Problemas creativos y otros relatos.

Por diversos problemas creativos esta novela queda en suspenso.
Los relatos cortos que he ido creando en este impas creativo, los he colocado en otro blog. Por favor, visitadlo.

Gracias.

http://relatosdelafederacionmeritocratica.blogspot.com/

Capítulo 15.

La lluvia resbalaba por el parabrisas frontal y el frio se acababa colando en aquel pequeño vagón de lujo. Parecía que me iba pasar la vida en un tren, o por lo menos sobre las vías. Aquel vagón era muy parecido al que me había llevado desde el espaciopuerto, pero más lujoso y para Lio y para mí era más que suficiente. Ya era la tercera vez en cuarenta y ocho horas, que montábamos en él. Por fin podía seguir el plan de visitas que tenía en mente sin problemas.
Sin problemas no, me recordé. Joël seguía dando la lata e intentando impedir que tomara el control del departamento. No había tenido otra opción que dejarlo al mando, pero por suerte vigilado de cerca por la Policía de Tumbe, gracias a la intervención de Selenio. Tras las primeras cinco horas encerrados en aquella cabina y solo hablando de vez en cuando de trabajo, Lio comenzó a hablarme con cierta libertad y a estas alturas del viaje, ya empezábamos a conocernos mutuamente.
Estaba resultando ser una chica muy interesante. Había nacido en Tumbe y tenía tres años menos que yo. Según ella, tocaba bastante bien el piano y le gustaba la “buena” música. A saber lo que entendía ella por buena. Como no quería pasarse la vida en Tumbe, había solicitado educación presencial en una facultad, y cosa rara, se la habían concedido, así que se pasó cuatro años en la facultad de Trieben en Danu4. Pero había tenido mala suerte y acabaron destinándola otra vez a Tumbe, donde llevaba desde entonces.
- ¿Te importa si pongo las noticias? -, le pregunté tras un buen rato en silencio.
- Solo si pones las locales. Ya no me intereso mucho por lo que pasa fuera de aquí -, dijo mientras miraba por la ventanilla, medio somnolienta.
La imagen tridimensional se formó delante del parabrisas frontal, y el locutor comenzó a enumerar las pocas noticias de la pequeña luna. Aún se comentaba el repentino arresto y encarcelación de Herena, y como tuve que hacerme cargo del departamento con varios meses de adelanto. Lio acabó riéndose mientras veíamos una pequeña entrevista que me habían hecho a la salida del Urbs.
- Acabarás siendo famoso, ¿no crees?
- Seguro que no, esto es pasajero. Lo que no puedo evitar es pensar en la cara que se le habrá quedado a mi ex novia cuando se enteró.
- Si, ya me lo has contado -, dijo con una sonrisa-. Sin duda se lo merece, por lo menos por lo que se…
La noticia se interrumpió a la mitad y un reportero con un semblante serio apareció en la imagen y dijo con seriedad:
- Interrumpimos la programación y conectamos con el Campo de Entrenamiento Militar de Tumbe, donde el 433º Regimiento de Danu está a punto de recibir un mensaje de su comandante Ignis Sexto, Lieno Portgas-. La imagen pasó a ser la de una infinidad de soldados perfectamente formados. Al unísono, todos los soldados saludaron al que debía ser el comandante, que se colocó en el medio del estrado y comenzó a hablar.
- ¿Qué sucede? – preguntó Lio preocupada.
- Ni idea. Aunque no es la primera vez que veo algo así -, le comenté algo preocupado-. Recuerdo una vez en la facultad, como interrumpieron toda la programación para emitir la condena de un asesino en serie.
- Lo recuerdo, también estaba en la facultad. Fue horrible. No pude dormir bien en varios días.
Mientras tanto, en la pantalla solo quedaba esposada una de las dos chicas que habían llevado, no tendrían más de veinte años, su pelo negro estaba grasiento y unas profundas ojeras se marcaban en su cara. El comandante habló con una voz que asustaba, por la dureza y frialdad del tono.
- Soldado. Ante las pruebas presentadas, ha sido condenada por intento de asesinato a una…
- No irán a ejecutarla, ¿verdad? – dijo Lio blanca como el papel.
- No creo. Hace más de veinte años que no se ejecuta a nadie en este sistema-, le dije con calma.
- Pero los del ejército están locos. Y además son todos unos animales -, dijo indignada.
- Pena Expeditiva, señor -, dijo la chica en la pantalla, poniéndose blanca como el papel.
- Sea. Se le condena a cien latigazos.
Cuando el comandante entregó el látigo a los soldados me quedé helado. Allí estaba Rilke, en armadura de combate. Como la primera vez que la vi, pero esta vez, iba con la visera del casco levantada y se le veía perfectamente la cara. Tras preparar a la condenada para recibir la pena, las cámaras mostraron con todo detalle como a cada golpe del látigo, una profunda herida aparecía en su espalda. Pero la rea no decía nada. Ni un gemido. Ni un sonido. Apenas si le temblaban las piernas a cada latigazo.
Rilke fue la segunda. Cogió con seguridad el látigo, del que ya resbalaban algunas gotas de sangre y en cuanto lo empuñó, la mirada se le volvió fría y dura. Con un rápido movimiento, golpeó con fuerza la espalda de su compañera. Y lo repitió una y otra vez, dejando un tiempo entre cada golpe. Sus ojos azules eran ahora, un abismo helado en los que no se veía nada.
Lio apagó la televisión, blanca como el papel, y casi temblando. Así que me acerqué al pequeño expendedor de un lateral y saqué un par de botellitas de Crema de Esunon. Sin duda el alcohol la calmaría un poco. Y a mí tampoco me vendría mal un poco de aquel licor. Ver a Rilke con esa mirada me asustó. Sobre todo al recordar la cálida sonrisa que exhibía las veces que la había visto en la ciudad.
Vaciamos rápidamente las pequeñas botellas, que en realidad solo llevaban bebida para un par de tragos, y permanecimos en silencio. El largo puente de acceso a la central de sintetizado era la única ruta practicable y era francamente impresionante ver el mar picado debajo de nosotros, mientras la lluvia chocaba contra los gruesos cristales y además, mientras decelerábamos, veíamos cada vez con mayor claridad las altas torres y gruesos conductos que ocupaban casi toda la superficie de la isla.
Cuando paramos en el pequeño tubo de cristal cerrado que hacía las veces de estación y apeadero, salimos del vagón en un pequeño anden lateral, y de inmediato un gran tren de carga que hasta ese momento descansaba apoyado en una de las vías laterales comenzó a deslizarse poco a poco y a ganar altura, y para cuando dejaba las puertas de la estación detrás ya flotaba a escasos centímetros de la vía del suelo.
- Bienvenidos a Valmista -, dijo un acho y bonachón hombre en un mono holgado. Tendría unos cuarenta años y su pelo canoso y corto descaba sobre el azul de su mono de trabajo -. Soy Agnel Disre, Tellus Séptimo y el encargado de todo esto. Lamento el frío, pero tratamos de no gastar demasiado en calefacción.
- No importa -, dije mientras tiritaba bajo mi grueso abrigo gris. Le tendí la mano y me presenté-. Soy Tulius Micel, encantado. Creo que ya conoce a Lio Lovkin.
- Por supuesto. Por favor, síganme. Les haré una visita guiada. Pero, ¿a qué viene esta inspección? Casi no recuerdo la última -, comentó con una fingida amabilidad mientras nos guiaba por un estrecho pasillo, subiendo y bajando por las intrincadas alturas de las instalaciones.
- Simplemente estoy inspeccionando de primera mano todos los puntos bajo mi responsabilidad. Simple rutina y toma de contacto -, le mentí descaradamente.
- Entiendo-, dijo con voz queda-. Asumo que sabe cómo funcionan las cosas aquí.
- Se como deberían funcionar. Espero que funcionen de ese modo -, dije con cierta dureza. Había conseguido sonsacarle a Lio que Herena y Agnel eran compañeros de copas desde hacía años. Sabía que le caía mal, así que intenté suavizar las cosas e hinchar su vanidad con una pregunta sencilla-. De todas formas tengo una pregunta. ¿Por qué hidroxicarbonidrita y no otro gel energético más eficiente?
- Me alegro que me haga esa pregunta. En esta planta… -, comenzó a decir Agnel con orgullo y haciendo caso omiso de todo lo que nos rodeaba.
Conocía perfectamente la respuesta a esa pregunta. La hidroxicarbonidrita, en general no era el gel energético más eficiente, aunque a muy bajas temperaturas aumentaba su eficiencia de un modo más que apreciable. Eso y que los materiales necesarios para fabricarla estaban presentes en abundancia por toda la luna contrarrestaba el gran inconveniente del material. Que se desgastaba con cada uso y era necesario reponer las células por lo menos cada cien usos. Además los materiales primarios se encontraban en los mares de la luna y el resto de los materiales necesarios estaban esparcidos por toda la corteza de la luna y en la atmosfera.
Agnel seguía explicando orgulloso los pormenores de la planta cuando llegamos a una vacía sala de control principal, donde las ventanas dominaban todas las direcciones y se podía ver la superficie y todos los puntos de la isla, desde los conductos que se hundían en el mar, los gigantescos depósitos herméticos que parecían colgar del acantilado de la costa y las altísimas torres de extracción atmosférica.
- Esta era la antigua sala de control. Ahora mismo solo se utiliza como sala de control de operaciones exteriores -, dijo con un ademán tranquilo.
- ¿Por qué? -, preguntó Lio. Agnel no dijo nada y la miró extrañado.
- ¿Por qué? -, repetí yo con calma, tras un rato en silencio.
- No compensa calentarla. Podemos hacer lo mismo en la nueva sala, y gastamos menos en calefacción -, dijo Agnel con los ojos entornados mirando a Lio.
- No, por nada -, dije yo -. ¿Restricciones de energía? ¿Problemas de suministro? ¿Auditorías?
- Tenemos cuanta energía necesitamos -, dijo encogiéndose de hombros -. Solo que aquí siempre hace frío, y no merece la pena estar tan expuestos aquí arriba, gastando tanta energía en nada.
Unas pequeñas estalactitas colgaban precarias de la cornisa exterior, justo delante de la ventana, y la lluvia resbalaba por ellas. No muy lejos, el mar estaba picado y las espumosas olas chocaban contra los tubos de metal. Me acerqué a la ventanilla y observé toda la extensión de las instalaciones. Eran enormes, y no era para menos. La única planta de ese tipo en la luna. Otro punto clave.
Pero después de la impresión de su tamaño, en medio del mar, acababan por hacerse notar sus defectos. Estaban hechas un desastre. Muchas tuberías estaban rotas, en otras aparecían boquetes y fugas pequeñas. Los remaches soldados destacaban en todos los sitios y recodos, y era difícil encontrar algún sitio sin ellos.
Mientras bajábamos en un pequeño ascensor, los vaivenes de la cabina que ya habíamos notado antes, casi hicieron caer a Lio. Con la mirada interrogué al encargado y se encogió de hombros musitando un inseguro “No es nada importante. No se utiliza casi nunca.”
Cuando se abrieron las puertas, un gigantesco espacio se alzaba delante de nosotros. Justo debajo de la plataforma, las máquinas trabajaban con movimientos precisos y regulares y los trabajadores se movían afanosamente entre ellas. Llevaban unos trajes blancos de una pieza con una máscara con respirador que les cubría toda la cara y se movían en una constante y espesa niebla baja, que casi llegaba a la cintura de los trabajadores.
- La niebla es un subproducto-, empezó a explicar Agnel mientras caminábamos, sobre la pasarela elevada-. Intentamos evitar que se acumule, pero hay demasiados puntos de fuga.
- ¿Ventilación? -, preguntó Lio algo dubitativa ya.
- No podemos ventilar toda la cadena -, dijo tras un buen rato -. Eso nos obligaría a trabajar con trajes de sobrepresión, y el mantenimiento de esos trajes es caro, además de resultar muy incómodo y haber muchos accidentes.
- ¿Entonces eso? -, comenté señalando un lateral metálico, en el que aparecía escrito con tinta roja: “3 días sin accidentes”. El tres estaba emborronado, como si hubieran escrito y borrado una y otra vez encima.
- ¿Eso? No es nada importante-, dijo apresuradamente-. Siempre están con lo mismo. A cada rasguño que sufren, ya lo cuentan como accidente. Bueno, la sala de control y las oficinas están por allí.
- Eso para el final -, dije resuelto -. Ahora quiero ver de cerca la zona de ensamblaje de las células, los almacenes y la zona de extracción.
- Pero inspeccionarlo todo llevaría días-, dijo protestando.
- Solo quiero echar un vistazo rápido-, dije con calma mientras seguía caminando por la pasarela.
- Venga, que solo serán unas cuantas horas subiendo y bajando por todos lados-, le comentó Lio con un tono burlón-. Además parece que le hace falta un poco de ejercicio, ¿no?
Tras vestirnos con unos monos blancos y colocarnos las máscaras para respirar en un vestuario adyacente, bajamos por unas escaleras hasta el nivel de la niebla. En cuanto nos movíamos, la niebla de apartaba e iba dejando un claro hueco detrás de nosotros, y pese a estar de pie era incapaz de ver mis pies y ni tan siquiera la banda negra que estaba a la altura de mi cintura, que quedaba a unos pocos centímetros por debajo de la niebla. La pobre Lio, sin embargo, iba dando pequeños saltitos, para elevar su cabeza por encima de la niebla y tener algo de perspectiva.
Avanzábamos regularmente, echando un vistazo en alguna que otra estación, comprobando medidas al azar de las que tenía en las tablas de datos. Pero cuando llegamos a un extremo de la cinta de montaje de las piezas, un grupo de operarios nos rodeaba, y detrás de sus caras tapadas por las mascaras, se podía ver ira contenida.
- Hola Agnel-, dijo fríamente una de las operarias-. Por fin tienes narices de bajar a la cadena. ¿Quiénes son estos?
- No hagáis tonterías-, dijo claramente asustado-. Tranquilos. Estos son el nuevo jefe de energía y su ayudante. ¿Es que no veis las noticias, panda de inútiles?
- ¡No digas chorradas! En diez años la Vieja Borracha no se dignó a salir de la ciudad-, gritó uno desde el fondo-. Los jefes no salen de sus casas calentitas y cómodas. ¡Dejan que nosotros hagamos todo el trabajo!
- Por tu culpa Jorsh se ha quedado sin pierna-, dijo llorosa una chica de apenas diecinueve años que estaba en las primeras filas-. ¿Qué va a hacer ahora?
- Se lo llevarán a otro lado, seguro que le encuentran un sitio-, intentó defenderse.
- A ver. ¿Quién es ese Jorsh y que le paso?-, intervine serio-. Lio. ¡Lio, reacciona! Búscame la ficha de los Jorsh de esta planta... ¡Date prisa!-, añadí con tono firme, aunque por dentro estaba tembloroso como un flan. Ahora había por lo menos veinte operarios de mal humor a nuestro alrededor, a cada cual más corpulento, y cada vez había más.
- A…aquí está -, tartamudeó Lio pasándome una tabla de datos con la ficha. Un chico sonriente me miró desde la pantalla, tendría veinte años o pocos más.
- Accidente laboral, clasificado de baja incidencia. Consta como una rotura de pierna derecha y varios golpes menores-, dije voz en grito-. Pero no aparece nada más serio. Le concedieron una semana de baja.
- ¡¡Y una mierda!! -, gritaron muchos-. ¡¡Mentiroso!!
- ¡¡Si ha perdido una pierna!!
Los insultos comenzaron a surgir entre todos y algunos intentaron agarrarnos y me defendí como pude, pero Agnel no tuvo tanta habilidad o suerte y acabó siendo zarandeado por el gentío y los golpes empezaron a lloverle. Iban a lincharnos. Entreví a Lio, que estaba blanca como el papel, inmóvil y zarandeada por la gente que se movía a su alrededor. Parecía que la ignoraban o, por lo menos no la golpeaban.
Intenté acercarme a ella como pude, para sacarla de allí, pero no conseguí llegar a su lado. Noté como me agarraban del brazo y tiraban de mí hacia atrás. Pero cuando giré para ver quién era el que me había agarrado, solo vi un puño que se acercaba a mi cara directamente.

Capítulo 14.

Las horas de constantes ejercicios y entrenamientos estaban bien. Pero se notaba la tensión en el aire del cuartel y al final del día, por mucho ejercicio que hubiéramos hecho, no era suficiente para cansarnos y poder dormir con tranquilidad. Queríamos más. Necesitábamos más. Las venas palpitantes, los músculos tensos y el olor del sudor y la violencia.
Mientras estaba sentada contra uno de los mamparos del campo de tiro esperando mi turno para practicar, y con mi rifle de asalto entre las manos y el cuerpo sudado dentro de la armadura, me di cuenta de la ironía. Hacía una semana todos estábamos tranquilos y relajados en una rutina de mantenimiento. Pero una mañana, habíamos pasado de la más absoluta tranquilidad a una Alerta Cuatro. Solo hacía unos pocos días, pero el ánimo de todos había cambiado y queríamos pelear. Y si alguien era lo suficientemente insensato como para hacernos frente lo pagaría caro.
El turno de la calle por fin me llegó y avancé agachada y corriendo a la vez que cargaba el rifle y me tiraba sobre el suelo, a cubierto detrás de un saliente de la pared y comenzaba a disparar. Como siempre el primer tiro se me desvió, pero el segundo y los siguientes fueron sin falta hacia la figura proyectada.
La munición que disparaba era real y letal. Muy letal, en realidad. Los pequeños proyectiles híper acelerados, cargados y de apenas un centímetro de largo y más finos que un pelo, causaban un daño tremendo al impactar. Mientras disparaba, como tantas otras veces, vi como una corta línea de color blanco azulado que salía de la boca de mi cañón, y se apagaba rápidamente al atravesar la figura de entrenamiento e impactar contra la pared del fondo de la galería de tiro.
Aquí cada impacto, solo dejaba un pequeño cráter humeante en la negra capa viscosa de la zona de recuperación, que además se cerraba por si sola en unos pocos minutos. Pero recordaba claramente como en Seydlitz ese tipo de proyectiles dejaban cráteres de más de un palmo de ancho en las paredes de las ciudades y las minas.
Precisamente, porque el comandante Portgas recordaba cómo había sido aquello, había consentido algunos entrenamientos con munición letal. Los únicos que podíamos usarla éramos algunos de los jefes de unidad, habían conseguido que me dejaran seguir practicando con esa munición. Me habían dado dos cargadores llenos para practicar hoy. Cuatrocientos disparos. Más que suficiente para poco más de una hora de práctica.
Casi había acabado el primer cargador cuando oí un fuerte ruido a mis espaldas. Era una pelea. Ruz y Marial se habían agarrado mutuamente y la primera intentaba asfixiar a la segunda con una llave cerrada. Le puse el seguro al rifle y me lo coloqué en el hombro y, caminando con lentitud, me acerqué a ellos. Vi como los otros dos miembros de la unidad dos de mi escuadra, a la que aquellas pertenecían, coreaban sus nombres y las animaban mientras el resto de soldados que había en la galería de tiro, dejaron de disparar poco a poco y comenzaron a animar y vitorear.
Mi unidad también empezó a animarlas, y tras ver que era la única suboficial presente, no me quedó más remedio que intervenir. Me abrí paso a través de los curiosos que ya formaban un amplio círculo en torno a las dos soldados que se peleaban, ahora tumbadas en el suelo y, noté como a mi paso, todos se iban callando sin necesidad de decirles nada.
Todos, salvo Ruz y Marial, que seguían rodando en el suelo y atenazándose sin parar, haciendo llaves y dándose golpes una y otra vez, ahora en un silencio absoluto. Las dos eran buenas en combate cuerpo a cuerpo y se les notaba, pero también se llevaban bastante mal desde hacía unas semanas.
- Todos un paso atrás. Dejadles sitio-, dije con tranquilidad y todos obedecieron con miradas de curiosidad-. Seguro que es una pe… un entrenamiento por algún motivo importante. Sentaros y mirad el espectáculo con calma.
La lucha seguía, y ninguna de las dos cejaba o se tomaba un descanso. Intercambiaban puñetazos y patadas sin descanso y ambas comenzaban a tener zonas de la piel expuesta enrojecidas, y comenzaban sangrar por pequeñas heridas en la cara. Tras dejar que el combate siguiera durante casi cinco minutos, pude ver de reojo como un par de policías militares se asomaban por la puerta de la galería. Con un gesto les indiqué que esperaran un momento y me hicieron caso casi de inmediato, para mi sorpresa.
Pero casi al mismo tiempo vi como Ruz, ahora separada cerca de metro y medio, comenzaba a mover su brazo derecho hacia el pecho. Conocía de sobra ese movimiento y no pensaba permitirlo.
Cogí carrerilla, y le propiné un puñetazo en la mandíbula, que hizo que se tambaleara y, acto seguido y de modo automático, le propiné una patada en el costado de la rodilla, que la hizo caer y soltar el cuchillo de combate que estaba desenvainando. Los policías corrieron hacia nosotros, con las escopetas sónicas preparadas y la armadura completa y acabaron con ellas apuntando a Marial y a Ruz, mientras vigilaban a los espectadores de reojo.
- ¡Eso si que no lo voy a permitir! -, le grité a Ruz, mientras estaba aún medio aturdida en el suelo-. ¿Cómo te atreves a usar un arma contra tu compañera?
Miró a Marial y a mí respectivamente con verdadera ira, tumbada en el suelo y con la boca de la escopeta a apoyada en su pecho. Pero no dijo nada. Los policías las “escoltaron” hacia la salida, encañonadas y con las manos colocadas en la nuca salieron de la galería de tiro. Todos se quedaron mirándolas sorprendidos de lo que acababa de pasar y comenzaron a formar pequeños grupos y a charlar entre ellos.
Uno podía pelearse con sus compañeros, era normal que pasara cuando había mucha tensión en el ambiente que uno acabara estallando. Pero utilizar algo que no fuesen los puños o el propio cuerpo era completamente impensable. El mero hecho de sacar un cuchillo, o tan siquiera intentar sacarlo, garantizaba una larga estancia en los claustrofóbicos calabozos.
Cogí el cuchillo, que se había clavado en el suelo hasta casi la mitad de la hoja, y salí detrás de los policías para testificar. Rápidamente alcancé al grupo y los seguí por los anchos pasillos del cuartel hasta las oficinas del regimiento, desde donde se accedía a los “sarcófagos”, los calabozos.
Cuando entramos en las oficinas de la policía, el guardia de las puertas ni se inmutó al paso de los policias y los prisioneros, pero al pasar yo, se cuadró chocando los talones. Lo saludé rápidamente. No acababa de acostumbrarme al tratamiento del rango. No hacía tanto que era yo la que se cuadraba cada dos por tres. Aún tenía que hacerlo, pero con menos gente.
Un sargento en uniforme de diario y con cara de pocos amigos nos esperaba sentado a una mesa metálica. La cicatriz que le cruzaba la cara no ayudaba a suavizar su mirada asesina y la pistola que reposaba encima de su mesa, tampoco.
- ¿Qué tenemos aquí, muchachos? -, dijo con una voz rasposa y echando apenas un vistazo al grupo.
- Dos soldados rasos, pelea en la galería de tiro tres, señor.
- ¿Y ella? -, dijo señalándome con el bolígrafo.
- Jefe de grupo de su escuadra-, dije con firmeza-. Presencié y detuve la agresión.
- Entiendo-, dijo con calma-. ¿Y ese cuchillo?
Se lo expliqué concisamente, y conforme lo hacía, vi como el desagrado se extendía por la cara del sargento mientras fusilaba con la mirada a Ruz. Cuando acabé, me indicó un banco y que esperara allí hasta que pudiera prestar declaración.
Allí sentada pase un buen rato, mirando como uno de los burócratas acudía rápidamente hasta la mesa con su portátil y tecleando con agilidad, iba pasando documentos al sargento que firmaba uno tras de otro. Mientras esperaba que me tomaran declaración, un par de capitanes pasaron por delante de mí charlando animadamente y, obviamente me cuadré a su paso. Mientras lo hacía pude escuchar su conversación:
- … vamos a más. Con esas dos ya llevamos dieciséis detenidos hoy -, decía uno-. Y todos por peleas.
- A este ritmo en una semana estará detenido todo el regimiento -, rió el otro.
- Lo malo es que creo que los que más ganas tienen de pelea somos nosotros y no los mineros -, le cortó el primero preocupado -. Si se arma, por poca que sea la escalada…
Dieron la vuelta a una esquina y no pude seguir la conversación. No pude pensar mucho en ella, porque me llamaron casi de inmediato, para mi declaración. Tras prestarla y firmarla, salí de la oficina y volví hacia los barracones. Ya no tenía ganas ni tiempo para volver a la galería de tiro, así que me fui directa al gimnasio del cuartel.
- ¿Qué ha pasado en el campo de tiro?-, me dijo Magnis mientras entraba en el barracón para cambiarme-. Me acaba de llamar el capitán de la policía militar y me ha dicho que Ruz y Marial están detenidas.
- Se pelearon en la galería de tiro-, dije secamente -. Vengo de llevarlas hasta la oficina de la policía y de declarar.
- ¿Y solo por eso me quedo sin media unidad? -, preguntó enfadado Tásin, el otro jefe de unidad -. Hay peleas constantes que ni se reportan.
- No. Se ha quedado sin un miembro de la unidad porque la soldado… Ruz, intentó sacar el cuchillo para usarlo contra su compañera -, sonó con firmeza una voz a nuestra espalda.
Era el mismísimo comandante Portgas, que avanzó en solitario mientras todos los del barracón nos cuadrábamos y saludábamos.
- Descansen y siéntense-, dijo con seriedad-. ¿Está toda la escuadra?
- Sí, señor-, dijo Magnis cuadrándose-. Salvo las dos arrestadas, por supuesto.
- Bien. Lo de la pelea me trae sin cuidado-, dijo-. Así por lo menos se entrenan en combate cuerpo a cuerpo. Por eso solo pasarán veinticuatro horas en el sarcófago. El problema es el cuchillo.
- Señor, esa falta se pena con dos meses de reclusión en aislamiento-, dijo Tásin con cierto aire dubitativo-. Con una reclusión tan larga perderíamos efectivos, señor.
- Cierto. Pero como estamos en alerta, he conmutado la sentencia por algo más… expeditivo-, dijo con una intensa mirada-. Pero además, y por culpa de esa soldado, os dejaré como una de las escuadras de reserva, acantonadas en el cuartel.
Todos nos quedamos con los ojos abiertos. Estábamos entre las mejores escuadras de la luna y siempre habíamos dado por sentado que seriamos de los primeros en entablar combate. Mientras el comandante salía de los barracones nos quedamos en silencio y, poco a poco, comenzamos a movernos y a intentar pasar el tiempo.
Mientras me duchaba, sola en las enormes duchas del batallón, repasaba cuales podían ser el los castigos que veríamos en poco más de 22 horas. Los métodos expeditivos más usuales eran o los latigazos o los varazos. Los primeros eran más usuales y permitían que después de recibirlos se pudiera volver, casi de inmediato, al servicio.
Los segundos eran mucho más problemáticos. Las varas utilizadas eran muy duras y casi sin excepción, rompían huesos y machacaban los músculos a cada golpe. El que recibía el castigo, rara vez era capaz de volver al servicio antes de una semana. Aún recordaba cómo había acabado un cadete, el primer año que pasé en la academia, por robar una ración dominical de la cocina. Al tercer varazo había quedado inconsciente, así que lo reanimaron y continuaron con los dos varazos que quedaban. Tuvieron que sacarlo a rastras hasta la camilla, y no volvimos a verlo en un mes.
En las academias los castigos expeditivos estaban a la orden del día y los chasquidos de los latigazos sonaban a menudo en el patio de armas, y aunque fuesen látigos especiales, el sonido y el momentáneo dolor impactaban y marcaban mucho, sobre todo a los diez años.

No pude dormir esa noche. Soñaba una y otra vez con la academia, pero lejos de recordar los buenos ratos que pasé allí, solo acudían a mi cabeza los malos. Los castigos públicos, la privación de comida y agua, el miedo que pasé al principio… Soñé con aquellos latigazos que me había ganado por no saludar correctamente a mi instructor. O aquellos por estornudar en unas prácticas de camuflaje y ocultación. No paraba de soñar con los castigos y sobre todo con el teniente Micail Dirge, el oficial encargado de los “correctivos”. Aunque todos lo conocíamos como el Verdugo.
La mañana pasó sin mayor novedad, con los entrenamientos rutinarios y ejercicios matutinos. Y aunque se notaba mucho la falta de Ruz y Marial, nos las arreglamos para hacer los entrenamientos tácticos. Tomando posiciones bien defendidas pese a nuestra inferioridad numérica.
Tras la comida y unas pocas horas en la biblioteca de la base, se convocó a todo el regimiento para que formara en el campo de entrenamiento. Era el único lugar de toda la base donde se podía formar a todos. Corrí a colocarme la armadura y con el resto de la escuadra avanzamos desde el barracón, por los pasillos hasta la entrada del campo, donde las columnas de soldados avanzaban regularmente dirigidos por la policía militar.
Había varios periodistas civiles, con sus cámaras en la cabeza y el micrófono delante de la boca. No habían ido a exhibirse. Iba a ser un castigo público y retransmitido. Tres gigantescas pantallas holográficas flotaban detrás de un pequeño escenario, proyectando la bandera azul con estrellas blancas de la Federación.
Cuando formamos en un perfecto orden, con los cascos abiertos y los rifles en la espalda. Sonó con claridad una voz autoritaria en nuestro oído:
“Regimiento. Saluden”. En ese momento casi mil quinientos brazos derechos se movieron al unísono y los respectivos puños chocaron contra los pechos produciendo un ruido claramente audible contra el blindaje. Tras exactamente tres segundos, los brazos volvieron a reposar en un lateral y entonteces sonó un sencillo mensaje, aunque esta vez, también se oyó por la megafonía y lo retransmitieron las enormes pantallas del campo y los visores laterales de nuestros cascos.
- Regimiento 433º de Danu. Seguimos acantonados y listos para cumplir con nuestro deber -, dijo el comandante mientras avanzaba con su traje de combate. Era igual que el nuestro, salvo por el triangulo negro que cruzaba el pecho y por las insignias que tenía en el hombro -. Sé que es duro controlarse en un estado semejante, pero es nuestro deber hacerlo. No podemos permitir que surjan rencillas entre nosotros que nuestros enemigos podrían saber utilizar contra nosotros.
Dos soldados en uniforme, esposadas avanzaron escoltadas cada una por dos policías militares. Y formaron al lado del comandante. No saludaron.
- Escuadra 214º. Formen en el penal -, sonó con fuerza en nuestros cascos.
Avanzamos en formación y ascendimos por las escaleras, siendo enfocados en todo momento por las cámaras de los periodistas. Veíamos nuestras imágenes en las pantallas, y cuando finalmente formamos, se procedió a la “liberación” de Marial y su incorporación a la escuadra.
- Soldado -, dijo glacialmente el comandante-. Ante las pruebas presentadas, ha sido condenada por intento de asesinato a una compañera de armas, que intentó perpetrar con un cuchillo de combate reglamentario. ¿Tiene algo que alegar?
- No, señor. Soy culpable de dicho cargo, señor -, dijo Ruz, con la voz ligeramente ahogada.
- Dado que estamos en Alerta, se le ofrece la opción de conmutar la pena de larga duración por una expeditiva. ¿Cuál escoge?
- Pena Expeditiva, señor -, dijo palideciendo.
- Sea. Se le condena a cien latigazos.
Y tras asentir con la cabeza, y mientras los dos policías le sacaban la parte superior del uniforme, y la ataban a las dos columnas metálicas, el comandante empuñó un látigo plateado, con fibras metálicas y pequeñas bolas en toda su longitud y lo hizo chasquear una vez en el aire.
- Escuadra 214º… procedan -, ordenó tendiéndole el mango a Magnis -. Diez latigazos cada uno.

Capítulo 13.

El despertador zumbaba a toda potencia. Ya eran las siete de la mañana y comenzaba mi turno de trabajo. Aparté la sabana térmica, abrí la puerta y salí de mi ataúd con tan solo los calzoncillos puestos. El frío se me metió en el cuerpo, siempre se me olvidaba ponerme algo por encima antes de salir. Rápidamente me coloqué los pantalones y el jersey de cuello alto y aún bostezando, como el resto de compañeros que acababan de salir de sus ataúdes, salí rápidamente hacia el cuarto de baño, esperando que hoy no hubiese mucha cola.
Las luces parpadearon y se apagaron un par de veces antes de llegar a la cantina, para tomar el desayuno. Como todos los días el desayuno eran copos sintéticos, con leche de levadura y barras de pseudo-carne rebozada. “El desayuno de los campeones” solía decir mi madre, y la verdad es que tenía razón. Aún recordaba cómo, siendo todavía un niño, me explicó que en esa comida había los compuestos esenciales para que cualquier persona aguantara un día de duro trabajo físico. Me explicó cosas de las vitaminas, calcio y otras cosas que ya apenas recordaba.
- Buenos días Jander. ¿En qué estás pensando?-, saludó Uri con su bandeja en la mano.
- Buenos días. Estaba pensando en lo cómodo que estaría aún en cama-, mentí-. ¿Qué, has apostado en el partido de esta noche?
- Sabes de sobra que no me gusta apostar-, dijo metiéndose la barrita de carne entera en la boca. Seguía sin creerme que alguien pudiera meterse esa enorme barra entera en la boca-. Fero no fienfo pefdefmeho.
- Supongo que dirás que no te lo piensas perder, pero con esa barra en la boca ni se te entiende.
- Por cierto, me han comentado en la cola que en once horas llegarán los “TAAEs” para prepararlos.
- Nunca he visto uno de esos trabajando-, dije mientras me acababa el último trago de la leche-. ¿Cuántos van a traer?
Con calma, y mientras con una mano sujetaba el vaso con el que se bebía la leche, con la otra levantó cuatro dedos.
- ¿Cuatro para trabajar en un lago?
- No, al parecer también tienen que preparar otro lago en la zona Este-, dijo mientras nos levantábamos e íbamos hacia el vestuario.
- ¿Y no tendremos que hacer los canales en el otro lago?-, pregunté extrañado
- No te preocupes, ya los hicimos antes de que llegaras.
Avanzamos los dos juntos por el pasillo, charlando y saludando a la enorme cantidad de gente que cambiaba de turno en ese momento. De vez en cuando oía alguna que otra pulla por ser el único fanático de los Partecraneos en el partido de aquella noche. Algunos se animarían a apoyarlos, sobre todo los que no eran de ninguno de los dos equipos, pero eso en realidad me daba igual. La verdad es que aunque lo retransmitían en directo desde Trieben en Danu4 (y donde los Partecraneos eran el equipo local), llegaría con casi dos horas de retraso. El retraso siempre saca cierto encanto a los partidos, pero ya estaba acostumbrado.
En el vestuario nos pusimos los trajes presurizados para el exterior, y tanto Uri como yo con los cascos ya puestos y cerrados, entramos en el hangar del todoterreno asignado.
- ¿Quieres conducir?-, dijo Uri cogiendo una célula de combustible cargada.
- Si. La verdad es ya tenía ganas de pillarlo-, dije con dificultad bajo el peso de la que cargaba yo. Cada vez me costaba menos cargarlas y notaba como iba cogiendo masa muscular.
- Espero que tengas licencia para vehículos pesados. Si no, se me puede caer el pelo si se enteran.
- Por supuesto. ¿Qué clase de minero crees que soy?-, dije medio indignado.
Cuando las células estuvieron en su sitio y aseguradas, nos subimos al todoterreno y conectando la turbina electica del motor, envié la señal de despresurización y cuando la luz verde del panel se encendió, abrí la puerta del hangar. El viaje fue más largo que de costumbre, habíamos avanzado bastante e íbamos algo por delante del plan previsto, pero aún quedaban más de ochenta kilómetros de canal por excavar.
Tras casi dos horas allí metidos llegamos al lado de la excavadora.
- ¡Llegáis tarde! Casi una hora y media de retraso-, sonó muy enfadado por el altavoz del traje-. Y encima conduce el novato…
- ¡La madre que os trajo!-, gritó otra voz por el mismo sitio-. Os recuerdo que no nos pagan horas extra.
- No os preocupéis, hoy llegáis dos horas tarde al relevo y punto, os las tomáis para compensar lo de hoy-, sugirió Uri.
- Mejor mañana-, por fin había conseguido, a base de algún que otro favor, que pusiesen el partido de Threeball en el comedor y no pensaba perdérmelo por nada.
- ¿Y por qué tiene que ser mañana?-, preguntaron enfadados mientras miraban como recargábamos solos la excavadora. Uri se lo explicó-. Vale, pero en vez de retrasarnos dos horas lo haremos cuatro.
Acepte sin dudarlo. Ya arreglaría cuentas con Uri después. Tenía horas tenía para hacerlo, y tras verle la cara, a través del casco supe sin duda que las necesitaría, porque trabajar más horas porque si no lo hacía nadie.
Cuatro horas después, Uri seguía sin hablarme. Bueno, no exactamente. Me daba rápidas indicaciones por la radio, como “vigila la dirección del cabezal” o para avisarme del aumento o la reducción de la potencia o de tantas otras cosas a las que tenía que atender. Era descorazonador y finalmente le comenté por la radio.
- ¿Es que no piensas decirme nada en todo el día? Tanto silencio resulta incómodo.
- ¿Y qué quieres que te diga?-, me dijo notablemente irritado.
- ¿Es que acaso tenías algo planeado? ¿Aquí?-, me extrañé.
No me contestó. El sonido de la radio me molestó aún más que antes. Cuatro horas más de trabajo serían duras, pero no insoportables, sobre todo porque era yo quien tendría que estar en el exterior helándose el culo. Él estaría cómodo en el calor del interior de la enorme máquina y teniendo que llevar solo el mono de trabajo y no el pesado traje presurizado.
El suave ruido del sistema de reciclaje de aire llenaba el casco y mirando hacia la cima de la colina, bajé de un salto de la plataforma de control y avancé rápidamente, subiendo por la colina y dejando la máquina detrás. En cuanto llegué a la parte superior de la colina el paisaje me sobrecogió.
Hasta entonces no había gravado nada, y eso que llevaba una cámara desde hacía dos días, pero el paisaje era deprimente. Una constante subida ensombrecida por la larga noche de aquella luna, trabajando haciendo una canalización superficial para que las tuberías de bombeo no se movieran demasiado una vez colocadas. La luz de los focos y la pintura fluorescente que señalaba el camino no era la mejor imagen para mostrarles a mis padres.
Sin embargo, la vista que se extendía ante mí ahora era magnífica. Un gigantesco valle comenzaba en aquella pequeña cresta y se extendía hasta el horizonte, llenándolo todo de colores naranjas y dorados. Las piedras brillaban con un tono casi como si fuese oro puro, justo bajo la luz del sol que acababa de salir sobre el horizonte. Una línea negra y lisa se extendía por el horizonte ocultándose tras las negras colinas que seguían por los bordes del valle. Ahora no lo parecía, pero era el mar, hacia donde nos dirigíamos.
La excavadora ascendía a bastante velocidad por la ladera que quedaba a mis espaldas, y aún permanecía a la sombra. Comprobé que la cabeza de la misma fuese por las marcas y me volví con calma para comprobar con calma el terreno de la cima. El paso de la cima fue algo complicado, con algunos problemas con la excavadora y el terreno.
Las grandes piedras desgastadas de la parte superior de la ladera comenzaron a rodar y asentarse bajo el peso de las orugas de la excavadora. Tardamos varias horas en conseguir pasar la cima y en dejar todo preparado para evitar los constantes desprendimientos. Fue una tarea muy dura y tuve que emplearme a fondo para fijar el terreno con la inyectora portátil y acabé sudando dentro del traje.
No era la primera vez que utilizaba ese equipo, pero en aquella gravedad me resultaba mucho más duro que de costumbre. Primero la colocación de la pesada boquilla en el terreno y luego la inyección a presión y por separado, de los dos líquidos de la mezcla. Los tanques a presión en mi espalda eran muy pesados y tendríamos que pedir reservas para los próximos días.
Cuando comenzamos la bajada por aquel valle, me seguía quedando embobado mirando los increíbles tonos dorados de aquellas piedras y mientras grababa con la cámara y de reojo echaba un vistazo a la senda de roca que íbamos dejando. Ahora teníamos que ir más despacio, porque a la vez que hacíamos el canal, íbamos desplegando una capa de plástico flexible e impermeable en el mismo.
- ¿Cómo va la “lona”?-, pregunté por la radio. No la podía ver desde donde estaba y me preocupaba que no se adhiriera bien a las paredes del canal.
- Va bien. Se está pegando bastante bien a los bordes. Tu vigila el cabezal y la excavación que de la lona me encargo yo-, dijo Uri, aún de mal humor. Al menos había conseguido que me hablara-. Por cierto, este es El Valle Dorado. Por lo menos te habrás enterado de los problemas que hubo con este proyecto, ¿o no?
- No. La verdad es que es la primera vez que oigo el nombre de este valle-, dije con asombro-. ¿De verdad hay oro aquí o es solo por el color?
- Hay montones y montones de oro. Pero está protegido por los del Departamento Ecológico, así que no se te ocurra pillar una roca. De todas formas aunque la pillaras no podrías guardarla. Son una especie de hielo compuesto de metano y oro, que se funde a sesenta bajo cero bajo cero. Y además el líquido es muy tóxico a más de veinte bajo cero-, dijo con calma desde donde fuese que estuviera.
Mientras estaba al borde del canal cogí una de aquellas rocas doradas, parecía dura pero al cogerla con el guante noté como se hundían mis dedos en ella y podía darle forma, aunque no demasiado. La solté y continué con mi trabajo, a la vez que seguía grabando de vez en cuando.
Horas después, tras un trabajo sin incidentes ni conversaciones y justo al llegar a la base minera, vi a lo lejos el tren de carga llegando a la estación. Como siempre, el tren a las minas llegaba con retraso. Tal vez pudiéramos ver a los trajes acorazados mientras los llevaban a los hangares, o incluso me pasaría a verlos descargarlos del tren si me daba tiempo. Aunque lo dudaba, el partido empezaba en nada.
Tras hacer las tareas de costumbre en los hangares, y ponerme el mono para la base y darme una ducha antes de la cena, todo a toda prisa, corrí hacia la cantina a coger sitio para el partido. Llevaba los tres meses y medio desde que había salido de Danu1 sin ver un pardito en “directo” y las venas me palpitaban de la emoción por poder ver, por fin uno. Los Partecraneos tenían opciones para ganar la Copa del Sistema por primera vez en cuatro años y aunque había visto los últimos siete partidos en diferido, no los había disfrutado y fueron de los mejores que recordaba.
Cogí la bandeja humeante que me sirvieron y en cuanto me senté, comí tan rápido que ni noté el sabor de la comida y me coloqué rápidamente en la barra. Vi a unos cuantos de los aficionados a los Remachadores de Yatchas, con las bufandas rojas y negras a sus cuellos y como se iban colocando en una de las mesas en los laterales de la pantalla, en la que ya llevaban un buen rato emitiendo los previos del partido. Shimu Omil estaba en el lateral de la pantalla y en el fondo se veía como los equipos salían formados hasta el centro del valle de juego.
“…y aquí llega la Jefa de Árbitros, la joven Regis Octa, Durana Deram. Aunque solo tiene 20 años, su carrera como jueza deportiva la ha llevado a ser considerada como uno de los jueces más estrictos de la Liga del Threeball. Sin duda hoy podremos ver toda una orgía de faltas y penalizaciones. Ambos equipos tendrán que pensárselo dos veces antes de hacer movimientos peligrosos-, decía. En la pantalla aparecía una chica alta y pelirroja con una camiseta y pantalones cortos negros y unas estrechas bandas blancas avanzaba empequeñecida por la enormidad de los treinta jugadores que avanzaban a ambos lados-.
Se han sorteado los campos de juego y ahora se entregan los balones a los capitanes de cada equipo. Cada vez falta menos para el comienzo del partido-, diez de los jugadores de cada equipo, se colocaron en la zona de despliegue y el resto se fue a sentar a los banquillos-. Deram recibe el último balón de manos de uno de sus asistentes y lo coloca en el punto central del campo. Se aleja hacia el lateral…”
La expectación se notaba en el comedor, esos pocos segundos en el que el partido aún no había comenzado, se hizo el silencio y todos nos quedamos mirando la pantalla. Cuando sonó el pitido los veinte jugadores salieron corriendo a toda velocidad, bajando por la rampa del campo de juego, tratando de llegar los primeros hasta el balón neutral. Cuando vi como mis Partecraneos se hacían con el balón neutral, no pude reprimir un grito de ánimo y ni me inmuté con las miradas asesinas de todos los mineros del lateral derecho de la cantina.

Capítulo 12.

En aquel local de comida rápida, de pie en una de las mesas altas del interior y con las chaquetas de los trajes abiertos y los cuellos de las camisas abiertas, miré con el ceño fruncido a Sele. Cogí el bocadillo e intenté recordar cómo había llegado hasta ese punto. Todo me había parecido bastante rápido y no había sabido ver lo que iba a ocurrir, se notaba que no estaba acostumbrado a ese tipo de reuniones.

La blanca cara de Sele, estaba serena y tranquila, mientras masticaba con cuidado cada una de sus delgadas barritas sintéticas de su menú. Sin apartar la mirada de sus tranquilos ojos, di un gran bocado a la gruesa barra de carne de levadura rebozada y mastiqué con apetito y el ceño fruncido.

Cinco horas y media antes, la reunión comenzaba. Al principio solo era una exposición de las cantidades que se producían, pero solo cifras muy generales. Me fijé en que algunos secretarios apuntaban cosas en sus tabletas de datos, y supuse que serían de las cifras, para confirmarlas después. Pero después de la corta exposición sobre la producción llegó el turno de las quejas. Durante quince minutos estuve escuchando informes sobre picos de tensión, fallos en los conductos, escasa potencia en las minas alejadas… ya conocía todos esos problemas. Pero conforme hablaban me daba cuenta de que no tenían ni idea de lo mal que estaban las cosas de verdad. Al final resumió su exposición diciendo:

- Este último trimestre, la producción se ha visto reducida en un 2,5% con respecto al anterior. Por lo que ya llevamos un déficit de producción bruta acumulado de casi cincuenta mil millones de metros cúbicos. Casi todo por fallos energéticos en las minas, o problemas con los suministros de células energéticas. Aunque también hubo ciertos problemas con las piezas de repuesto, ese contratiempo en concreto ya se encuentra en vías de solucionarse-, añadió y se sentó tranquilamente en su sillón.

- Bien, más o menos como se esperaba, ¿no?-, dijo Sele con una media sonrisa. Todos sonrieron, excepto yo, que estaba enrojeciendo de vergüenza, al lado de Herena, que dormitaba en su asiento sin importarle nada de lo que la rodeaba. Me parecía indignante e increíble que se quedara dormida mientras arremetían contra ella de esa manera-. Bueno, pasemos de la minería a la fundición. ¿Departamento de Enlace Metalúrgico?

- Si, Consejero-, dijo una señora trajeada y con el rostro curtido y surcado de arrugas, que aparentaba unos cuarenta años-. Seré más breve que mi compañero. Básicamente, hemos trabajado por debajo de lo previsto por falta de materia prima. En dos ocasiones han fallado los trenes de transporte y nos hemos visto obligados a vaciar los almacenes, que siguen estando, casi siempre, bajo mínimos de almacenaje. En otras tres, los fallos energéticos detuvieron el proceso de fundición y como sabrán casi todos, tardamos cinco días completos en volver a ponerlos en marcha-, dijo mirando a Herena sin piedad. Bajé la mirada y anoté el dato, tendría que revisar eso también-. Por lo tanto, la producción para exportación sigue sin alcanzar la cuota y llevamos un déficit acumulado de cuatro mil millones de metros cúbicos.

Ese dato, aunque malo, me alegró. No era tanto el retraso de producción, pero aún así era enorme. Tras sentarse la responsable de metalurgia le toco el turno a transportes y resultó en más de lo mismo. Tras media hora hablando, resumí en mi fuero interno que había colapsos eléctricos en ferrocarriles y estaciones remotas por toda la luna. Curiosamente, en la ciudad no había ningún tipo de fallo, pero no creía que siguieran sin producirse así mucho tiempo.

Después le llegó el turno al departamento de alimentación, al de hidrología, al de telecomunicaciones… uno tras otro hablaron de sus departamentos y de los múltiples problemas que tenían todos. El único que había en común eran los fallos de energía, por suministro, por picos de tensión o similar. Llevábamos horas allí y habían expuesto todos los allí presentes, excepto yo.

- Y, por fin-, dijo Sele repentinamente serio-. Es el turno del Departamento de Energía.

En las dos horas que llevábamos allí, había pasado de estar avergonzado a estar furioso. A nadie parecía importarle que Herena durmiera la mona a pierna suelta. Todos se dirigían a mí y no me daban cuartel, cuando no se daban cuenta de que no podía hacer nada. Intenté que Herena despertara, pero solo conseguí que roncara audiblemente y se girara en el asiento. La vergüenza que sentía pasó a ser una intensa furia. Me levanté lentamente y, aunque temblaba ligeramente por la tensión nerviosa, intenté mostrarme tranquilo y con cuidado dejé mi tabla de datos sobre la mesa.

“Ante todo, y para empezar, quiero dejar claro que me he incorporado al cargo recientemente y, debido al… “estado”, de mi superior me hago cargo de presentar el informe al consejo-, casi todos se rieron por lo bajo de estas palabras-. Debido a un desgraciado accidente que me tuvo hasta hoy de baja, no he podido realizar una serie de inspecciones sobre el terreno, aún en contra de las “sugerencias” de mi compañero Jöel. Las he aplazado hasta mediados de esta semana, y sin duda aportarían datos de importancia para solucionar los problemas que han referido los demás departamentos-, vi como todos los asistentes me miraban con cierto asombro al pronunciar el nombre de Jöel. Pero no me retracté y tras un par de suspiros roncos de Herena, sentada a mi lado, que rompieron el silencio reinante, continué.

Han reportado numerosos fallos de suministro energético, desviaciones extremas en la potencia de salida, y picos de pérdidas de tensión muy a menudo. Las minas, la fundición y el resto de departamentos se quejan de un suministro energético insuficiente-, dije cogiendo la tabla de datos y mirándola con cuidado-, pues bien, he de anunciarles que la central trabaja a un ochenta por ciento de potencia de manera permanente, cuando según los datos sería necesaria una potencia muy inferior.”

Airado, saque el proyector del bolsillo de mi chaqueta y lo empujé con fuerza hasta el centro de la mesa. Un fulgor azulado flotó sobre la mesa y comenzó a tomar forma, flotando delante de mí Las gráficas y líneas de demanda comenzaron a perfilarse con claridad, mostrando las necesidades históricas y demás datos que había recopilado desde que había llegado.

Estaba cansado de tanto menosprecio de mi propio departamento, de tantas horas en silencio o haciendo caso omiso a mis exigencias. Estaba furioso, por los ronquidos de Herena, que cada vez sonaban más alto y, en un momento, decidí poner al departamento entero en evidencia. Era un paso arriesgado y lo sabía, ya que ya les caía mal y me arriesgaba a caerles aún peor. Además tendría que ponerme a solucionarlo en siete meses, pero pensaba que si conseguía pintar un panorama muy pesimista, podrían destinar a alguien mejor capacitado para arreglar el desaguisado.

Continué hablando y poniendo énfasis en la producción, que era lo único que había visto en persona hasta el momento. Indiqué mi impotencia en la oficina, en mi calidad de observador debido a que Herena (que dormía y roncaba, completamente ajena a mis palabras) seguía siendo la responsable. Aporté sugerencias de actuación a corto plazo y largo plazo, aunque aseguré que estaba trabajando para mejorar estas últimas. Y tras una hora hablando sin parar, me senté con cierta satisfacción, en el sillón.

Notaba mi camisa húmeda por la tensión que había pasado, y aún me temblaban de un modo apreciable, las manos. Di un sorbo de agua que había sobre la mesa y me recosté. Aún duraba el silencio que se había extendido sobre la mesa, parecían estar perplejos por lo que había dicho, y en algunos casos, casi parecían asustados. Finalmente reaccionaron y lentamente comenzaron a charlar acaloradamente entre ellos y con sus ayudantes, que también parecieron despertar y empezar a moverse. Tras un rato, Sele carraspeó y se hizo oír, aunque no sin cierta dificultad:

- Un poco de silencio, por favor… Bien, ha sido esclarecedor. Se ha arrojado luz sobre el desastroso estado de nuestro departamento energético. Estoy seguro que, aunque pensaban que la cosa se llevaba mal, no creían que fuese para tanto. ¿O me equivoco? -, preguntó a la ya silenciosa mesa.

Tras muchos comentarios, Sele llamó al orden y continuó:

- Según parece, la primera sesión solo ha servido para poner las cosas en claro. Veré lo que puedo hacer para encaminarlas. Me reuniré con ustedes por separado mañana. Se levanta la sesión.

Mientras guardaba todos los papeles que había utilizado, todos iban dándome golpes en la espalda al pasar y murmuraban cosas como, “a ver si cambias las cosas de una vez” o “por lo menos tú ves el problema”. No sabía si era a broma, pero en principio pensé que me apoyaban todos los departamentos. Herena roncó y me di cuenta de que me apoyaban todos menos el mío, y la vergüenza y la ira que había tenido durante la reunión se transformaron en una profunda desesperación. ¿Podía solucionar el marrón sin nadie de mi parte o que quisiera ayudarme? No. Sin duda no podría hacerlo solo.

- Buena exposición-, dijo Sele desde detrás de mí-. Tengo que hablar contigo, pero ya es tarde para ir al despacho. ¿Te apetece ir a comer algo mientras charlamos?

- Claro. Por supuesto, señor Uriakilis-, dije intimidado por el cargo que ostentaba-. ¿Y Herena?

- Déjala que duerma tranquila. Y te he dicho que me llamaras Sele, ¿recuerdas? Venga vamos a comer.

Me llevó a aquel local de comida rápida, en uno de los pasillos transversales que estaban cerca del acceso de servicios del Urbs. Sele seguía esperando una respuesta a la pregunta que me acababa de hacer. Y yo seguí masticando con parsimonia mi barra de “carne”.

- ¿Es legal?-, dije en cuanto tragué-. Porque muy ético no me parece.

- Puede, pero es completamente legal y entra dentro de los poderes de mi cargo, te lo garantizo-, dijo Sele seguro de sí mismo e intentando apaciguarme con ambas manos-. Además, dadas las circunstancias, está más que justificado y mi superior me respalda por completo en esta decisión.

- ¿Podría consultarlo con un jurista?-, pregunté, algo escéptico.

- Claro, llama a quien quieras, pero que quede entre tú y él. No conviene que se aireen este tipo de cosas antes de tiempo, sobre todo en un sitio tan pequeño como este-, dijo mientras se metía la ultima barrita en la boca y cogía su maletín-. Espero que tú hagas las cosas como es debido. Si aceptas llámame a mi casa antes de mañana por la mañana. Estaré esperando tu respuesta.

Y dicho esto, salió por la puerta y caminó hacia el Urbs. Tras un rato en silencio y masticando ensimismado, cogí mi chaqueta y mirando el reloj, vi que eran las 16.40, así que salí con lo que me quedaba de la barra rebozada me dirigí al despacho para recoger un par de cosas que había dejado en la oficina y necesitaba para redactar el informe.

En cuanto entré en la oficina, vi a Herena en su mesa, recostada en su silla y dando un largo trago a la botella de licor que ya estaba medio vacía. Estaba bastante cabreada y se le notaba y Jöel se aprovechaba de ello, hablándole con tranquilidad y dirigiendo sus pasos, supuse.

- ¿Os habéis reído a gusto de mí? – gritó airada y señalándome con el dedo-. Dejarme allí sola. Si no fuese por Jöel, aún seguiría allí.

- Si no te hubieses dormido a los cinco minutos de empezar la reunión, te hubieras enterado de muchas cosas-, le respondí tranquilo mientras me sentaba en mi mesa y ponía el dedo sobre el cajón, que se abrió con un susurro al entrar el aire dentro de él.

- ¿Y qué tal fue la sesión?- preguntó Jöel-. Espero que te orientaras bien con el informe. Seguro que te acosaron con lo de que no llegan a la cuota de producción. Siempre es lo mismo.

- No te preocupes, fue muy bien. Todos los departamentos estarán muy tranquilos a partir de hoy-, dije con un tono de satisfacción en la voz mientras cogía un par de carpetas con informes. ¿Había notado temor en la voz de Jöel? Decidí no decir nada sobre su informe, lleno de mentiras y datos inventados, que sin duda eran para tranquilizar al consejo-. De todas formas, creo que tenías razón. Aún me molesta la pierna-, mentí mientras me la frotaba-. Me iré a casa y redactaré el informe para el consejo, si no lo entrego para mañana me despiden… o igual no-, añadí al ver sus ojos.

- Me alegro de que haya ido bien la reunión -, dijo farfullando Herena-. ¿Pero y yo qué? ¿Cómo te has atrevido a dejarme allí sola?

- El Consejero Selenio Uriakilis me dijo que la dejara allí, señora. Y no me atreví a desafiar a un miembro del Consejo Regente-, dije con una clarísima voz de fingido lamento.

Oí como Lio se reía por lo bajo y seguía tecleando en su ordenador. Cogí todo y tras despedirme de los presentes, me marché con calma. En la recepción, ya no estaba la amable joven de pelo rosa, sino un joven con un pelo azul y largo y engominado en un complicado peinado. Mientras salía del Urbs, y me colocaba la chaqueta, me di cuenta con fastidio, que ese tono de azul era el del pelo de Miria. ¿Por qué me habría recordado ahora de ella?

Decidí caminar hasta mi apartamento, me sentaría bien hacer algo de ejercicio, pensé y además me ayudará a pensar. El aire de la ciudad era ya más frio que antes, y el tráfico aumentaba por los carriles centrales. En la tercera avenida radial, giré a la derecha y me adentré en las entrañas de la tierra. Bajando por aquel túnel cilíndrico, me fijé por primera vez, en que no había tiendas de ningún tipo y lo único que se podía ver era la larga curva que descendía en una suave pendiente. No había conductos de ningún tipo por las paredes y la lisa superficie solo se veía interrumpida, cada cincuenta metros, por una cámara hermética excavada en la pared y por las compuertas de emergencia que destacaban cada cuatrocientos metros desde el techo y los laterales de los túneles, ambas con su color amarillo fosforito y sus bandas negras.

Tras media hora andando vi, en la pared derecha el paso a mi zona de apartamentos, así que la tomé y avancé con calma por ella. Los autos pasaban de vez en cuando, muy cerca de mí, y me acercaba al lateral intentando no recordar el accidente de la cafetería. En la pequeña plaza de los apartamentos, las plantas seguían colgando de los bordes de la decoración, ahora goteando por la humedad del riego.

Saqué la tarjeta de acceso y pasé a la entada de mi bloque. Los pasillos estaban desiertos, y caminé lentamente por ellos hasta llegar a la puerta de a mi apartamento. En cuanto entré y encendí la luz, comencé a quitarme la ropa y a dejarla colocada en una de las sillas.

- Música ambiente suave, volumen bajo-, dije al control domestico-, ¿Tengo correo?

- “Tienes un mensaje nuevo y dos antiguos”-, dijo la odiosa voz de siempre.

El nuevo mensaje era mera publicidad, así que puse los mensajes antiguos y en el primero de ellos, vi como mis padres, desde el luminoso y agradable salón de su casa, me contaban las novedades de Sukia, mientras el viejo bosque de los parques del pueblo se veía al fondo, por las gigantescas ventanas. No se daban cuenta, pero me entraba nostalgia de aquel fresco aire con olor a pino y cerezas. No podía creer lo que acababa de oír, así que paré el video y la repetí desde un poco antes.

- Tenemos que contarte algo, y pensamos que te dolería menos si lo sabías por nosotros que por otros. Miria va a casarse en un par de meses-, dijo mi madre con la voz serena. Sabía que le costaba asumirlo. Le había caído bien cuando se la había presentado.

El mensaje continuaba intentando tranquilizarme, cuando quedaba claro que la que mas necesitaba tranquilidad era mi madre. Pero en el fondo no decía nada importante, ni con quien se casaba, ni cuándo ni dónde. Curiosamente en ese momento no me importaba, tenía cosas más importantes en las que pensar, como por ejemplo la sugerencia de Sele. Era cierto, se me olvidaba que tenía que consular algo, así que dejé los mensajes para luego y me puse en contacto con el primer abogado jurista que encontré en el directorio de la ciudad.

Tras más de veinte minutos de delicadas conversaciones, en las que traté desesperadamente de no entrar en detalles, pese a la confidencialidad absoluta que me garantizaba, acabé completamente convencido de que Sele decía la verdad. Estaba en su derecho de actuar así. Ahora todo dependía de mí y de mi respuesta, pero aún no estaba listo para decidir. Así que seguí mirando el mensaje de mis padres, que acabó sin mayor noticia que el de la boda de mi ex novia.

El video de Irine era más de lo mismo, solo que variaba el fondo. Una pared color crema con un enorme ventanal con vistas a uno de los enormes paneles solares de la DS7. Irine me dio algún detalle extra sobre la boda, oculto entre sus muestras de preocupación por mi reacción. Y no le faltaba razón. Se iba a casar con Brien Masil, uno de los compañeros de la planta que mejor me caían. Miria siempre había querido progresar a cualquier precio, pensé. Le chuparía la sangre a Brien como una sanguijuela, y lo desecharía en cuanto no le diera lo que le pidiera, y con un curioso alivio, me di cuenta de que me había librado de una buena.

En el reloj de la pantalla aparecía un pequeño 18.32, y me di cuenta que los mensajes habían sido el impulso que necesitaba para decidirme, así que llamé a la casa de Selenio y con un simple mensaje de audio, dejé gravado en su ordenador un corto mensaje:

- Señ… Sele, soy Tulius. He comprobado lo que me dijiste y visto que todo está en orden y es legal… acepto.

Dicho esto, grabé un pequeño mensaje para mis padres y para Irine.

“Hola papá, hola mamá, hola Irine. Acabo de ver los videos que me mandasteis por separado. Sé que he tardado bastante en contestar, pero he estado muy ocupado-, les aseguré-. En cuanto a Miria, ya la había olvidado, así que no os preocupéis por mí, aquí estoy bien y me voy adaptando, aunque poco a poco.

¿Os acordáis de todo lo que os había comentado hace unos días sobre la reunión que tenía hoy? No puedo contaros como ha ido, de momento es todo confidencial. Pero os sugiero que le echéis un vistazo de cerca durante unos cuantos días a las noticas que os lleguen desde aquí-, dije guiñando un ojo-. Y si me hacéis el favor de pasarle la noticia a Miria, os estaré agradecido. No os preocupéis, sabréis cual es e Irine estará encantada de hacerlo-, aseguré sonriendo-. En serio que espero que estéis bien, pero el trabajo se me ha acumulado con lo del accidente, así que me pondré a trabajar. Besos para todos y cuidaros mucho. Espero noticias vuestras pronto.”

No era mucho, pero era todo lo que tenía que decirles y, además no se me conocía precisamente por mis largos mensajes de video. Pero era verdad que el trabajo apretaba, aún tenía que redactar y mandar el informe trimestral, y además preparar la entrevista con Sele del día siguiente y poner al día el plan de visitas e inspección de esa semana. Por suerte había grabado la reunión de la mañana y después de transcribirlo solo sería cuestión de una hora o dos acabar un informe completo más que decente.

El trabajo se alargó y terminé poco antes de las dos. Tomé una cena bastante frugal a base de leche de levadura y unos pastelitos de hacía tres días, y me preparé para dormir. Con la luz azul tenue iluminando las paredes y el techo, desplegué la cama de la pared y con la suavidad de la gravead reducida, me dejé caer sobre la cama y con cuidado, coloqué las sabanas sobre mí y me relajé sintiendo el aire tibio de la habitación. Y aún con dudas, me quedé dormido.