Capítulo 6.

Abrí los ojos y me encontré mirando un techo blanco como la nieve. Estaba en un hospital, el olor era inconfundible. Pero había una cosa que reclamó rápidamente mi atención, el ojo derecho seguía cerrado, sin lugar a dudas por alguna venda.

Intenté incorporarme, pero no podía moverme, ni siquiera la cabeza. No sabía que había pasado y solo recordaba vagamente ciertas cosas del café con Rilke. Recordaba estar tomando un café tranquilamente y charlando, cuando de repente me agarró del brazo y con una patada me tiró de la silla. Y después la oscuridad hasta que abrí los ojos hacía un momento.

- Buenos días. Parece que ya se ha despertado -, dijo una voz bastante aguda, y aunque no podía ver quién era el que lo había dicho, era claro que era un hombre -. Soy Losis Grinme, médico de urgencias del hospital de Tumbe.

- ¿Cómo estoy? -, logré articular tras varios intentos. Tenía la boca pastosa y me costaba hablar -. Apenas si me siento el cuerpo… y sea claro, por favor…

- Eso es por los calmantes que le hemos puesto -, explicó con calma -. En cuanto a “cómo está”, le diré claramente que: su brazo izquierdo está roto, concretamente a la altura del antebrazo; también tiene rota la tibia de la pierna derecha; múltiples heridas de astillas de madera por todo el cuerpo, unas cuantas en los parpados del ojo derecho, por lo que hemos tenido que vendarlo... -, enumeró con una sonrisa -. Por lo demás ha salido mucho mejor parado que el camarero del café.

- ¿Cómo está Rilke? -, pregunté inconscientemente.

- Perfectamente. Su entrenamiento ha hecho que reaccionara muchísimo más rápido que el resto y, de hecho, le salvó la vida. Tendrá que agradecérselo en cuanto salga.

- ¿Y cuándo será eso? -, suspiré. Estaba seguro que tendría que pasar una semana o más allí metido.

- Pues cuando sea, puede que en dos o tres días pueda volver a su casa. En cuanto volver a trabajar, puede que pase algo más de tiempo -, explicó con voz paternal. Siguió hablando durante bastante tiempo del tratamiento que tendría que seguir y del tiempo que pasaría en el cuarto del hospital. No mucho, pero demasiado para mi gusto.

Después de la visita del doctor Grinme me quedé dormido de puro cansancio, hasta que me despertó el olor dulce de la comida del hospital. Sin duda tenía mala pinta. Era comida procesada, cuatro bloques de comida sintética de distintos colores y sabores. La comí con desgana, siempre tenían un sabor insípido en comparación con el resto de las comidas, pero tenía un hambre canina así que cogí el tenedor y comencé a devorarla con avidez.

Cuando me retiraron la bandeja encendí la televisión de la pared. No recordaba gran cosa y quería saber cómo había quedado la cafetería.

- “¿Qué desea ver?” -, preguntó la televisión

- Tumbe Televisión. Noticias locales.

- “Hay treinta y cuatro noticias locales en emisión hoy. ¿Desea alguna en particular?”

- Si. Noticias sobre accidente de tráfico en una cafetería.

No había acabado de pronunciar eso, la pantalla pasó a mostrar imágenes nítidas del estado de la cafetería tras el accidente, con una periodista de pelo largo de color naranja suave y ojos azules hablaba a cámara, pero todo lo que decía era que aún se estaba investigando, de una u otra forma. Escuchándola también me enteré que había un muerto, un contable que era cliente habitual y diversos heridos, entre los que me encontraba yo, el camarero y un par de clientes.

Mencionaron a Rilke, aunque no por su nombre. Solo decían que un miembro del regimiento acantonado en Tumbe, el 433º de Infantería Ligera de Danu, había realizado una actuación heroica al salvar la vida a los supervivientes, y que pese a los intentos, le fue imposible rescatar con vida al contable al hallarse atrapado bajo el vehículo.

Se mostraron imágenes de las cámaras de seguridad en la que se veía como Rilke me tiraba al suelo y acto seguido el auto entraba por la ventana, golpeándome en el brazo. Pusieron esa escena una y otra vez, cada vez de un modo más lento, señalando y destacando los puntos más interesantes. Utilizaron cámaras de vigilancia de la avenida principal y mostraron el accidente desde fuera.

Ya cansado de tanta repetición acabé por dormirme otra vez, pero en esta ocasión fue un sueño intranquilo, en el que me desperté muchas veces, con la pierna y el brazo doloridos.

Me desperté a la mañana siguiente tremendamente dolorido y tras los inconvenientes matutinos de todo ingreso hospitalario me tumbé en la cama, sin saber muy bien qué hacer el resto del día. No tenía ganas ni ánimo como para trabajar y tampoco me atraía la idea de pasarme el día tirado en la cama.

La pantalla de la habitación se encendió y sonó una voz me anunció que tenía correo, así que sin más accedí a mi cuenta. Tenía un mensaje prioritario en el que me concedían una baja médica de una semana, y una lista bastante larga de video-mensajes personales de mis padres, de Irine, de mis ex compañeros de la central de Sukia, de Jan… y así seguía la lista, casi cincuenta mensajes. Al parecer mis padres se habían enterado del accidente y habían extendido la noticia por Sukia.

No podía grabar cincuenta mensajes, así que solo los hice para mi familia y algunos amigos y luego uno genérico. Con la bata azul celeste del hospital y media cara vendada, era difícil grabar algo tranquilizador. Aunque después de varios intentos acabé conforme con los mensajes, así que los envié. Llegarían a su destino en seis horas.

Me quedé pensativo mirando la pantalla sin ver la insulsa programación que aparecía en ella. Pensé en la suerte que tenía por haber salido con vida de aquel café, en que mala era la comida del hospital, en lo pequeño de la habitación, en como echaba de menos las ventanas... Lo peor de todo era que no podía caminar, porque tenía el brazo y la pierna conectados a una máquina extraña, me habían dicho que aceleraría la soldadura de los huesos. Unos días conectado a aquello y luego me enviarían a “casa”.

Llevaba lejos de Danu3 más de dos meses y medio, sabía de sobras que ya no pertenecía a aquel lugar y, sin embargo, seguía considerándolo como mi hogar, mi casa. El frío apartamento que tenía asignado no me parecía nada acogedor y no era para mí, sino un sitio donde dormir. En realidad solo había hecho eso en el apartamento en las dos semanas que llevaba en el. Apenas si tenía algo de comida precocinada y ni siquiera había acabado de sacar la ropa de la mochila en la que la había traído.

El volver a aquel apartamento vacío me pesaba en el alma como una losa, sobre todo porque tendría que pasar en él una semana (más o menos) sin hacer nada, y las frías y desnudas paredes resultaban más asépticas e impersonales, si cabía, que las de la habitación que ocupaba ahora mismo en el hospital. Quería ir a algún sitio cálido y agradable, de suaves colores y con vistas a un paisaje boscoso, pero sabía que en esta pequeña luna no había ningún paisaje así.

Durante los tres días que pasé ingresado no recibí visitas. No las esperaba, desde luego, pero me habría gustado. Era imposible que mis padres o amigos cruzaran medio sistema para visitarme al hospital (y además prohibitivo), a mis compañeros de trabajo les caía gordo (seguramente porque iba a convertirme en su jefe), los pocos vecinos que había conocido no vendrían a visitarme (tras solo hablar unos cuantos minutos en dos semanas), ni tampoco vino Rilke.

Finalmente me dieron el alta y para mi sorpresa, a las puertas del hospital me encontré con un par de periodistas y dos cámaras, que comenzaron a gravar mientras me hacían preguntas inconexas y banales. Finalmente conseguí librarme de ellos y montarme en un auto que, tras un viaje largo y rápido, me dejó con calma en el portal de mi edificio de apartamentos. Caminé hacia el ascensor con lentitud, apoyándome en la muleta y con el otro brazo en cabestrillo, que aunque podía utilizarlo “casi” normalmente, no convenía que lo sobrecargara.

A medio camino me detuve en las expendedoras automáticas y me quedé pensando que podía coger. Casi todo eran comidas precocinadas, rápidas, cómodas y de sabor aceptable. Cogí un par de raciones de “Tronsau” de aspecto lamentable y, en cuanto entré en mi apartamento las metí en la nevera. Me saqué la ropa que había comprado en el hospital para volver y la lancé a una esquina, donde se amontonaba la ropa sucia que tenía.

Tal vez, hacer la colada y ordenar lo poco que tenía me hiciera pasar el rato más o menos entretenido. Bajar la ropa a la lavandería y colocar la poca ropa limpia que me quedaba en la mochila en el armario, me llevó el resto de la mañana, y cuando acabé, ya casi era hora de comer. Puse una bandeja precocinada en el micro de la cocina y automáticamente se puso en marcha.

Unas campanas suaves anunciaban que alguien llamaba al portal de los apartamentos. Era Rilke, así que la dejé pasar. Instintivamente miré a uno y otro lado para comprobar que nada estuviera demasiado fuera de sitio, por suerte tuve el impulso de limpiar. Y justo cuando sonó el pitido del micro, le abrí la puerta.

Llevaba unos pantalones ceñidos que marcaban sus largas y musculosas piernas, una camiseta elástica se adhería a su torso musculoso y estilizado, que disimulaba con una chaqueta corta de cuero abierta. Su pelo rubio al estilo militar, resaltaba los pequeños pendientes rojos con forma de llama que llevaba. Sus oscuros ojos azules se clavaron en mí, nada más abrí la puerta y me dedicó una media sonrisa mientras me saludaba con la mano.

- Buenas. Pareces hecho polvo…

Munca la había visto de civil. Estaba preciosa.

1 comentario:

  1. riike heroe marcando musculo y con pelazo rubio...
    joer xd
    por comentar algo

    ResponderEliminar