Capítulo 13.

El despertador zumbaba a toda potencia. Ya eran las siete de la mañana y comenzaba mi turno de trabajo. Aparté la sabana térmica, abrí la puerta y salí de mi ataúd con tan solo los calzoncillos puestos. El frío se me metió en el cuerpo, siempre se me olvidaba ponerme algo por encima antes de salir. Rápidamente me coloqué los pantalones y el jersey de cuello alto y aún bostezando, como el resto de compañeros que acababan de salir de sus ataúdes, salí rápidamente hacia el cuarto de baño, esperando que hoy no hubiese mucha cola.
Las luces parpadearon y se apagaron un par de veces antes de llegar a la cantina, para tomar el desayuno. Como todos los días el desayuno eran copos sintéticos, con leche de levadura y barras de pseudo-carne rebozada. “El desayuno de los campeones” solía decir mi madre, y la verdad es que tenía razón. Aún recordaba cómo, siendo todavía un niño, me explicó que en esa comida había los compuestos esenciales para que cualquier persona aguantara un día de duro trabajo físico. Me explicó cosas de las vitaminas, calcio y otras cosas que ya apenas recordaba.
- Buenos días Jander. ¿En qué estás pensando?-, saludó Uri con su bandeja en la mano.
- Buenos días. Estaba pensando en lo cómodo que estaría aún en cama-, mentí-. ¿Qué, has apostado en el partido de esta noche?
- Sabes de sobra que no me gusta apostar-, dijo metiéndose la barrita de carne entera en la boca. Seguía sin creerme que alguien pudiera meterse esa enorme barra entera en la boca-. Fero no fienfo pefdefmeho.
- Supongo que dirás que no te lo piensas perder, pero con esa barra en la boca ni se te entiende.
- Por cierto, me han comentado en la cola que en once horas llegarán los “TAAEs” para prepararlos.
- Nunca he visto uno de esos trabajando-, dije mientras me acababa el último trago de la leche-. ¿Cuántos van a traer?
Con calma, y mientras con una mano sujetaba el vaso con el que se bebía la leche, con la otra levantó cuatro dedos.
- ¿Cuatro para trabajar en un lago?
- No, al parecer también tienen que preparar otro lago en la zona Este-, dijo mientras nos levantábamos e íbamos hacia el vestuario.
- ¿Y no tendremos que hacer los canales en el otro lago?-, pregunté extrañado
- No te preocupes, ya los hicimos antes de que llegaras.
Avanzamos los dos juntos por el pasillo, charlando y saludando a la enorme cantidad de gente que cambiaba de turno en ese momento. De vez en cuando oía alguna que otra pulla por ser el único fanático de los Partecraneos en el partido de aquella noche. Algunos se animarían a apoyarlos, sobre todo los que no eran de ninguno de los dos equipos, pero eso en realidad me daba igual. La verdad es que aunque lo retransmitían en directo desde Trieben en Danu4 (y donde los Partecraneos eran el equipo local), llegaría con casi dos horas de retraso. El retraso siempre saca cierto encanto a los partidos, pero ya estaba acostumbrado.
En el vestuario nos pusimos los trajes presurizados para el exterior, y tanto Uri como yo con los cascos ya puestos y cerrados, entramos en el hangar del todoterreno asignado.
- ¿Quieres conducir?-, dijo Uri cogiendo una célula de combustible cargada.
- Si. La verdad es ya tenía ganas de pillarlo-, dije con dificultad bajo el peso de la que cargaba yo. Cada vez me costaba menos cargarlas y notaba como iba cogiendo masa muscular.
- Espero que tengas licencia para vehículos pesados. Si no, se me puede caer el pelo si se enteran.
- Por supuesto. ¿Qué clase de minero crees que soy?-, dije medio indignado.
Cuando las células estuvieron en su sitio y aseguradas, nos subimos al todoterreno y conectando la turbina electica del motor, envié la señal de despresurización y cuando la luz verde del panel se encendió, abrí la puerta del hangar. El viaje fue más largo que de costumbre, habíamos avanzado bastante e íbamos algo por delante del plan previsto, pero aún quedaban más de ochenta kilómetros de canal por excavar.
Tras casi dos horas allí metidos llegamos al lado de la excavadora.
- ¡Llegáis tarde! Casi una hora y media de retraso-, sonó muy enfadado por el altavoz del traje-. Y encima conduce el novato…
- ¡La madre que os trajo!-, gritó otra voz por el mismo sitio-. Os recuerdo que no nos pagan horas extra.
- No os preocupéis, hoy llegáis dos horas tarde al relevo y punto, os las tomáis para compensar lo de hoy-, sugirió Uri.
- Mejor mañana-, por fin había conseguido, a base de algún que otro favor, que pusiesen el partido de Threeball en el comedor y no pensaba perdérmelo por nada.
- ¿Y por qué tiene que ser mañana?-, preguntaron enfadados mientras miraban como recargábamos solos la excavadora. Uri se lo explicó-. Vale, pero en vez de retrasarnos dos horas lo haremos cuatro.
Acepte sin dudarlo. Ya arreglaría cuentas con Uri después. Tenía horas tenía para hacerlo, y tras verle la cara, a través del casco supe sin duda que las necesitaría, porque trabajar más horas porque si no lo hacía nadie.
Cuatro horas después, Uri seguía sin hablarme. Bueno, no exactamente. Me daba rápidas indicaciones por la radio, como “vigila la dirección del cabezal” o para avisarme del aumento o la reducción de la potencia o de tantas otras cosas a las que tenía que atender. Era descorazonador y finalmente le comenté por la radio.
- ¿Es que no piensas decirme nada en todo el día? Tanto silencio resulta incómodo.
- ¿Y qué quieres que te diga?-, me dijo notablemente irritado.
- ¿Es que acaso tenías algo planeado? ¿Aquí?-, me extrañé.
No me contestó. El sonido de la radio me molestó aún más que antes. Cuatro horas más de trabajo serían duras, pero no insoportables, sobre todo porque era yo quien tendría que estar en el exterior helándose el culo. Él estaría cómodo en el calor del interior de la enorme máquina y teniendo que llevar solo el mono de trabajo y no el pesado traje presurizado.
El suave ruido del sistema de reciclaje de aire llenaba el casco y mirando hacia la cima de la colina, bajé de un salto de la plataforma de control y avancé rápidamente, subiendo por la colina y dejando la máquina detrás. En cuanto llegué a la parte superior de la colina el paisaje me sobrecogió.
Hasta entonces no había gravado nada, y eso que llevaba una cámara desde hacía dos días, pero el paisaje era deprimente. Una constante subida ensombrecida por la larga noche de aquella luna, trabajando haciendo una canalización superficial para que las tuberías de bombeo no se movieran demasiado una vez colocadas. La luz de los focos y la pintura fluorescente que señalaba el camino no era la mejor imagen para mostrarles a mis padres.
Sin embargo, la vista que se extendía ante mí ahora era magnífica. Un gigantesco valle comenzaba en aquella pequeña cresta y se extendía hasta el horizonte, llenándolo todo de colores naranjas y dorados. Las piedras brillaban con un tono casi como si fuese oro puro, justo bajo la luz del sol que acababa de salir sobre el horizonte. Una línea negra y lisa se extendía por el horizonte ocultándose tras las negras colinas que seguían por los bordes del valle. Ahora no lo parecía, pero era el mar, hacia donde nos dirigíamos.
La excavadora ascendía a bastante velocidad por la ladera que quedaba a mis espaldas, y aún permanecía a la sombra. Comprobé que la cabeza de la misma fuese por las marcas y me volví con calma para comprobar con calma el terreno de la cima. El paso de la cima fue algo complicado, con algunos problemas con la excavadora y el terreno.
Las grandes piedras desgastadas de la parte superior de la ladera comenzaron a rodar y asentarse bajo el peso de las orugas de la excavadora. Tardamos varias horas en conseguir pasar la cima y en dejar todo preparado para evitar los constantes desprendimientos. Fue una tarea muy dura y tuve que emplearme a fondo para fijar el terreno con la inyectora portátil y acabé sudando dentro del traje.
No era la primera vez que utilizaba ese equipo, pero en aquella gravedad me resultaba mucho más duro que de costumbre. Primero la colocación de la pesada boquilla en el terreno y luego la inyección a presión y por separado, de los dos líquidos de la mezcla. Los tanques a presión en mi espalda eran muy pesados y tendríamos que pedir reservas para los próximos días.
Cuando comenzamos la bajada por aquel valle, me seguía quedando embobado mirando los increíbles tonos dorados de aquellas piedras y mientras grababa con la cámara y de reojo echaba un vistazo a la senda de roca que íbamos dejando. Ahora teníamos que ir más despacio, porque a la vez que hacíamos el canal, íbamos desplegando una capa de plástico flexible e impermeable en el mismo.
- ¿Cómo va la “lona”?-, pregunté por la radio. No la podía ver desde donde estaba y me preocupaba que no se adhiriera bien a las paredes del canal.
- Va bien. Se está pegando bastante bien a los bordes. Tu vigila el cabezal y la excavación que de la lona me encargo yo-, dijo Uri, aún de mal humor. Al menos había conseguido que me hablara-. Por cierto, este es El Valle Dorado. Por lo menos te habrás enterado de los problemas que hubo con este proyecto, ¿o no?
- No. La verdad es que es la primera vez que oigo el nombre de este valle-, dije con asombro-. ¿De verdad hay oro aquí o es solo por el color?
- Hay montones y montones de oro. Pero está protegido por los del Departamento Ecológico, así que no se te ocurra pillar una roca. De todas formas aunque la pillaras no podrías guardarla. Son una especie de hielo compuesto de metano y oro, que se funde a sesenta bajo cero bajo cero. Y además el líquido es muy tóxico a más de veinte bajo cero-, dijo con calma desde donde fuese que estuviera.
Mientras estaba al borde del canal cogí una de aquellas rocas doradas, parecía dura pero al cogerla con el guante noté como se hundían mis dedos en ella y podía darle forma, aunque no demasiado. La solté y continué con mi trabajo, a la vez que seguía grabando de vez en cuando.
Horas después, tras un trabajo sin incidentes ni conversaciones y justo al llegar a la base minera, vi a lo lejos el tren de carga llegando a la estación. Como siempre, el tren a las minas llegaba con retraso. Tal vez pudiéramos ver a los trajes acorazados mientras los llevaban a los hangares, o incluso me pasaría a verlos descargarlos del tren si me daba tiempo. Aunque lo dudaba, el partido empezaba en nada.
Tras hacer las tareas de costumbre en los hangares, y ponerme el mono para la base y darme una ducha antes de la cena, todo a toda prisa, corrí hacia la cantina a coger sitio para el partido. Llevaba los tres meses y medio desde que había salido de Danu1 sin ver un pardito en “directo” y las venas me palpitaban de la emoción por poder ver, por fin uno. Los Partecraneos tenían opciones para ganar la Copa del Sistema por primera vez en cuatro años y aunque había visto los últimos siete partidos en diferido, no los había disfrutado y fueron de los mejores que recordaba.
Cogí la bandeja humeante que me sirvieron y en cuanto me senté, comí tan rápido que ni noté el sabor de la comida y me coloqué rápidamente en la barra. Vi a unos cuantos de los aficionados a los Remachadores de Yatchas, con las bufandas rojas y negras a sus cuellos y como se iban colocando en una de las mesas en los laterales de la pantalla, en la que ya llevaban un buen rato emitiendo los previos del partido. Shimu Omil estaba en el lateral de la pantalla y en el fondo se veía como los equipos salían formados hasta el centro del valle de juego.
“…y aquí llega la Jefa de Árbitros, la joven Regis Octa, Durana Deram. Aunque solo tiene 20 años, su carrera como jueza deportiva la ha llevado a ser considerada como uno de los jueces más estrictos de la Liga del Threeball. Sin duda hoy podremos ver toda una orgía de faltas y penalizaciones. Ambos equipos tendrán que pensárselo dos veces antes de hacer movimientos peligrosos-, decía. En la pantalla aparecía una chica alta y pelirroja con una camiseta y pantalones cortos negros y unas estrechas bandas blancas avanzaba empequeñecida por la enormidad de los treinta jugadores que avanzaban a ambos lados-.
Se han sorteado los campos de juego y ahora se entregan los balones a los capitanes de cada equipo. Cada vez falta menos para el comienzo del partido-, diez de los jugadores de cada equipo, se colocaron en la zona de despliegue y el resto se fue a sentar a los banquillos-. Deram recibe el último balón de manos de uno de sus asistentes y lo coloca en el punto central del campo. Se aleja hacia el lateral…”
La expectación se notaba en el comedor, esos pocos segundos en el que el partido aún no había comenzado, se hizo el silencio y todos nos quedamos mirando la pantalla. Cuando sonó el pitido los veinte jugadores salieron corriendo a toda velocidad, bajando por la rampa del campo de juego, tratando de llegar los primeros hasta el balón neutral. Cuando vi como mis Partecraneos se hacían con el balón neutral, no pude reprimir un grito de ánimo y ni me inmuté con las miradas asesinas de todos los mineros del lateral derecho de la cantina.

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