéndose mientras veíamos una pequeña entrevista que me habían hecho a la salida del Urbs.
- Acabarás siendo famoso, ¿no crees?
- Seguro que no, esto es pasajero. Lo que no puedo evitar es pensar en la cara que se le habrá quedado a mi ex novia cuando se enteró.
- Si, ya me lo has contado -, dijo con una sonrisa-. Sin duda se lo merece, por lo menos por lo que se…
La noticia se interrumpió a la mitad y un reportero con un semblante serio apareció en la imagen y dijo con seriedad:
- Interrumpimos la programación y conectamos con el Campo de Entrenamiento Militar de Tumbe, donde el 433º Regimiento de Danu está a punto de recibir un mensaje de su comandante Ignis Sexto, Lieno Portgas-. La imagen pasó a ser la de una infinidad de soldados perfectamente formados. Al unísono, todos los soldados saludaron al que debía ser el comandante, que se colocó en el medio del estrado y comenzó a hablar.
- ¿Qué sucede? – preguntó Lio preocupada.
- Ni idea. Aunque no es la primera vez que veo algo así -, le comenté algo preocupado-. Recuerdo una vez en la facultad, como interrumpieron toda la programación para emitir la condena de un asesino en serie.
- Lo recuerdo, también estaba en la facultad. Fue horrible. No pude dormir bien en varios días.
Mientras tanto, en la pantalla solo quedaba esposada una de las dos chicas que habían llevado, no tendrían más de veinte años, su pelo negro estaba grasiento y unas profundas ojeras se marcaban en su cara. El comandante habló con una voz que asustaba, por la dureza y frialdad del tono.
- Soldado. Ante las pruebas presentadas, ha sido condenada por intento de asesinato a una…
- No irán a ejecutarla, ¿verdad? – dijo Lio blanca como el papel.
- No creo. Hace más de veinte años que no se ejecuta a nadie en este sistema-, le dije con calma.
- Pero los del ejército están locos. Y además son todos unos animales -, dijo indignada.
- Pena Expeditiva, señor -, dijo la chica en la pantalla, poniéndose blanca como el papel.
- Sea. Se le condena a cien latigazos.
Cuando el comandante entregó el látigo a los soldados me quedé helado. Allí estaba Rilke, en armadura de combate. Como la primera vez que la vi, pero esta vez, iba con la visera del casco levantada y se le veía perfectamente la cara. Tras preparar a la condenada para recibir la pena, las cámaras mostraron con todo detalle como a cada golpe del látigo, una profunda herida aparecía en su espalda. Pero la rea no decía nada. Ni un gemido. Ni un sonido. Apenas si le temblaban las piernas a cada latigazo.
Rilke fue la segunda. Cogió con seguridad el látigo, del que ya resbalaban algunas gotas de sangre y en cuanto lo empuñó, la mirada se le volvió fría y dura. Con un rápido movimiento, golpeó con fuerza la espalda de su compañera. Y lo repitió una y otra vez, dejando un tiempo entre cada golpe. Sus ojos azules eran ahora, un abismo helado en los que no se veía nada.
Lio apagó la televisión, blanca como el papel, y casi temblando. Así que me acerqué al pequeño expendedor de un lateral y saqué un par de botellitas de Crema de Esunon. Sin duda el alcohol la calmaría un poco. Y a mí tampoco me vendría mal un poco de aquel licor. Ver a Rilke con esa mirada me asustó. Sobre todo al recordar la cálida sonrisa que exhibía las veces que la había visto en la ciudad.
Vaciamos rápidamente las pequeñas botellas, que en realidad solo llevaban bebida para un par de tragos, y permanecimos en silencio. El largo puente de acceso a la central de sintetizado era la única ruta practicable y era francamente impresionante ver el mar picado debajo de nosotros, mientras la lluvia chocaba contra los gruesos cristales y además, mientras decelerábamos, veíamos cada vez con mayor claridad las altas torres y gruesos conductos que ocupaban casi toda la superficie de la isla.
Cuando paramos en el pequeño tubo de cristal cerrado que hacía las veces de estación y apeadero, salimos del vagón en un pequeño anden lateral, y de inmediato un gran tren de carga que hasta ese momento descansaba apoyado en una de las vías laterales comenzó a deslizarse poco a poco y a ganar altura, y para cuando dejaba las puertas de la estación detrás ya flotaba a escasos centímetros de la vía del suelo.
- Bienvenidos a Valmista -, dijo un acho y bonachón hombre en un mono holgado. Tendría unos cuarenta años y su pelo canoso y corto descaba sobre el azul de su mono de trabajo -. Soy Agnel Disre, Tellus Séptimo y el encargado de todo esto. Lamento el frío, pero tratamos de no gastar demasiado en calefacción.
- No importa -, dije mientras tiritaba bajo mi grueso abrigo gris. Le tendí la mano y me presenté-. Soy Tulius Micel, encantado. Creo que ya conoce a Lio Lovkin.
- Por supuesto. Por favor, síganme. Les haré una visita guiada. Pero, ¿a qué viene esta inspección? Casi no recuerdo la última -, comentó con una fingida amabilidad mientras nos guiaba por un estrecho pasillo, subiendo y bajando por las intrincadas alturas de las instalaciones.
- Simplemente estoy inspeccionando de primera mano todos los puntos bajo mi responsabilidad. Simple rutina y toma de contacto -, le mentí descaradamente.
- Entiendo-, dijo con voz queda-. Asumo que sabe cómo funcionan las cosas aquí.
- Se como deberían funcionar. Espero que funcionen de ese modo -, dije con cierta dureza. Había conseguido sonsacarle a Lio que Herena y Agnel eran compañeros de copas desde hacía años. Sabía que le caía mal, así que intenté suavizar las cosas e hinchar su vanidad con una pregunta sencilla-. De todas formas tengo una pregunta. ¿Por qué hidroxicarbonidrita y no otro gel energético más eficiente?
- Me alegro que me haga esa pregunta. En esta planta… -, comenzó a decir Agnel con orgullo y haciendo caso omiso de todo lo que nos rodeaba.
Conocía perfectamente la respuesta a esa pregunta. La hidroxicarbonidrita, en general no era el gel energético más eficiente, aunque a muy bajas temperaturas aumentaba su eficiencia de un modo más que apreciable. Eso y que los materiales necesarios para fabricarla estaban presentes en abundancia por toda la luna contrarrestaba el gran inconveniente del material. Que se desgastaba con cada uso y era necesario reponer las células por lo menos cada cien usos. Además los materiales primarios se encontraban en los mares de la luna y el resto de los materiales necesarios estaban esparcidos por toda la corteza de la luna y en la atmosfera.
Agnel seguía explicando orgulloso los pormenores de la planta cuando llegamos a una vacía sala de control principal, donde las ventanas dominaban todas las direcciones y se podía ver la superficie y todos los puntos de la isla, desde los conductos que se hundían en el mar, los gigantescos depósitos herméticos que parecían colgar del acantilado de la costa y las altísimas torres de extracción atmosférica.
- Esta era la antigua sala de control. Ahora mismo solo se utiliza como sala de control de operaciones exteriores -, dijo con un ademán tranquilo.
- ¿Por qué? -, preguntó Lio. Agnel no dijo nada y la miró extrañado.
- ¿Por qué? -, repetí yo con calma, tras un rato en silencio.
- No compensa calentarla. Podemos hacer lo mismo en la nueva sala, y gastamos menos en calefacción -, dijo Agnel con los ojos entornados mirando a Lio.
- No, por nada -, dije yo -. ¿Restricciones de energía? ¿Problemas de suministro? ¿Auditorías?
- Tenemos cuanta energía necesitamos -, dijo encogiéndose de hombros -. Solo que aquí siempre hace frío, y no merece la pena estar tan expuestos aquí arriba, gastando tanta energía en nada.
Unas pequeñas estalactitas colgaban precarias de la cornisa exterior, justo delante de la ventana, y la lluvia resbalaba por ellas. No muy lejos, el mar estaba picado y las espumosas olas chocaban contra los tubos de metal. Me acerqué a la ventanilla y observé toda la extensión de las instalaciones. Eran enormes, y no era para menos. La única planta de ese tipo en la luna. Otro punto clave.
Pero después de la impresión de su tamaño, en medio del mar, acababan por hacerse notar sus defectos. Estaban hechas un desastre. Muchas tuberías estaban rotas, en otras aparecían boquetes y fugas pequeñas. Los remaches soldados destacaban en todos los sitios y recodos, y era difícil encontrar algún sitio sin ellos.
Mientras bajábamos en un pequeño ascensor, los vaivenes de la cabina que ya habíamos notado antes, casi hicieron caer a Lio. Con la mirada interrogué al encargado y se encogió de hombros musitando un inseguro “No es nada importante. No se utiliza casi nunca.”
Cuando se abrieron las puertas, un gigantesco espacio se alzaba delante de nosotros. Justo debajo de la plataforma, las máquinas trabajaban con movimientos precisos y regulares y los trabajadores se movían afanosamente entre ellas. Llevaban unos trajes blancos de una pieza con una máscara con respirador que les cubría toda la cara y se movían en una constante y espesa niebla baja, que casi llegaba a la cintura de los trabajadores.
- La niebla es un subproducto-, empezó a explicar Agnel mientras caminábamos, sobre la pasarela elevada-. Intentamos evitar que se acumule, pero hay demasiados puntos de fuga.
- ¿Ventilación? -, preguntó Lio algo dubitativa ya.
- No podemos ventilar toda la cadena -, dijo tras un buen rato -. Eso nos obligaría a trabajar con trajes de sobrepresión, y el mantenimiento de esos trajes es caro, además de resultar muy incómodo y haber muchos accidentes.
- ¿Entonces eso? -, comenté señalando un lateral metálico, en el que aparecía escrito con tinta roja: “3 días sin accidentes”. El tres estaba emborronado, como si hubieran escrito y borrado una y otra vez encima.
- ¿Eso? No es nada importante-, dijo apresuradamente-. Siempre están con lo mismo. A cada rasguño que sufren, ya lo cuentan como accidente. Bueno, la sala de control y las oficinas están por allí.
- Eso para el final -, dije resuelto -. Ahora quiero ver de cerca la zona de ensamblaje de las células, los almacenes y la zona de extracción.
- Pero inspeccionarlo todo llevaría días-, dijo protestando.
- Solo quiero echar un vistazo rápido-, dije con calma mientras seguía caminando por la pasarela.
- Venga, que solo serán unas cuantas horas subiendo y bajando por todos lados-, le comentó Lio con un tono burlón-. Además parece que le hace falta un poco de ejercicio, ¿no?
Tras vestirnos con unos monos blancos y colocarnos las máscaras para respirar en un vestuario adyacente, bajamos por unas escaleras hasta el nivel de la niebla. En cuanto nos movíamos, la niebla de apartaba e iba dejando un claro hueco detrás de nosotros, y pese a estar de pie era incapaz de ver mis pies y ni tan siquiera la banda negra que estaba a la altura de mi cintura, que quedaba a unos pocos centímetros por debajo de la niebla. La pobre Lio, sin embargo, iba dando pequeños saltitos, para elevar su cabeza por encima de la niebla y tener algo de perspectiva.
Avanzábamos regularmente, echando un vistazo en alguna que otra estación, comprobando medidas al azar de las que tenía en las tablas de datos. Pero cuando llegamos a un extremo de la cinta de montaje de las piezas, un grupo de operarios nos rodeaba, y detrás de sus caras tapadas por las mascaras, se podía ver ira contenida.
- Hola Agnel-, dijo fríamente una de las operarias-. Por fin tienes narices de bajar a la cadena. ¿Quiénes son estos?
- No hagáis tonterías-, dijo claramente asustado-. Tranquilos. Estos son el nuevo jefe de energía y su ayudante. ¿Es que no veis las noticias, panda de inútiles?
- ¡No digas chorradas! En diez años la Vieja Borracha no se dignó a salir de la ciudad-, gritó uno desde el fondo-. Los jefes no salen de sus casas calentitas y cómodas. ¡Dejan que nosotros hagamos todo el trabajo!
- Por tu culpa Jorsh se ha quedado sin pierna-, dijo llorosa una chica de apenas diecinueve años que estaba en las primeras filas-. ¿Qué va a hacer ahora?
- Se lo llevarán a otro lado, seguro que le encuentran un sitio-, intentó defenderse.
- A ver. ¿Quién es ese Jorsh y que le paso?-, intervine serio-. Lio. ¡Lio, reacciona! Búscame la ficha de los Jorsh de esta planta... ¡Date prisa!-, añadí con tono firme, aunque por dentro estaba tembloroso como un flan. Ahora había por lo menos veinte operarios de mal humor a nuestro alrededor, a cada cual más corpulento, y cada vez había más.
- A…aquí está -, tartamudeó Lio pasándome una tabla de datos con la ficha. Un chico sonriente me miró desde la pantalla, tendría veinte años o pocos más.
- Accidente laboral, clasificado de baja incidencia. Consta como una rotura de pierna derecha y varios golpes menores-, dije voz en grito-. Pero no aparece nada más serio. Le concedieron una semana de baja.
- ¡¡Y una mierda!! -, gritaron muchos-. ¡¡Mentiroso!!
- ¡¡Si ha perdido una pierna!!
Los insultos comenzaron a surgir entre todos y algunos intentaron agarrarnos y me defendí como pude, pero Agnel no tuvo tanta habilidad o suerte y acabó siendo zarandeado por el gentío y los golpes empezaron a lloverle. Iban a lincharnos. Entreví a Lio, que estaba blanca como el papel, inmóvil y zarandeada por la gente que se movía a su alrededor. Parecía que la ignoraban o, por lo menos no la golpeaban.
Intenté acercarme a ella como pude, para sacarla de allí, pero no conseguí llegar a su lado. Noté como me agarraban del brazo y tiraban de mí hacia atrás. Pero cuando giré para ver quién era el que me había agarrado, solo vi un puño que se acercaba a mi cara directamente.