Capítulo 7.

Como me dolía la cabeza, menuda resaca. Llevaba dos semanas y media en aquella luna, y de esas, dos habían sido una juerga ininterrumpida. Desde que el “Flecha Azul” nos dejara en la luna había perdido ya casi todo el dinero que me quedaba en mi cuenta. Había apostado muchísimo en los partidos de la Liga de Danu de Threeball, y había perdido en todos los partidos, excepto dos. Entre eso y las juergas constantes con los nuevos compañeros de turno mi cuenta estaba casi vacía.

Me senté en la cama despacio y mientras me frotaba la cabeza… El despertador aún zumbaba con insistencia, y hasta que no me levantara no se pararía. En el estrecho hueco que quedaba entre la cama y la repisa que hacía las veces de cocina, apenas si pude ponerme en pie y poco a poco pude ir al cuarto de baño.

En cuanto salí del baño, aún con resaca y un hambre canina, pensé en ir a la sala común a ver si conseguía que alguien me invitara a desayunar. Cerré la puerta de aquella pequeña caja en la que ahora vivía y avancé por el estrecho pasillo de aquel bloque hacia los ascensores.

En la sala común solo había un par de personas, por suerte conocía a una, Julien. Había llegado conmigo y habíamos hecho buenas migas en la nave. Era bastante bueno jugando a las cartas, pero por suerte yo era mejor que él y le había perdonado unas cuantas.

- Ey, Julien -, dije con la voz un poco cascada y ronca -, ¿cómo te ha ido la noche?

- Ah, Jander. Buenos días. Fue bastante bien, la verdad -, contestó con la boca abierta -. ¿A qué hora llegaste ayer? ¿Cómo te fue?

- A las cuatro o cinco… no me acuerdo -, dije frotándome la cabeza -. Y la verdad es que me fue de pena, apenas si gané un par de manos…

- ¿Tu, perdiendo a las cartas? -, dijo levantando sus pobladas cejas -. Debías estar muy borracho para perder. Por cierto, ¿ya has desayunado?

Con un rugido de mis tripas a modo de respuesta, me invitó a comer con una risotada. Mientras nos tomábamos unos bollos rellenos de una crema casi transparente, mojados en un tazón de leche caliente, la televisión mostraba las noticias locales, que seguían emitiendo el accidente de la cafetería, debía ser la única noticia importante de aquella luna. Reconocí a Tulius, mientras una chica joven de pelo corto lo ponía a cubierto. No había perdido el tiempo el chaval, y eso que parecía muy poco lanzado para eso.

Además en la nave casi no había hablado con ninguno de nosotros y se había pasado la mayor parte del tiempo corriendo por los pasillos o encerrado en su “camarote privado de lujo”, mientras el resto teníamos que aguantarnos en unos cuartos enanos que compartíamos entre cuatro. Aunque se pasaba de vez en cuando por el comedor, casi siempre se quedaba en silencio mirando la tele o sencillamente embobado mirando por las escotillas, como si estuviera por encima de todos.

- Televisión, canal de deportes, últimas noticias -, le dije a la pantalla -. Estoy cansado de que solo emitan ese accidente.

- No eres el único -, comento Julien -. Seguro que ese creído de Tulius estará durmiendo tranquilamente y además con baja médica. Como si apretar botones y pasarse el día sentado fuese un trabajo duro -, refunfuño con disgusto.

- No creais -, comentó el otro. No me había fijado en él hasta ese momento. Era bastante bajo, pero muy musculoso y estaba comiendo una especie de gachas marrones -. ¿No veis a los encargados? ¿Diríais que se pasan el día apretando botones?

- No, pero tampoco trabajan tanto, ¿no? -, dijo Julien enfadado -. No serás tú un encargado, ¿no?

- No, tranquilo. Lo es mi viejo. Por cierto, me llamo Häel-, dijo tendiéndonos la mano.

- Yo soy Jander y este Julien, llegamos hace un par de semanas.

- ¿Mineros no? -, dijo con una sonrisa.

La charla continuó mientras veíamos los resúmenes de los partidos de Threeball de la semana y rápidamente acabamos discutiendo sobre los equipos. Como siempre, lo mismo que había pasado en la nave, Julien y yo estábamos bastante picados porque éramos de equipos distintos, y nos pasábamos el tiempo discutiendo, pero lo que nos llamó la atención era que Häel no era de ningún equipo y tampoco era que le importara mucho.

Tras unas cuantas horas metidos allí, nos despedimos de Häel y fuimos a preparar el petate. Se habían acabado las dos semanas de permiso de nuestro grupo de trabajo, y teníamos que coger el tren que nos llevaría a la mina. Dos semanas de vacaciones y dos meses de trabajo intensivo en las minas. Así se explicaba cómo la gente se pasaba las dos semanas de vacaciones de juerga.

- ¿Cómo crees que será la mina? -, me preguntó mientras caminábamos por el pasillo.

- No lo sé -, le contesté -. Supongo que como todas las minas coloniales.

- Solo espero que no huela tan mal como estos apartamentos, aún noto el olor a levadura de la entrada.

- Eso es una tontería, son imaginación tuyas-, le dije bastante enfadado-. ¿Cuántas veces te tengo que decir que las granjas no huelen mal?

- Eso es porque estás acostumbrado. Si no fuera porque tu madre trabajaba en una tú también lo olerías.

- ¡Chorradas! -, le dije mientras abría la puerta del apartamento -. ¿Nos vemos dentro de una hora?

- Más bien en hora y media -, comentó mientras miraba el reloj de su muñeca -. Aún tengo que encontrar las cosas. Mi apartamento está mucho peor que el tuyo y quiero recogerlo un poco.

Miré a aquella habitación, no sería difícil. La verdad es que era difícil desordenar aquel cuarto minúsculo, pero Julien parecía tener un don para acumular la suciedad, o por lo menos desorden. Una hora y media después, salimos con los petates de la empresa minera en la espalda, por la puerta de los apartamentos y nos montamos en uno de aquellos autos que había por todas partes. La agradable voz de siempre dijo:

- “ Por favor, indique su destino en voz alta”

- A la estación de trenes.

- “Llegada estimada en dieciocho minutos” -, dijo la voz mientras comenzábamos a movernos.

- Creo que llegaremos por los pelos -, dije mirando el reloj, que marcaba las 12.41 -. ¿A qué hora salía el tren?

- A las 13.05. Pero no te preocupes que llegaremos a tiempo. ¿No has oído? Nos sobrarán por lo menos cinco minutos.

- Seguro que habrá mucho tráfico en la estación a esta hora, mucha gente tendrá que pillar ese tren, ¿no?

El resto del viaje fue en silencio. Primero pasando por un calle estrecha, luego a otra mayor y finalmente, a una gran avenida directa solo para autos, en la que aceleramos y bajábamos y subíamos, en una oscuridad casi completa, solo rota por las luces de los laterales que pasaban cada vez más rápido.

Finalmente acabamos saliendo a la cúpula de la ciudad. El mayor espacio cerrado de la ciudad y de la luna, al parecer, con árboles, hierba y hasta un pequeño lago de aguas claras con peces. Todo un despropósito para que los esnobs y elitistas de la colonia se sintieran a gusto trabajando y divirtiéndose en sus locales elegantes y caros.

- “Estación Central de Tumbe. Final de Viaje” -, anunció el auto -. “Pueden apearse del vehículo.”

Nos apeamos a toda prisa, habíamos tardado casi veinte minutos, y aún teníamos que recoger el billete. Con los petates en la espalda corrimos hacia las ventanillas, donde una fila con unos cuantos mineros miraban los paneles informativos y se removían inquietos. Las filas avanzaban con rapidez, cada pocos segundos daban un paso y la fila avanzaba. Tanto Julien como yo nos pusimos en unas filas y avanzamos poco a poco hasta que, justo cuando el gigantesco reloj de la estación marcó las 13.03, nos llegó el turno.3

- ¿Destino? -, preguntó rápidamente la encargada de la ventanilla.

- Mina… M51-T -, dije mirando de reojo los papeles del traslado que llevaba doblados en el bolsillo.

- Ponga el pulgar en el recuadro del cristal y mire al círculo -. Así lo hice y tras un destello, la encargada sacó una tarjeta de una ranura y me la pasó por un hueco mientras añadía -. Anden 4, date prisa o lo pierdes. ¡Siguiente!

Agarré el petate y salí corriendo detrás de Julien, que se me había adelantado. Conseguimos llegar hasta el andén justo a tiempo para entrar en el último vagón. El tren estaba lleno hasta los topes, no como cuando habíamos llegado. En este vagón no había asientos libres, así que avanzamos por el tren. Mientras lo hacíamos, y sin haber tenido tiempo para encontrar un asiento y sentarnos, sonó un pitido eléctrico y las puertas exteriores se cerraron con un siseo de presurización y el tren comenzó a moverse lentamente.

Al final encontramos un par de asientos en un vagón en la mitad del tren y nos sentamos en ellos mientras el tren pasaba por las múltiples compuertas estancas que eran la salida y entrada de la ciudad. Mientras subía el petate al portaequipajes, me fijé en el vagón. Era distinto al de la otra vez, ahora todos los asientos miraban al frente, y por supuesto todos estaban ocupados.

Cuando nos estábamos sentando, el tren empezó a acelerar cada vez más y, de repente la luz naranja del exterior se coló por la ventana. Un terreno negro y anaranjado se extendía hasta donde la vista alcanzaba. Mientras avanzábamos, acelerando cada vez más, cruzamos por un puente sobre un lago de un líquido transparente, que humeaba ligeramente, pero rápidamente lo dejamos atrás.

- ¿Crees que nos darán de comer? -, preguntó Julien, mientras miraba distraído hacia el horizonte.

- Eso espero. Empiezo a tener hambre. Por cierto, ¿sabes cuánto tardaremos en llegar?

- No -, dijo mientras se encogía de hombros -. ¿Te has traído las cartas?

- ¿Por quién me has tomado? -, dije mientras las sacaba y cortaba con una mano-. ¿Una partidita?