Capítulo 5.

Me desperté con todo el cuerpo humedecido por el sudor. Temblando de miedo y con la boca seca. Como casi todas las mañanas desde hacía casi dos años. Mientras tomaba un trago de agua me sequé rápidamente con la toalla que tenía bajo la cama. No era digno que un soldado se despertara por sus pesadillas todas las mañanas, y menos estando en un lugar tan tranquilo como Tumbe.

Miré mi reloj de reojo, aún quedaban veinte minutos para el toque de diana. Así que me tumbé en la cama y me quedé mirando el techo oscuro de los barracones, intentando tranquilizarme. De vez en cuando daba algunos tragos a la cantimplora, ya casi vacía, que escondía detrás de mi taquilla, mientras me relajaba e intentaba disfrutar de aquellos momentos tranquilos en la cama.

Las luces del barracón se encendieron y empezó a sonar “En Marcha Soldados” por los altavoces. Todos nos pusimos en pie, la mayoría se despertaron uno o dos segundos antes de que empezara a sonar la música, como un acto reflejo adquirido a lo largo de muchos años.

Teníamos 15 minutos para formar en el patio de instrucción. Pero antes de eso teníamos que hacer las camas, limpiar los barracones, y ponernos el uniforme de combate, con todo el equipamiento de entrenamiento, que se solía reducir a unos veinte o veinticinco kilos de lastre, repartidos en todos los huecos y bolsillos externos de la armadura.

Como todas las mañanas apenas si charlamos, solo algunas pullas mientras limpiábamos, pero en cuanto salimos al patio, todos estábamos en un silencio sepulcral, al igual que el resto de las escuadras. Formamos al trote en el patio y el comandante de la compañía, comenzó a pasar revista. Como todas las mañanas.

Después de eso seguimos haciendo lo que hacíamos todos los días. Dos horas de carrera a buen ritmo y un desayuno rápido en las propias pistas. Luego, otras dos horas de ejercicio en la pista de obstáculos, otra hora de carreras y dos horas en el campo de tiro. Una buena y rutinaria mañana de entrenamiento intensivo. Y después una ducha caliente y comida abundante en la cantina del regimiento.

El ruido de las charlas llenaba toda la sala del comedor. Y, tras coger la bandeja con mi ración aún sellada, busqué a Ober con la mirada y la encontré en una de las mesas de un lateral, que todavía estaba vacía.

- Ya era hora -, me dijo con la boca llena -. Llevo aquí casi diez minutos. ¿Y el resto?

- No tengo ni idea -, dije mientras me sentaba en frente de ella -. Estarán en la cola.

- ¿Qué ha pasado hoy? ¿Alguno se ha tropezado?

- Rash -, dije mientras abría el sellado de bandeja.

- ¿Otra vez? -, dijo Ober levantando una ceja.

- Otra vez -, comenté resignada cogiendo un tenedor -. Y otra vez en el campo de tiro.

- ¿Cuántos puntos sacó hoy?

- Solo 42 -, dijo Rash, con cara de pocos amigos -. Es un nuevo record.

- Si. El record de peor puntuación del regimiento -, dije con enfado -. ¿Por qué coño no practicas más?

- Sabes de sobra que prefiero el cuerpo a cuerpo -. Me guió un ojo y posó marcando todos y cada uno de los músculos de su cuerpo. La camiseta parecía que iba a estallar, por suerte eran semi elásticas.

- Pues entonces, que tengas suerte -, dijo Ober levantando el vaso de metal con agua -. Si consigues llegar al cuerpo a cuerpo harás estragos, pero dudo que tengas muchas oportunidades de hacerlo.

- Si, nunca lo has conseguido en los entrenamientos -, comente -. ¿Qué te hace pensar que podrías llegar en un combate real?

Se hizo un silencio tenso en la mesa que duró hasta casi acabar la comida. Esa cuestión solía molestar mucho a Rash. Era demasiado grande para ser rápido a la carrera, y además era tan corpulento que era muy fácil atinarle en los entrenamientos y con la mala puntería que tenía solo podía garantizar darle a la diana a menos de diez metros, y eso con una ráfaga de rifle de asalto. Rash solo tenía un punto bueno para el combate, y él sabía perfectamente cual era. El cuerpo a cuerpo. Era el campeón del regimiento en combate cuerpo a cuerpo desarmado, el subcampeón en combate a cuchillo, y estaba entre los cincuenta mejores en esgrima.

- ¿Vamos al campo de tiro? -, me preguntó Rash.

- Me voy a pasar por la biblioteca. ¿Qué tal mañana?

- Vale. Reservaré una calle para las 16 -. Dijo mientras se tomaba la última bola de cacao del postre de un bocado -. Yo me voy al gimnasio.

- Si. Te hace falta. Cada vez tienes los brazos más delgados -, comentó Ober -. ¿Cuánto levantas? ¿Doscientos? ¿Trescientos?

- Ayer levanté ciento setenta y dos kilos -, dijo sin inmutarse mientras se iba.

- Ya fuiste a la biblioteca ayer -, dijo Ober cuando vio que Rash ya se había marchado -. ¿Qué está pasando aquí?

- Bueno. ¿Te acuerdas que hace un par de semanas me mandaron al espaciopuerto con Rash?

- Si. Pero espero que no sigas dándole vueltas al entrenamiento que os perdisteis -, dijo mirándome directamente a los ojos. Esos ojos grises de Ober, parecían ver a través de ti cuando te clavaba la mirada.

- No es eso. ¿Te acuerdas del ingeniero que te mencioné? Me dejó un mensaje ayer.

- ¿Tan buenas migas hicisteis? -, dijo incrédula -. Por cómo me lo has descrito no creo que sea de los que hacen amigos rápidamente.

- Ya, bueno. Nunca se sabe -. Dije mientras tomaba un trago y miraba el reloj en la pared del comedor -.En fin, yo me voy que no quiero llegar tarde. Adiós.

- Ya me contarás -, se despidió.

Mientras salía del cuartel iba pensando que enseñarle Tumbe a Tulius era una buena manera de romper la rutina diaria. Además, generalmente los soldados teníamos unas cuantas horas del día a nuestra disposición exceptuando, por supuesto, cuando estábamos de guardia o patrulla, se organizaban entrenamientos conjuntos o extraordinarios o cuando había maniobras. Generalmente por las tardes nos entrenábamos sin descanso, y algunos también estudiábamos por nuestra cuenta o seguíamos algún curso de especialización, para ver si con un poco de suerte nos ascendían en la siguiente evaluación, o por lo menos intentar que nos destinaran a algún cuerpo en concreto.

El auto se detuvo en el café en el que había quedado con Tulius, me bajé y mire mi reloj. Llegaba justo a tiempo. Ni un minuto antes, ni un minuto después. A través de los cristales de la cafetería, vi como Tulius leía en su tableta de datos y parecía escribir algo, sentado en una de las mesas. Se le notaba concentrado, y desde luego no se dio cuenta de que había llegado hasta que me senté enfrente de él.

- Buenas. ¿Eres un adicto al trabajo y no me lo habías contado en el tren? -, dije a modo de saludo.

- ¡Ah! Hola. No te había visto -, dijo poniéndose colorado -. Te parecerá raro, pero es que acabo de salir de la oficina y estaba aprovechando para adelantar trabajo.

- Parece que aquí hacemos todos lo mismo… -, comenté con una sonrisa en los labios mientras me sentaba al otro lado de la mesa.

- ¿Quieres tomar algo? Venga, que te invito. -, dijo dándole el último sorbo a una taza de bebida aún humeante y llamaba al camarero levantando la mano.

- Claro. Por cierto, pareces de mejor humor que en el tren. Se te ve algo más animado.

- ¿Ah, sí? No sabría decirte… -, comentó distraído mientras metía sus cosas en una bolsa que tenía a su lado -. Será que con el trabajo me distraigo.

- ¿Y cómo lo llevas? ¿Mucho trabajo?

El joven camarero nos acerco y se quedó esperando el pedido y tras mirar a Tulius para que pidiera, me di cuenta que esperaba que fuese yo quien pidiera primero. Mientras esperábamos a que nos trajeran lo que habíamos pedido, seguimos charlando:

- No tienes ni idea -, dijo con una media sonrisa -. Al principio pensaba que iba a ser un trabajo aburrido y tranquilo.

- ¿Y no es así? Esta luna es muy tranquila.

- Si, es muy tranquila. Pero a los dos días ya me di cuenta que se pierde energía por todos lados. Casi la mitad de la que se produce se pierde.

- ¿Se puede perder tanta energía? –, pregunté con incredulidad.

- Si se puede perder tanta, pero te garantizo que si encuentro como solucionarlo (y lo haré), podré volver a mi casa -, dijo con un brillo en los ojos.

- Sigues sin querer estar aquí, ¿no?

- ¿Tanto se nota? –, mientras se encogía de hombros. El camarero llegó con un par de tazas color crema, con unos cafés humeantes y un plato con varias pastas -. No acabo de acostumbrarme a este sitio. Es como si las paredes se cayeran sobre mí y no pudiera moverme.

- Aquí hay espacio de sobra, no te entiendo. Hay instalaciones de entrenamiento, para correr y para sudar -, dije con incredulidad. Pensaba que si se quería, hasta en una caja de dos por dos se podía hacer ejercicio y desahogarse.

- Llevo dos semanas sin parar de trabajar, no he podido ver la ciudad -, dijo a modo de disculpa mientras removía con suavidad el café-. De hecho te llamé para ver si me echabas una mano con eso.

- ¿Quieres que te enseñe la ciudad? -, pregunté con cierta incredulidad -. ¿Por qué yo?

- Sencillamente porque me caes muchísimo mejor que mi jefa y mis compañeros de trabajo y que no conozco todavía a nadie más. No te importa, ¿verdad?

- ¿Te caen mal y tienes que trabajar con ellos? -, me parecía inconcebible. Siempre había hecho buenas migas con mis compañeros de unidad, incluso siendo cadete en la Academia -. Increíble.

- Ya no es la primera vez que me pasa. Es tolerable siempre que tengas buenos amigos fuera del trabajo -, dijo mientras sorbía pausadamente su café y me miraba fijamente a los ojos -. Y algo que hacer para liberar tensiones y relajarte.

- ¿Y qué hacías antes de venir aquí?

- Conducir a toda velocidad, correr, ver películas… lo que fuese con tal de relajarme.

- Aquí seguro que podemos encontrarte algo que hacer -, le dije mientras apuraba mi café. Era la primera vez que tomaba un café tan bueno. También era la primera vez que estaba en una cafetería. Generalmente no iba a cafeterías y sino a bares con el resto del batallón, pero ese sitio era tranquilo y relajante -. ¿Qué te parece ir a correr? Podría conseguirte acceso a las pistas de entrenamiento.

- No me convencen las pistas cerradas. Parte del encanto es correr al aire libre o con compañía.

- ¿Y por qué no corres en el parque…?

Con el rabillo del ojo había visto como un auto vacio se movía por la avenida, muy rápido. Demasiado. Cuando no tomó la curva y se lanzó contra la ventana de la cafetería, estaba alerta y pude agarrar a Tulius por el brazo y lanzarlo al suelo conmigo, justo al tiempo que la mole del vehículo automático atravesaba la ventana a toda velocidad y se empotraba contra el mostrador de madera.

Con la fuerza del impacto, la madera de la barra se combó y deformó hasta estallar y lanzar astillas y trozos de madera en todas direcciones, exactamente igual que hacía una mina contrainfanteria. Por suerte solo la estaba mirando de refilón y una nube de astillas y trozos de madera se me clavaron en el costado y el brazo. El coche se quedó en un precario equilibrio contra los restos de la barra y una mesa tumbada.

Miré a Tulius. Estaba tirado en el suelo, inconsciente y con la cara manchada de sangre. Estaba justo debajo del auto, así que me arrastré hacia él y lo saqué de allí arrastrándolo sin casi dificultad. Salí por la puerta de cristal de la entrada, que se abrió automáticamente en cuanto nos acercamos a ella.

Ya fuera, lo tumbé junto a una pared y a cierta distancia de la entrada, lo examiné por encima y pude ver que tenía el brazo izquierdo roto y doblado por un sitio incorrecto y la cara ensangrentada llena astillas. Estaría bien. Los curiosos comenzaban a llegar, pero ninguno parecía por la labor de hacer nada útil, así que me incorporé y volví a la cafetería en busca de más supervivientes.

Tras casi dos años de tedio absoluto y entrenamiento, desde que había vuelto de Seydlitz, volvía a sentir lo mismo. Una descarga de adrenalina brutal e inigualable. El azar casi me había vuelto a pillar por sorpresa. Pero esta vez no había caído en su trampa.

1 comentario:

  1. algo como es describir una accion (en este caso el coche contra la cafeteria) me resulta increiblemente dificil de hacer por escrito.

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