Capítulo 9.

El frío de la lluvia se metía por las juntas del traje presurizado mientras trabajaba a orillas de aquel gigantesco lago transparente, cuyas olas salpicaban la roca gris de aquella mina, la M51-T. Me fijé en como las olas del lago se elevaban y caían lentamente con el fuerte viento que soplaba casi siempre. Empezaban a dolerme todas las articulaciones y ya casi no notaba los dedos entumecidos, tanto en las manos, como de los pies.

- ¡Oye, novato! -, sonó por la radio del casco -. Deja de perder el tiempo mirando al lago y sigue a lo que estás, que nos estamos desviando.

- Tranquilo, lo he visto -, dije mientras empujaba la cabeza de aquella maquina hacia un lateral y me movía en torno a ella para comprobar que siguiera la senda fluorescente que habían dejado los topógrafos varios días antes.

- Pareces cansado ¿Es que no tienes aguante? ¿O hubo mucha fiesta en Tumbe? -, dijo Uri desde la cabina de la excavadora.

- Llegué aquí de madrugada y aún me duraba la resaca, si llego a saber que tendría que ponerme a trabajar nada más llegar, no hubiera salido-, le dije mirándolo desde el suelo con fastidio-. Pero claro, a ti te daría igual trabajar con resaca. Sentado tan cómodamente en la cabina y encima con calefacción.

Uri no respondió y se limitó a dar un sorbo a la taza humeante que llevaba en la cabina y a mirar a los paneles de control que llenaban toda la pared de su derecha y ajustó unos cuantos controles y se alejó de la ventana hacia el interior de la máquina. Llevábamos casi cinco horas de trabajo ininterrumpido y pronto deberíamos parar un rato, aunque fuese para comer algo y calentarme como era debido.

- Oye, Uri -, dije por la radio - ¿Falta mucho para el descanso?

- ¿Qué te pasa? ¿Tienes frio? -, me contestó con un claro tono de recochineo.

- Pues sí. Estoy helado y tiritando-, con la lluvia que caía desde hacía varias horas, apenas si podía aguantar caminando. El frio se metía en el cuerpo sin importar cuán fuerte estuviera la calefacción del traje.

- En un par de minutos -, dijo mirando su reloj -. Así que vete preparando para parar y cuando lo esté todo listo, entra dentro, que ya te estoy calentando café.

Abrí los ojos, y con bastante prisa, levanté la cabeza excavadora y pulsando unos cuantos botones del control inalámbrico, la puse al ralentí, para que no se congelaran los líquidos de transmisión ni los rotores y corrí hacia la puerta de la cámara estanca, a donde me subí de un salto. Mientras entraba el aire caliente del interior de la máquina comencé a tiritar aún más fuerte que en el exterior y, cuando entré y me quité el casco, casi no podía controlarlo.

- Joder, estas peor de lo que pensaba -, dijo mientras dejaba a un lado las dos tazas humeantes de café -. Ahora quítate todo el traje y la ropa interior y ponte el traje de hipotermia del armario.

No me hice derogar. El traje estaba tan frio que no podía ni tocarlo con la mano desnuda. Uri, me ayudó a quitarlo con los guantes que se había puesto y en cuanto me enfundé el traje de una pieza plateado y comenzó a calentarse rápidamente, y me pareció que estaba en el paraíso.

- Tomate el café y quédate tranquilo. Que tienes una hora para volver a entrar en calor y comer algo -, dijo pasándome la taza-. Si es que va a resultar que eres un friolero. ¿De dónde vienes? ¿De algún trópico?

- De Danu1, nací allí-, dije degustando el café, casi hirviendo que estaba en la taza-. Pero claro, allí el problema era que hacía demasiado calor.

- ¿Y por qué te viniste aquí? ¿O acaso te destinaron? -, dijo mientras metía un par de raciones precocinadas en el micro de la cabina.

- Me apunté para salir de aquel horno calcinado y, a ver a donde me mandaban, y mira donde acabé.

- Si, y mira a donde te han mandado. A una roca congelada y aislada.

- Ya, pero por lo menos, aquí pagan bastante mejor-, dije mientras me servía otro café.

Poco después me quité el traje plateado y lo volví a colocar colgado del armario. Aquel traje era la leche, ya no me dolía el cuerpo por el frio ni lo tenía dormido, pero aún me hormigueaba un poco la piel, sobre todo la de los dedos. Me puse un mono azul oscuro de la empresa minera y cogí la bandeja que me ofrecía, rompí el sellado y ataqué con ganas el guiso humeante. La verdad es que sabía fatal y tenía una textura grasienta y pastosa, y cuando le pregunté a Uri me explicó que era un guiso muy común en las minas, a base de algas y levaduras altas en grasas, para trabajos prolongados en el “exterior”.

Estuvimos charlando durante toda la hora del descanso y me enteré de la vida y obra de la familia Lovkin, que fue de las primeras en llegar a aquella luna y con miembros en todas las castas de la luna. Siempre me hacían gracia las mezclas de asignaciones que se daban en algunas familias, no era el caso de la mía, en la que todos éramos Tellus, pero la de Uri era otra historia. Desde su tío, director de Tumbe Televisión, a su hermana mayor, que era jueza, Uri tenía familiares en los puntos y trabajos más diversos de la ciudad.

- Va siendo hora de seguir con el tajo, ¿no?-, dijo Uri-. Aún nos queda bastante que hacer antes de que lleguen para instalar el drenaje.

- Pero tenemos una semana hasta que lleguen los equipos, ¿no?

- En realidad dos-, dijo mirando las pantallas-. Pero hay que hacer más de doscientos kilómetros de canal, y como sigamos a este ritmo no llegamos.

No dije más, me enfundé el traje, que ya estaba a “calentito”, y tras darle un último sorbo a otra taza de café hirviendo (o casi), cerré el casco y entré en la cámara estanca. No noté como el calor abandonaba la cabina, pero si el cambio de la presión en el aire. La puerta se abrió y el frio horizonte anaranjado que se extendía sobre el lago. Salté y, suavemente, aterricé sobre la fría roca gris dos metros debajo de la cabina, conecté los controles al mando que llevaba colgado y comenzamos de nuevo a desgarrar el suelo para hacer los canales.

Tres horas después, una serie de pitidos empezaron a sonar en mi casco y las luces del control inalámbrico parpadeaban. Se había congelado parte del líquido de transmisión de una de las brocas y la cosa se extendía.

- ¡¡Reduce potencia!! -, grité por la radio -. ¡Como siga así se va a romper!

- Va, va. Ya, va -, dijo tranquilo Uri -. Esto pasa constantemente. Lo raro es el turno que no pasa.

- ¿A si? -, dije incrédulo mientras subía por el costado de la excavadora hasta la compuerta de control -. ¿y por qué no hacen nada para mejorarlo?

- Porque si no, ¿para qué coño nos querrían aquí? -, dijo Uri, y luego se rió con ganas.

- Para jodernos la vida -, gruñí, colgando de las barras de seguridad -. Esto es de todo menos cómodo. ¿No pueden hacer nada con el líquido para que no se congele?

- Saldría muy caro y no compensaría -, dijo por la radio, mientras se oía de fondo el rugido del motor.

Varios minutos después, bajé al suelo y Uri volvió a darle potencia, y bajé el cabezal que comenzó a triturar la roca y a moverla a un lateral de la zanja que dejábamos atrás. Sin darme cuenta las horas pasaron, y finalmente un todoterreno de seis ruedas se detuvo al lado de la excavadora. Eran los del siguiente turno, que salieron con sus trajes presurizados del todoterreno y se acercaron a nosotros, cada uno con una célula de energía a sus espaldas, mientras nos pedían, por la radio, que les echáramos una mano para recargar la excavadora.

- Claro, claro -, dijo Uri -. Jander, ya puedes empezar a cargar. Y ten cuidado, que pesan un poco.

- Ya, y tu tan tranquilo en la cabina -, sonó en la radio. No sabía quién lo había dicho, aunque la verdad es que estaba completamente de acuerdo con él -. Si ya nos conocemos.

Cogí una de las células cilíndricas, y casi me caigo de espaldas, pesaba una burrada. Los otros mineros parecían no notarlas, pero yo no podía caminar normalmente. No podía saltar y el peso hacía que solo pudiera avanzar trabajosamente si mantenía un pié en el suelo.

- Siempre que cargo las células me entra algo de nostalgia. Me recuerda cuando caminaba en mi planeta -, dijo uno de ellos con alegría.

Yo no podía creerlo. ¿Caminar todo el tiempo con ese peso a las espaldas? Acabarían el día reventados, seguro. Y yo que pensaba que aquí la gravedad era muy alta. Intenté que no se notara que me costaba caminar y apuré el paso todo lo que pude, lo que me hizo acabar sudando aún más dentro del traje. Después de subir las células a la plataforma y cambiarlas por las que ya estaban descargadas, cogí un par de las descargadas y las llevé al todoterreno.

Una vez hecho, y tras colocar las demás células en la parta trasera y despedirnos, nos montamos en el todoterreno en el que habían venido y nos marchamos de allí siguiendo el ordenador de navegación. En aquel sector de la mina aún no había caminos trazados, por lo que íbamos por donde podíamos. Durante el camino a la base minera y mientras miraba al lago, que quedaba cada vez más atrás, me dormí con el traje aún puesto contra el respaldo del asiento mientras Uri parloteaba sin cesar.


Me desperté a tiempo para ver como entrabamos en el garaje del todoterreno y mientras me desperezaba sin moverme demasiado, se empezó a oír un rugido alrededor. Uri cogió mi casco y me lo pasó.

- Será mejor que te lo pongas.

- ¿Por qué? -, pregunté extrañado?

- El hangar está presurizado, pero apenas si lo calientan. Estará a unos sesenta o setenta bajo cero.

- Y tú ¿por qué no te lo pones? -, dije mientras cerraba el casco.

- Ya estoy acostumbrado -, dijo Uri, desenrollando el cuello de su camiseta y colocándoselo sobre la boca y nariz.

Abrió la puerta y salió, y sin parecer notar el frío, se bajó y cogió dos de las células agotadas que estaban en la parte trasera. Yo cogí otras tantas en cuanto bajé, y las colocamos con cuidado en un hueco que conectaba a un tubo que se hundía en la pared. Conforme las pusimos allí, comenzaron a moverse, seguro que para enviarlas a algún almacén.

Tras dejarlas todas en el conducto, cruzamos la puerta doble que daba acceso al garaje y entramos en el pasillo de acceso. Aún me costaba orientarme en la estación minera, lógico por otra parte, solo había estado el tiempo suficiente para dejar mi petate en la litera, comer algo, cambiarme y que el encargado me dijera el turno que me tocaba, lo que tenía que hacer y con quien. Tres horas bastante escasas.

Seguía a Uri por aquellos pasillos metálicos y lisos, intentando fijarme en los carteles y flechas que casi llenaban las esquinas de los cruces de pasillos, hasta que finalmente llegamos al cuarto del equipo y el vestuario. En la sala hacía mucho frío y era difícilmente tolerable para mi, por lo menos, y tenía muchísimas taquillas, repartidas por el centro y las paredes de la misma. Una vez nos hubimos quitado los trajes y puesto el mono de la empresa – yo por encima de un jersey de punto que me había comprado en Tumbe -, salimos hacia el interior de la base. De camino a la cantina, nos juntamos con cuatro mineros que conocía de Tumbe, que también acababan de terminar sus turnos.

La cantina. Una fila de mineros hambrientos que querían comer caliente y al otro lado, una barra de bar. En ella, había bastante gente bebiendo y charlando animadamente o mirando la pantalla que ocupaba toda la pared del fondo y en la que se podía ver a Shimu Omil, con su sección de las Mejores Jugadas del Threeball, en la que se repetían los trozos de partidos de la semana pasada. Con las bandejas humeando entre las manos nos sentamos en una mesa en esquina de la cantina y comimos con muchas ganas el caldo espeso y humeante con sabor a carne que sirvieron. La verdad es que apenas resultaba comestible, demasiada grasa y ácida al paladar, pero el hambre apretaba y uno comía lo primero que aparecía delante.

Cuando dejamos las bandejas en las pilas del comedor, pasamos al bar y tomamos unas cuantas rondas, sentados en la barra, pero yo solo estuve un rato y en cuanto acabó la sección deportiva de las noticias, me levanté y dejé al resto sentados a la mesa, recostados en las sillas y con los pies sobre la misma mientras bebían y reían. Con tranquilidad, deambulé por la base. Era gigantesca. Los pasillos resonaban huecos y vacíos cuando uno iba solo y hasta cuando nos cruzábamos varios en ellos seguían pareciéndolos. En esta mina podrían trabajar muchísima más gente de la que lo hacía y no tenía ni idea de por qué no se hacía.

Llegué a la Sala de Comunicaciones y el encargado me indicó una de las pequeñas salas para grabar mensajes. Después de entrar en aquella sala sin esquinas y conectar la pantalla, acabé fijándome en las ojeras de mi cara, pero no le di más vueltas y comencé a grabar el mensaje:

“Hola mamá. ¿Qué tal estáis todos por casa? Sé que ha pasado bastante desde el último mensaje, pero mis compañeros de la mina no me daban tregua en la ciudad, y apenas si me quedaba tiempo para nada -, le dije a la cámara a modo de disculpa, mientras me pasaba la mano por el pelo, que noté muy grasiento y sudado -. Sé que tengo mala cara y estoy algo sucio, pero es que acabo de salir de mi primer turno y aún no he pasado por las duchas.

La verdad es que es duro. Ya te había dicho que aquí la gravedad es más fuerte, pero lo que me ha llamado la atención es que a muchos otros les parece muy poca… y yo casi no puedo con una célula de combustible llena. Como papá oiga esto no me dejara tranquilo en cuanto me vea. Pero aunque la gravedad es mala, lo peor es el frio. Hace un rato, en el garaje cerrado, lo tenían a unos setenta bajo cero, para no gastar calefacción. Imaginate.

Y hablando de frio, hoy he visto llover en vivo por primera vez. Es verdad que es metano, y no agua como decía el abuelo, pero no me ha gustado nada. Los trajes tienen calefacción, pero no es suficiente y el frio se mete hasta los huesos. Uri, mi compañero, me ha dicho que cuando no llueve se aguanta el frío mucho mejor, porque el traje no se enfría tanto cuando está seco.

De todas formas hasta aquí dentro, en las base, hace mucho frio y necesito muchas más capas de ropa que el resto de mis compañeros. Pero por lo pronto, me han dicho que va a llover, por lo menos, durante dos días más. La levo clara como llueva muchos días aquí, y si es así no creo que aguante demasiado y tendré que pedir un traslado.

Tengo el consuelo de que el trabajo es interesante y en el exterior, como ya te había dícho, y la verdad es que he visto cosas increíbles. A ver si me acuerdo de grabar unos videos del exterior, para que veáis donde me he metido -, dije riendo, aunque se me notaba bastante cansado -. Por otro lado tendría que irme a dormir de una vez. Llevo bastantes días sin hacerlo como es debido, y aquí los turnos son de doce horas, pero antes quería preguntarte, ¿sabes algo de Dauma? No he sabido nada de ella desde que se fue de casa. ¿Dónde está? ¿A dónde la han mandado?

Saluda también a papá, sé que no verá esto, y que seguramente siga en la cantina jugando a las cartas cuando te llegue este mensaje -. Miré al reloj de la pantalla y calculé mentalmente -. Cuando te llegue esto, estaré a punto de empezar de nuevo mi turno de trabajo, así que me iré a dormir… Os quiero, y espero tener noticias vuestras pronto. Nos vemos”

Paré la grabación y la envié. Saliendo de la sala, me topé de bruces con dos de los militares que estaban en la base minera. Cuando nos recibieron en la estación fue toda una sorpresa, que yo supiera no era normal que los militares estuvieran en las minas. Ahora volví a pensarlo, pero cuando entré en las duchas y me quité el mono el jersey y toda la ropa interior, solo pude pensar en el agua caliente que comenzó a golpearme con fuerza en el cuerpo.

La ducha caliente me sentó de maravilla y, con solo la toalla enrollada a la cintura, recogí la ropa sucia del cesto en el que la había dejado y pasé a los dormitorios. Unas cajas de metro y medio por metro y medio por dos metros (más o menos), apiladas unas encima de otras hasta el techo. No eran incómodas, aunque si algo claustrofóbicas. Aparté el petate al hueco que quedaba a los pies, entré en mi “ataúd”, como los había oído llamar en el tren de camino aquí, y cerré la puerta que daba al exterior.

La suave luz azulada que llenaba toda la caja se atenuó y, tanto el techo como las suaves y lisas paredes parecieron alejarse. Al lado de la cabeza, unos controles transparentes parecían flotar en el aire, un poco desorientado conseguí poner el despertador para ocho horas y media más tarde y, con las sábanas térmicas por encima de mi cuerpo, apagué las luces y me quedé dormido casi al momento.

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