Capítulo 11.

Me desperté aterrada y tomando aire, me incorporé en la cama. El reloj marcaba las 5.54 y todos dormían en los barracones. Volvía a estar cubierta de un sudor frío. Esta vez las pesadillas habían sido mucho más reales que la última vez, como si volviese a estar allí de nuevo. Pero hoy había aparecido algo que casi había olvidado. Había vuelto a soñar con la cara de Boil.

Hoy hacía una semana desde que me habían ascendió a jefa de unidad. Era uno de aquellos ascensos provisionales, fáciles de ganar y aún más fáciles de perder. Pero sin esos pequeños ascensos me sería imposible conseguir uno de los definitivos, con los que además, aumentaría de categoría. Al menos había conseguido que toda la unidad me siguiera sin problemas, hasta Salz, que había sido el jefe de unidad durante casi seis meses, se había resignado con rapidez a recibir órdenes y no a darlas. Una semana al frente de la unidad y, por fin, tendría tiempo para celebrarlo con el resto de la escuadra.

Hoy comenzaban tres días de permiso para varios batallones, incluido el mío. Y eso siempre significaba fiesta constante en las zonas de bares de la ciudad. Después de los entrenamientos matinales y de comer nos iríamos todos al “Sabot”, seguramente. Aunque había otros bares y locales, siempre acabamos yendo a aquel, siempre lleno hasta los topes de Ignis con ganas de divertirse.

Como todos los días a las seis en punto, las luces se encendieron y empezó a sonar “En Marcha Soldados”. Como todos los días nos pusimos en pie hicimos las camas, limpiamos lo barracones y nos colocamos el traje de combate, ya preparado para el entrenamiento.

Pero ese día hubo algo distinto. Mientras estábamos formados en el amplio vestíbulo que había libre delante de los barracones, el comandante pasó revista y una vez lo hizo volvió al centro y en vez de ordenar entrenamiento, dijo con una voz tan grave, potente y clara que no necesitó altavoz para que todos lo oyéramos:

- Soldados, descansen-, y al unísono todos los cruzamos los brazos detrás de la espalda, expectantes ante el cambio en la rutina-. Hoy se ha declarado el estado de Alerta Cuatro en toda la colonia. Todos los permisos quedan revocados y se cambiará el programa de entrenamiento para adaptarlo a la situación actual.

No dijimos nada, como es obvio, pero estábamos bastante menos que conformes. Mientras comenzábamos a calentar para los ejercicios matinales un murmullo de descontento se extendía por las filas mientras los sargentos recibían órdenes más concretas para los mismos. Parecían preocupados.

Después de las dos horas de rigor de carrera y de desayunar las crujientes tabletas con sabor a frutas, huevos y leche, hicimos las dos horas de ejercicios en la pista de obstáculos. Pero después, en vez de volver a correr como todos los días, pasamos directamente a las pistas de tiro. Ese día, en vez de practicar con las escopetas, rifles de asalto, rifles largos o hasta con armas pesadas de todo tipo, Avro, el armero, nos dijo con su voz rasposa:

- Hoy entrenareis con armamento no letal. ¿Todos conocéis el armamento, no?

- Sí, señor-, dijimos todos con fuerza, excepto Rash, que lo musitó de un modo apenas audible.

- Bien. Empezaremos con los cartuchos no letales para las armas estándar-, dijo pasando por delante y entregando tres cargadores estándar con un NL azul gravado en el lateral.

Los colocamos en el rifle que habíamos cogido al pasar por delante de la armería y comenzamos las prácticas, disparando primero contra las figuras estáticas que se proyectaban en la galería y después contra las mismas figuras en movimiento. A cada impacto la puntuación se registraba en las pantallas. Y como siempre Rash era el único que no daba ni una.

Durante cuatro horas estuvimos disparando y afinando la puntería, probando armas que apenas si se utilizaban en combate. Escopetas sónicas, granadas Bucha, Cañones de Microondas… eran fáciles de usar, y estaban diseñadas para que fuesen portátiles y efectivas. Ya nos habíamos entrenado con ellas algunas veces, pero no eran nuestra especialidad y, la falta de práctica se notaba.

Al final de la mañana, como siempre, nuestra escuadra se dirigió a las duchas, pero el calilo líquido que nos resbalaba por el cuerpo no conseguía animarnos. Durante las duchas ni hablamos. No había nada que decir. Acumulábamos mala leche y furia para usarla contra quien fuese que se atreviera a enfrentarse a nosotros. Sin embargo, poco después, en la comida en vez de reinar la calma, todos estaban que echaban chispas y no se molestaban en ocultarlo o callárselo. Y yo no era menos.

- ¿Pero por qué coño nos dejan sin permiso?-, dije airada mientras dejaba caer la bandeja aun sellada en mi sitio de costumbre-. Llevo seis semanas sin uno y a este ritmo me voy a olvidar como es un bar.

- ¿Pero tú cuántos permisos te has perdido?-, dijo Ober comiendo con calma de la bandeja-. ¿Por qué no te dieron licencia la última vez?

- Dos. La primera fue por la “discusión” que tuve contigo, en el pabellón de esgrima y de la que tú te librantes sin problemas-, le recordé un poco bruscamente-. Y la segunda por un pequeño problema con el armero.

- ¿Con Avro?-, preguntó extrañada-. ¿Pero qué le hiciste a ese viejo cabronazo? No discutirías con él sobre las miras o las rotaciones de armamento, ¿o sí?

- Más o menos-, dije molesta por recordar el incidente de la esgrima, aunque en realidad no había sino nada importante-. Más o menos.

En ese preciso instante, el propio comandante del regimiento entró en el comedor de la tropa y uno de los sargentos que le acompañaban ordenó cuadrarse con un solo grito que resonó en todo el local. Por supuesto, en un instante todos nos quedamos en silencio y cuadrados enfrente a las mesas y mirando hacia el comandante. Los pocos que estaban con las bandejas en las manos las dejaron rápidamente en el suelo o en alguna silla mientras se giraban y chocaban las botas en posición de firmes. El comandante se subió a una mesa de un salto y comenzó a hablar:

- Soldados, se que todos recordáis la rotación de servicio que hizo el regimiento en la 15º Flota Móvil-, como olvidarla, pensé mientras me palpitaba la herida de mi hombro izquierdo, pero aún así seguí cuadrada y mirando al frente-. Ahora os explicaré porqué el regimiento está en Alerta Cuatro. Ayer estallaron disturbios en Seydlitz, aunque no son ni de lejos tan violentos como los de hace dos años.

Con un gesto de su mano, comenzaron a proyectarse contra las paredes del comedor las imágenes de los enfrentamientos de aquel maldito planeta calcinado por el sol. Los mineros lanzaban piedras y botellas contra la policía en un corredor abovedado, detrás de unos parapetos muy rudimentarios. La última vez habían usado cosas más peligrosas que las piedras.

- El problema es que la última vez que hubo revueltas en ese planeta, las hubo en absolutamente TODAS las demás colonias mineras de la Federación-, continuó el comandante con vehemencia-. La mayor parte de las lunas no son importantes o no podemos permitirnos tenerlas paradas durante algún tiempo. Pero estamos en rotación en esta luna por una sola razón. Para evitar este tipo de situaciones aquí. Esta luna es VITAL para la Federación y no podemos permitir que una revuelta minera la paralice.

Todos miramos extrañados al comandante Lieno Portgas. ¿Aquella luna vital? Debía de estar de broma o equivocado… o tal vez no. Por qué si no se iba a montar una colonia minera tan grande en un lugar tan puñetero como esa luna.

- No todas las minas de esta luna son esenciales, por supuesto, y son esas las que debemos mantener bajo control a toda costa. La policía se encargará de la ciudad y las industrias perimetrales. Nuestra prioridad son las minas y los sistemas y redes de transporte. Si algo pasa en ellas, nos desplegamos. Si parece que algo va a pasar en ellas, nos desplegamos. La Flota de Defensa del Sistema está en alerta para dar apoyo si fuese necesario, pero la nave más cercana está a…-, miró el reloj con un movimiento más que visible-, treinta y seis horas de aquí más o menos, pero solo vendrán si les llamamos y solo lo haremos si tenemos verdaderos problemas.

Y tras una breve explicación de las disposiciones de despliegue, y los turnos que tendríamos que hacer, añadió un “continúen” y salió por donde había llegado. Nos quedamos un rato mirando las pantallas y seguimos comiendo la comida, algo más fría, de las bandejas. Ahora ya no se oían conversaciones y el comedor estaba en un silencio sepulcral, solo roto por el ruido de los cubiertos contra los platos y las noticias públicas sonando, ahora con claridad, por toda la sala.

“Ayer, en el sistema binario Ceti, las viejas rencillas de los mineros hicieron mella. En la ciudad minera de Seydlitz, en Ceti2, han vuelto a estallar violentos disturbios. La policía local de la ciudad y las Fuerzas de Seguridad Planetaria han conseguido contener y reducir, de momento, a los mineros rebeldes, que según declaraciones hechas a la prensa local, no piensan cejar en sus reclamaciones…”



El choque de los manifestantes contra nuestra línea de defensa fue brutal. El impacto casi nos derriba. Los escudos que teníamos sujetos con el brazo izquierdo, nos ayudaron a pararlos, pero nos seguían empujando y consiguiendo que retrocediéramos a base del peso inmenso de la multitud. No podríamos contenerlos, y si seguían así conseguirian llegar a la compuerta que quedaba a nuestras espaldas.

- Segunda unidad. ¡Disparad con las escopetas!-, gritó Magnis por los cascos.

Toda la unidad de Tásin dejó de empujarnos para ayudarnos a contenerlos y, cogiendo las escopetas que llevaban colgando a sus espaldas, las colocaron entre los escudos y dispararon a bocajarro. Las ondas acústicas concentradas, derribaron a la primera línea de atacantes, que cayó inconsciente sobre el resto, quedando atrapados entre nosotros y la multitud, que se aprovechó y nos empujó aún más. Fuimos arrollados.

Vi como Rash encendía la porra y comenzaba a dejar inconscientes a tantos manifestantes como podía. Pero ya nos desbordaban y pasaban por encima de nosotros y, finalmente llegaron a la compuerta.

- Fin de la práctica. Todos firmes-. Sonó con fuerza en todos los casco y en el sistema de megafonía de la sala de combate.

Los atacantes se detuvieron. Eran el resto de nuestro batallón y varias escuadras de policía, que hacían las veces de manifestantes. Todos sin la protección de sus armaduras, para que el ejercicio fuese más realista. El capitán del batallón y el instructor de la policía se acercaron de mal humor.

- Sargento Magnis. A obrado mal-, gritó el capitán-. ¿Cuántas veces ha fallado ya el ejercicio y donde ha fallado esta vez?

- Tres, señor-, dijo-. Juzgué que necesitaba a las dos escuadras para contener a la multitud. Era preferible mantener la posición a disparar primero.

- Generalmente tendría razón, sargento-, le defendió el instructor-. Pero en este escenario sería preferible replegarse detrás de la compuerta.

El instructor continuó hablando y explicando los fallos y aciertos de Magnis, corrigió posturas de disparo y adaptó nuestras tácticas. Durante toda la tarde estuvimos allí, unas veces con el uniforme, disparando y resistiendo los envites. La mayoría del tiempo sin él, enfrentándonos a nuestros compañeros transformados en una tuba furiosa.

De vez en cuando veía a Rash, estaba encantado, y muchas veces conseguía llegar a primera línea y enzarzarse a golpes contra los antidisturbios. Por mi parte descubrí una cosa. Aunque las armas no fuesen letales, la mayoría hacían muchísimo daño. Las peores de todas fueron los cañones microondas, la piel parecía arder, los ojos se cerraban sin quererlo… Lo único que podías hacer era ponerte a cubierto, pero así no podías avanzar. Pero acabamos descubriendo el truco, arrancando unos paneles metal de las paredes, un grupo comenzó a avanzar cubriéndose con ellas.

Al final del día, tanto los atacantes como los antidisturbios habíamos vencido en una u otra ocasión y el instructor se esforzaba para enseñarnos los fallos y como corregirlos. Esta vez la ducha fue más animada, comentando los movimientos, los golpes que se habían dado o recibido, a quien se había golpeado…

Después, una animada cena en el comedor bajo las imágenes de los enfrentamientos de Ceti2, donde brindamos una y otra vez con lo único que había para beber, agua e intentábamos olvidar el permiso que nos habíamos tenido que perder. Más tarde, en los barracones, casi todos pasaban el rato echando pulsos o jugando a las cartas mientras veían una película (hoy echaban “Los Heroes de Safad” en el canal de cine bélico), o como Jiliel y yo, leyendo tranquilamente en nuestros catres.

A las 23.00 se apagaron las luces, justo diez minutos después de que la película terminara con los protagonistas surgiendo entre los escombros, exhaustos, diezmados y llenos de polvo y barro, con el sonido de una marcha victoriosa de fondo. Todos estábamos ya en las camas y listos para dormir. Pero justo antes de quedarme dormida pensé con satisfacción que hacía tiempo que no me divertía tanto en los entrenamientos.

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