Capítulo 4.

Tumbe, menudo sitio. En el plano aparecían un sinfín de corredores y pasillos que hacían las veces de calles y cajas herméticas que hacían de habitaciones. Sentía que me estaban enterrado vivo y, de hecho, estaba siendo enterrado en las entrañas de aquella luna. Aquella ciudad estaba, en algunos puntos, excavada a más de mil metros de profundidad, para evitar que calor se escapara al exterior.

Cuando llegamos a la estación de Tumbe, los dos soldados con los que había venido charlando sobre las “excelencias” de aquella colonia, se despidieron de nosotros y se alejaron entre la multitud. Tenía ideas enfrentadas sobre ellos. Rilke me cayó más o menos bien, por lo menos me reí con sus chistes, pero Rash… tenía pinta de ser un cabrón desalmado, que podría partirme en dos con un brazo atado a la espalda. Y la verdad es que me alegré cuando lo vi perderse entre la multitud de aquella sala.

Rilke, me había pasado un mapa de tumbe a mi tableta de datos y me indicó como llegar al apartamento que me habían asignado, así como me dejó marcado algunos lugares más que podían interesarme, como algunas cafeterías y las zonas destinadas al deporte. De todas formas, antes tenía que pasarme por el Urbs, para los trámites de traslado de residencia y para que me dieran las llaves de mi nuevo apartamento.

La estación era grande y funcional, sin adornos, sin decoraciones arquitectónicas. Fría y aséptica. Otros trenes estaban detenidos en los andenes y multitud de mineros entraban y bajaban de ellos por los, supuse, cambio de turnos que se solían realizar. Avancé entre la multitud embebida en monos y trajes de trabajo y me dirigí, intentando parecer tranquilo, hacia la salida. Unas puertas grandes y metálicas, con cristales translucidos y lisos de color anaranjado y un enrejado decorativo, dejaban pasar una gran cantidad de luz.

Cuando traspasé las puertas, me quedé casi deslumbrado. La luz inundaba la Cúpula de Tumbe. En el plano era obvio que la Cúpula era el centro de Tumbe, un circulo de un kilómetro de lado a lado. Sin embargo La altura de la cúpula sobrecogía y parecía que casi se podrían formar nubes en ella. Justo enfrente a la puerta de la estación discurría una amplia avenida empedrada por la que la gente caminaba ajetreada y un gran número de vehículos automáticos discurrían por el centro. Al otro lado de la avenida los árboles y arbustos crecían en un jardín y podía ver entre ellos como un campo con un césped bien verde se extendía hacia la pared opuesta. El lugar prometía, pero no dejaba de ser una caja hermética, donde no se veía el cielo anaranjado de esa luna.

Volví a mirar la tabla y vi que todos los servicios gubernamentales y las mejores tiendas, entre otras cosas, estaban construidos contra las paredes de la cúpula y con acceso directo desde la misma. Había “avenidas” que comenzaban en la cúpula y se alejaban perpendicularmente, del centro de la misma y, por lo que pude ver en el plano, también bajaban, de modo que la Cúpula era la parte más alta de la ciudad.

El Urbs estaba exactamente al otro lado del parque, así que decidí coger uno de los muchos y pequeños vehículos sin conductor ni paredes que estaban detenidos en el borde de la avenida. Una agradable voz femenina me dio la bienvenida a bordo:

- “ Por favor, indique su destino en voz alta”

- Al Urbs, Departamento de Energía -, dije con voz clara.

- “Llegada estimada en cuatro minutos y medio” -, puntualizó la voz mientras comenzábamos a movernos.

Aquel auto se movía con agilidad y velocidad entre el tráfico, en algunos momentos casi rozando los laterales del resto de autos. Cuando se detuvo enfrente de un edificio de piedra negra, labrada y decorada con motivos geométricos, supuse que era el Urbs, lo que confirmó con claridad la voz que salía del auto.

- “Urbs. Final de viaje” -, anunció el auto -. “Puede apearse del vehículo.”

No sabía muy bien si tenía que pagar algo por el servicio, pero como no dijo nada más, supuse que no sería necesario. Me apeé y miré la fachada del edificio el tiempo suficiente como para tomar una bocanada de aire, centrarme y abrir la puerta acristalada y enrejada.

Una varada de aire caliente me golpeó en toda la cara. Había por lo menos quince grados de diferencia entre la cúpula y aquellas oficinas. Una joven recepcionista de pelo rosa estaba tecleando con desgana mientras, de vez en cuando, tomaba un sorbo de una taza iridiscente que cambiaba de color. Ella me envió a una oficina en la planta superior donde, después de rellenar un montón de formularios, me dieron la tarjeta de acceso a mi apartamento.

Con ella ya en el bolsillo, me dirigí para presentarme en el Departamento de Energía y así conocer al jefe del departamento y a mis compañeros de trabajo. La oficina era pequeña, no tenía ventanas y las luces estaban apagadas. Un fuerte olor a sudor, polvo estancado y mala ventilación anegaba toda la oficina. Mientras contenía las arcadas que me producían ese olor nauseabundo intenté discernir el interior de la sala y puede ver una oscura figura encorvada y durmiendo sobre una mesa metálica, con varias tablas de datos apiladas en un lado y una botella de licor vacía tirada en el lateral de la mesa metálica.

“Genial, mi jefa es una borracha. Y pensaba que no podía ir a peor”, pensé. Encendí las luces de la sala y entré. La figura, se incorporó rápidamente y con cara, entre susto, sueño y borrachera, me miró. En ese momento pude verla con claridad. Media melena grisácea, con reflejos pelirrojos, la cara llena de arrugas, y unas terribles ojeras, que no sabía si era por la bebida, por falta de sueño o por la propia edad de la, ya anciana, ingeniera.

- Vaya, eres más joven de lo que me habían dicho -, dijo con una voz ronca.

- Soy Tulius Muria, Tellus Sextus e Ingeniero de Producción Energética de Clase 1 -, me presenté con formalidad -. Me presento para el servicio en el puesto asignado. Encantado de conocerla.

- Uy, que formalito… Seguro que hasta no bebes -, dijo con guasa -. Pero como gustes. Me llamo Herena Gaius, Tellus Sextus, Ingeniera de Producción Energética de Clase 1 y seré tu jefa durante ocho meses, justo hasta que me jubile y este puesto de mierda, en esta colonia de mierda, será tuyo. Seguramente hasta que te mueras… Si no la cagas antes -, comentó con un brillo de ira en los ojos. Supe de inmediato que no haría buenas migas, y que seguramente, esos primeros seis meses se me harían eternos.

- No creo que la cague. Nunca la he cagado y llevo algún tiempo en esto.

- Ya veremos -, dijo con desgana -. Mañana a las 8.00 en esta oficina para que te enseñe las instalaciones. ¿Te has leído la documentación previa? ¿Te has puesto al día? -, añadió, ahora con desdén.

- Sí, he tenido tiempo de sobra para hacerlo. Ahora tengo que instalarme en mi apartamento. Hasta mañana.

Me di media vuelta y me marché con un paso tranquilo. Sin embargo las palabras de Herena aún sonaban en mi cabeza. “Ese puesto de mierda sería tuyo”, había dicho. Me iba a convertir en ocho meses, en el jefe. Empezaba a sentir como los pasillos se inclinaban y movían, pero logré sobreponerme y, cuando salí del Urbs el frío se coló por el frente de mi abrigo, pero en vez de encaminarme a mi apartamento, crucé la calle, entré en el parque y me tumbé mirando al techo a doscientos metros de altura recostado contra la corteza del primer árbol que encontré.

“En cuanto llegue a Danu6E, tendrá que hacerse cargo un puesto de responsabilidad.” Me habían dicho en Sukia. “El responsable del Departamento de Energía de Danu6E le pondrá al corriente de los pormenores de su cargo”. Los pormenores de mi cargo… El único pormenor era que tendría que controlar la producción energética de todo un planeta (luna, me recordé), pero aún así… El suelo parecía dar vueltas y vueltas con el techo deformándose en las alturas.

Cuando desperté, las luces se habían oscurecido, aunque seguían brillando, y un viento, aún más frío que antes se colaba por mi abrigo. Sin duda era eso lo que me había despertado. Me incorporé y me encaminé hacia la zona donde se suponía que estaba mi apartamento. Sabía que quedaba algo lejos, así que me dirigí hacia uno de aquellos vehículos automáticos estacionados en un lateral de la calle principal, me monté y le indiqué a la agradable voz de antes a donde quería ir, “Apartamentos Claxion.”

La Cúpula estaba más tranquila que cuando había llegado, y también más oscura. Ya casi no había gente, aunque pude ver a algunos grupos de mineros, la mayoría borrachos, desafinando y gritando malas canciones mientras se reían con estruendo, que salían de una de las avenidas principales. Rápidamente los dejé atrás y seguí rodeando el parque principal. Pude ver algunas cafeterías, tiendas cerradas, el hotel… que daban directamente a la cúpula y su jardín. Sin duda era la mejor zona de toda la ciudad.

Cuando el auto giró por una de las avenidas, me vi en un estrecho túnel, y durante un buen trecho no vi ningún local o desviación. Tras unos minutos lo único que vi fueron las paredes forradas de metal que se deslizaban a bastante velocidad. En cuanto el auto disminuyó la velocidad, empecé a ver algunas tiendas, pero rápidamente quedaron atrás cuando nos desviamos por un túnel lateral, mucho más pequeño que la avenida y por donde solo podían pasar un par de esos vehículos a la vez, aunque si lo hacían dejarían muy poco espacio para los que fueran a pie.

El auto iba cada vez más despacio y finalmente se detuvo en una sala circular, de unos veinticinco o treinta metros de fondo y unos diez de alto, con plantas decorando los accesos a las estancias a las que se accedían desde allí.

- “Zona residencial C. Final de Viaje” -, anunció el auto -. “Puede apearse del vehículo.”

Me bajé y me dirigí a la puerta bajo el cartel de “Apartamentos Claxion”. Mientras lo hacía saqué mi tarjeta de acceso y la pasé por el lector que había en un lateral de la puerta. Las puertas cilíndricas giraron y pasé a una pequeña zona estanca, donde esperé a que las puertas continuaran girando y me dieran acceso a un pequeño vestíbulo.

Allí no había nadie. Miré a un lado y a otro y nada, ni recepción, ni encargado ni bedel ni nada. Solo un pasillo con una pantalla de datos en la que se anunciaban varios eventos que no me interesaban en absoluto y una serie de expendedores automáticos de comida. Avancé por el pasillo buscando mi apartamento y encontré un salón con tres personas allí sentadas, charlando y viendo la televisión. Pensé en entrar y presentarme, pero estaba reventado por el viaje y ya era tarde así que pensé en presentarme otro día, y así seguí buscando el apartamento, que no fue difícil de encontrar por las indicaciones del las paredes.

Allí estaba. Una puerta con un cartelito que claramente ponía “325”. Saqué la tarjeta y la pasé por el frontal de la puerta, que se abrió con un siseo, revelando un pequeño cuarto de apenas veinte metros cuadrados. Era cierto que mi camarote en el “Flecha Azul” solo tenía cuatro, pero aún así se me cayó el alma al suelo. Ese apartamento podría entrar con facilidad en cualquiera de los cuartos del mi antiguo piso. Entré, cerré la puerta y cogí de encima de la mesa de la única habitación (excepto el cuarto de baño que vislumbré tras una puesta corredera), un folleto impreso de varios folios que indicaban las normas de funcionamiento y convivencia de los “Apartamentos Claxion”.

Dejé la mochila con todo mi equipaje al lado de la puerta y me tumbé en la cama y con un suspiro me saque los zapatos. Y allí tumbado y mirando al techo solo podía pensar en que estaba en una luna helada a cientos de millones de kilómetros de mi familia y amigos. Enterrado vivo a más de quinientos metros de profundidad. Encerrado en una caja. Y en ninguna de las paredes de esa maldita habitación había una ventana.

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