Capítulo 8.

-¿Qué? ¿No me invitas a entrar? -, dije con una media sonrisa, mientras me apoyaba con la mano en el marco de la puerta que acababa de abrirse.

- Si, claro. Es que me has pillado un poco por sorpresa -, contestó Tulius, ligeramente colorado. Llevaba el brazo el brazo en cabestrillo y cojeaba ligeramente, pero por el resto parecía en plena forma. Hacía ya varios días del accidente y, aunque me hubiera gustado ir a visitarlo al hospital, no había tenido tiempo ni valor para ir.

Aquellos días habían sido un verdadero agobio, porque además del entrenamiento diario y varias practicas nocturnas, tuve que hacer frente a un montón de interrogatorios y formularios para la policía, entrevistas con mis superiores y, finalmente, el cachondeo generalizado en el batallón y las constantes bromas de mis compañeros de armas y las burlas en los campos de entrenamiento. Eran tan persistentes que había decidido que hoy saldría del cuartel en cuanto acabara el entrenamiento, sin tan siquiera comer. Vagando por la ciudad, acabé pensando en pasarme a saludar a Tulius al hospital, pero una vez allí me dijeron que ya le habían dado el alta y estaba en su apartamento.

En uno de los puestos de información del mismo hospital busque la dirección, y tomé un auto que estaba aparcado a las puertas, que en unos cuantos minutos me dejó en la puerta de los “Apartamentos Claxion”, y con una ligera sensación de duda, que pocas veces había sentido, llamé al comunicador de la puerta, que rápidamente se abrió y pasé al pasillo.

Mientras entraba en aquel apartamento, automáticamente lo examiné con ojo preciso en busca de un posible peligro. No podía evitarlo, años de educación militar y entrenamiento no se olvidaban y la verdad es que no me parecía nada malo. El apartamento era bastante grande para una persona (sobre todo en aquella colonia, donde los espacios eran limitados) y estaba completamente vacío de decoración, por espartana que fuera, y eso hacía que la única habitación del apartamento pareciera más grande.

Cuando se cerró la puerta detrás de mí, un olor dulzón asaltó mi nariz y rápidamente miré hacia la porción de pared que ocupaba la cocina y vi que en el horno había una bandeja de comida recién calentada.

- Venía a invitarte a comer, pero veo que llego un poco tarde -, dije con cierto embarazo señalando el horno.

- ¿Quieres quedarte a comer? Tengo más raciones individuales, y casi se preparan al momento… aunque no son gran cosa.

- Claro, como no -, dije mientras me sentaba a la mesa en la silla que me ofreció. Cuando me puso la bandeja delante y se sentó conmigo, miré con curiosidad la misma y pregunté que qué era aquella comida.

- Es Tronsau, un plato típico de la región de Sukia, donde nací. Espero que te guste, aunque si te digo la verdad, estas raciones no están tan ricas como deberían, aunque el sabor se le parece bastante.

- Pero si está delicioso -, dije mientras le daba otro bocado con avidez y notaba como la carne casi se deshacía en mi boca.

- Pues si te gustan las raciones precocinadas, tendrás que probar el que preparo yo. Para chuparse los dedos -, dijo con un tono de orgullo.

Estuvimos charlando durante la comida, y aunque era cierto que estaba muy rica, solo era comida precocinada, por lo que decidimos salir a tomar algo a algún local que nos encontráramos por las calles. Caminando llegamos bastante rápido al “Anillo de Cristal”, la calle comercial que rodeaba todo Tumbe a la altura de los barrios residenciales centrales.

Aquella galería estaba excavada directamente en la piedra negra de la luna, que se dejaba entrever en algunos puntos entre el metal plateado y reluciente del que estaba revestida. La cúpula que cubría los pasillos y múltiples niveles del Anillo, estaban iluminados indirectamente por una luz naranja, que se difuminaba y transformaba en una luz blanco azulada que no producía sombras.

- Es lógico que hubiese tiendas de alimentación, algún que otro restaurante o incluso tienda de ropa -, comentó Tulius con asombro -. Lo que no me esperaba es que hubiese tantas tiendas de decoración de interiores, y además estando en un lugar tan decorado.

A mí no me sorprendía demasiado, las tiendas estaban por todos lados donde hubiese gente, lo que vendieran dependía de lo que buscaran los clientes y, según me habían comentado, aquella era una de las zonas comerciales más elitistas de la ciudad. Durante un buen rato paseamos entre aquellas tiendas y rápidamente encontramos algunos locales que servían bebidas, así que nos sentamos a la barra de uno de aquellos bares.

- Dime, Rilke. ¿Te van a dar una medalla o algo por haberme roto la pierna?

- Sabes de sobra que fue un mal menor. Era eso o que el auto te rompiera la cabeza -, respondí riendo con ganas -. Y no, no me darán nada especial por eso. Solo una nota en la Hoja de Servicios y punto -, le aclare dando un largo trago a mi vaso.

- ¿Y eso? ¿No te mereces nada, por haberle salvado la vida a este pobre e indefenso Tellus?

- Pues no. Se asume que es mi deber es proteger a todos los ciudadanos por igual -, dije mientras me encogía de hombros -. Así que en realidad, no hice nada fuera de lo común, o por lo menos así lo ven mis superiores.

La tira metálica de mi muñeca comenzó a pitar con insistencia, y la mire con asombro. ¿Ya eran las 19.30? Que rápido había pasado el tiempo.

- Tengo que marcharme -, dije mientras me levantaba -, esta noche tengo entrenamiento con mi compañía.

- ¿Puedo saber de qué, tengo cierta curiosidad? -, preguntó mientras se levantaba con cierta lentitud.

- Claro, no es restringido. Solo es una marcha, nos dejarán en un punto de la superficie y tendremos que llegar en un tiempo fijado al punto de recogida -, dije apurando el último trago -. Aunque todavía no se ninguno de los dos.

Tulius pasó la tarjeta de crédito por el lector de la barra y nos despedimos del camarero que atendía el local. Como nos habíamos alejado bastante cogimos un auto y, de camino al cuartel, dejé a Tulius en la puerta de su apartamento y me dirigí a toda velocidad al cuartel.

Me dejó en la puerta del cuartel y tras mostrar mi identificación a los dos policías militares que estaban de guardia en las mismas, corrí hacia los barracones a toda velocidad, y en cuanto entré, vi que mis compañeros ya estaban comenzando a colocarse la armadura, así que comencé a quitarme la ropa de civil que había llevado durante toda la tarde y me puse la armadura de combate a toda velocidad.

- ¡Llegas por los pelos, Rilke! -, me gritó Magnis -. ¡La próxima vez que salgas del cuartel a ligarte a un ingeniero intenta volver a tiempo para ponerte el equipo!

- ¡Sí, señor! No volverá a pasar -, respondí con firmeza. Pese a los gritos de Magnis, y a algunas puyas no tuve problemas para ponerme el traje y la armadura a tiempo.

- Pese a llegar tarde tienes suerte -, siguió diciendo -. Se ha decidido que hoy lideres tú la unidad uno, así que ya te estás dando prisa.

Me quedé congelada medio segundo. Liderar una unidad, ya lo había hecho, pero por orden directa era otra cosa. Sin duda una prueba de algún tipo. Me estarían observando y no pude evitar sentirme algo nerviosa, pero eso no duró mucho. La potente voz del sargento me centró en lo que se tenía que hacer.

- ¡Firmes! -, bramó Magnis -. Todos sabíais que hoy había marcha, así que ahora… ¡Al trote a la plataforma tres!

Todos obedecimos y salimos por la puerta de los barracones trotando en formación de a dos, con los rifles entre nuestras manos y las mochilas cargadas hasta los topes de equipo que no íbamos a utilizar. Formamos a las puertas del transporte de tropas y embarcamos con rapidez en cuanto Magnis dio la orden. Los diez soldados que allí íbamos estábamos apelotonados y apretados unos contra otros, en un espacio bastante estrecho y no podíamos ver lo que pasaba en el exterior. Por el casco del transporte resonaron las puertas del hangar al moverse al salir nosotros al exterior. Notamos como nos elevábamos y el transporte comenzaba a oscilar con las turbulencias mientras se mantenía casi a ras del suelo.

- Cada una de las unidades se desplegará en puntos separados y a cubierto, en lomas de colinas separadas treinta kilómetros. ¿Tenéis todos los planos cargados?

- Sí, señor -, gritamos todos, mientras con movimientos casi idénticos, colocábamos los planos en el visor de nuestro casco.

- Pues, ¡borradlos ahora mismo! -, gritó -. Hoy solo con los planos secundarios.

Nos quedamos mirándolo durante unos segundos, pero reaccionamos y acabamos borrándolos todos de la memoria de nuestros trajes, tras confirmarlo más de tres veces seguidas. Ahora solo nos quedaban los planos genéricos de la luna en las perneras. Orientarse en ese desierto sería algo difícil, pero podíamos hacerlo.

Magnis comenzó a explicar el despliegue de práctica, cada unidad se desplegaría por separado y tendríamos que orientarnos y trazar una ruta hacia el punto de extracción y hasta cuando tendríamos para llegar. Varios minutos después, por el altavoz del comunicador, sonó un claro: “Unidad Uno. Despliegue en 60 segundos”.

Todo el lado derecho nos levantamos y giramos hacia la parte trasera y nos agarramos a la barra lateral del transporte, nos colocamos en posición y, aunque la rampa trasera se abrió no avanzamos. La luz del techo se puso verde y se oyó a Magnis gritar:

- ¡Unidad Uno! ¡Buena suerte!

Y con el vehículo aún en movimiento, comenzamos a correr hacia el exterior. No vi saltar a Salz ni a Ellie, pero si a Rash. Vi como daba un paso y perdía el pie al chocar con la arena negra del suelo y acababa dando vueltas, pero no hubo tiempo para más. Estaba en el borde del portón y el próximo paso sería medio metro más abajo y sobre el suelo, que aún parecía moverse. Salté y no perdí pie, sino que rodé hasta ponerme en sentada, apuntando con el rifle hacia un risco.

Vi a Rash poniéndose de pie con su rifle apuntando hacia el otro lado, y a Sibil que, detrás de mí, hacía lo mismo proporcionándonos cobertura. De pronto fui consciente del frío cortante de la superficie de la luna que, pese a las capas de aislante térmico del traje y del sistema de calefacción, se colaba en el cuerpo y comenzaba a entumecer los dedos y manos, y me di cuenta del verdadero peligro al que estábamos expuestos. Morir congelados.

Mientras el transporte se alejaba a toda velocidad y casi a ras de suelo, corrimos a juntarnos los cinco al abrigo de una pequeña loma. Y mientras todos formaban en estrella, protegiéndonos mutuamente, desplegué mi mapa y comencé a orientarme, buscando puntos de referencia en el horizonte. Nos habían soltado en un punto bastante alejado del “previsto”, nos esperaba una buena caminata por un terreno bastante accidentado. Memoricé el plano y los puntos de control y ordené la marcha. Salz abría la marcha y a unos cuantos metros íbamos yo, Rash, Ellie y Sibil, por ese orden, todos con los rifles en los brazos y frotándonos los dedos en cuanto teníamos ocasión, pero sin poder sacar del todo el frio que se había metido en las extremidades.

- ¿A cuánto queda el punto de extracción? -, preguntó Rash tras un rato.

- Nos dejaron a poco más de ochenta kilometros en línea recta, pero tenemos que rodear un lago de metano dentro de unos cuarenta y cruzar aquellas montañas del fondo -, dije, señalando el horizonte hacia el que nos dirigíamos.

Aquella zona era bastante arenosa y nos enterrábamos a cada paso, pero la poca gravedad nos permitía dar zancadas bastante largas y movernos a mucha velocidad. La difusa luz del distante sol entraba entre las densas nubes, que se movían rápidamente, e iluminaba tenuemente todo el terreno que se extendía delante de nosotros.

Tras horas corriendo llegamos al borde una línea de un tendido eléctrico que discurría semienterrada, por el suelo helado.

- ¡Alto! – exclamé, levantando el brazo izquierdo. Automáticamente todos se quedaron acuclillados y nos se colocaron dando mutua cobertura -. No debería haber ninguna línea eléctrica por la zona -, dije mientras sacaba mi mapa y lo comprobaba -. Salz, compruébalo también en tu mapa.

Saquó su mapa y lo desplegué al lado del mio. Tampoco aparecía ninguna línea eléctrica en nuestra posición, pero como la ruta era correcta, por el resto de puntos de orientación, seguimos adelante sin pararnos para nada.

Poco después comenzó a llover. Generalmente no era problema, pero allí no era agua, sinó metano, a más de 165 grados bajo cero. Toda la unidad me miró, esperando ordenes. Sabían, tan bien como yo, que ya habían muerto mineros al no poder dar abasto su traje para contrarrestar la refrigeración de la lluvia. Mientras ordené seguir corriendo intenté decidir lo mejor que podía hacer.

Consulté la hora que me mostraba el visor del casco. Habíamos dejado el cuartel a las 20.15 y comenzado la marcha a las 20.35. Eran las 3.48 y aún nos quedaban más de veinte kilómetros por delante. El sudor resbalaba por mi cuerpo entre mi piel y la tela del interior del traje presurizado, pero aún así notaba como si hubiese metido los brazos en una piscina de hielo. Sabía perfectamente que si nos parábamos, por mucho que trabajase el traje no sería suficiente y podríamos morir congelados.

La luz seguía casi igual que cuando empezamos la marcha, aunque siguiera lloviendo, pero por lo menos ahora, el suelo era de dura roca y avanzamos mucho más rápido. No podíamos pararnos, no había refugio posible. La única opción era llegar a toda prisa al punto de extracción, que ahora quedaba a menos de veinte minutos de marcha intensa y refugiarnos en el interior del transporte.

Un pitido en el auricular del casco y el nombre de Sibil y sus datos aparecieron en rojo en el lateral del visor. Su temperatura corporal había bajado a 35 grados y seguía bajando. Consulte la del resto y vi que estábamos casi igual.

- Sibil, ponte delante de Rash -, dije por radio, mientras intentaba que no notaran cuanto jadeaba de cansancio -. Rash, vigila que no tropiece.

- Si, señora -, respondieron.

Al fondo del valle, vimos el transporte posándose sobre un risco de piedra, con los motores encendidos y el blindaje humeando al evaporarse el metano líquido que lo tocaba. Cuando finalmente llegamos al transporte y entramos, una costra de hielo se comenzó a formar en la tela de la armadura y mientras despegaba la nave en busca de la segunda unidad seguimos moviéndonos sin parar, para entrar mínimamente en calor.

Miré el reloj del visor, y vi un fulgurante 5.02 transparente. Solo quedaba una hora para el toque de diana y que tuviéramos que hacer las practicas matinales y, aunque quería aprovechar cada minuto que pudiera para descansar, no podía parar o me congelaría, así que cerré los ojos dentro del casco y mientras respiraba profundamente, froté mis pecho y piernas con fuerza para que entraran en calor. Y mientras aterrizábamos para recoger a la unidad dos, vacié mi cantimplora de un trago mientras intentaba decidir que era peor, morirse de frio o hacerlo de calor.

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